Muevo mi lápiz entre mis dedos sin cesar.
Mala señal.
Eso me pasa cuando la ansiedad se apodera de mí, y cuando la ansiedad se apodera de mí soy incapaz de pensar en otra cosa que no sea lo que me mantiene ansiosa. Y en este momento, se trata de cierto chico alto y de ojos café, que no paraba de mirarme esta mañana.
Por suerte no comparto ninguna clase con él y no me lo encontré en la cafetería a la hora del almuerzo, pero las palabras de Zach me invadían una y otra vez, a cada instante y a cada momento. No las creía en absoluto, pero si me intrigaba él porque me miraría de esa manera cuando ayer no hizo más que estar enojado por el asunto de su asiento privado.
Me deshago de mis gafas unos para presionar mis parpados unos segundos.
Necesito dejar de pensar estupideces ya. Solo compartimos un encuentro, donde fuimos groseros el uno con el otro y ya, eso no terminará en una conexión cósmica que hará cantar a los pájaros y hacer que las flores huelan más cuando estamos en la misma habitación, porque eso solo pasa en los libros con demasiado amor empalagoso que termina con finales felices. Esos que mamá tanto adora.
No la culpo, después de todo, papá es su final feliz y sé que eso sucede, pero no en secundaria. Cualquier amor en secundaria está destinado al fracaso, porque al término de esta hay decisiones que tomar que le rompen el corazón a uno, a otro o incluso a los dos. Razón por la que nunca me ha interesado tener novio, eso y que ningún chico por aquí merece realmente la pena.
En el fondo quiero un amor como el de mis padres, aunque jamás admitiría eso en voz alta.
—Aquí estás
Abro mis ojos para ver a Alina viniendo hacia mí.
—Sabía que te encontraría aquí, donde más podrías estar
—¿Qué pasa? —pregunto cuándo se sienta frente a mí.
Frecuentar la librería es algo normal para mí, pero no para mi hermana.
Siempre me pregunto cómo se las arregla para sacar dieces cuando nunca la veo con un libro en la mano, pero como dice papá, somos tan parecidas físicamente como diferentes en todo lo demás.
Rubias, de ojos azules, de baja estatura y con curvas en los lugares correctos: el reflejo mismo de nuestra madre. Pero mi carácter es como el de ella y el de Alina es como el de papá.
—Te estuve llamando pero me sale el buzón
—Lo siento, mi teléfono está en silencio —vuelvo a colocarme las gafas—. ¿Qué sucede?
—Necesito de tu ayuda
Mis cejas se alzan.
—La última vez que me dijiste eso termine picadas por unas avispas
Alina ríe de manera silenciosa para que no la echen del lugar.
—Fue algo divertido
—Para ti, no para mí —le recuerdo.
—De acuerdo, ya me disculpe por eso. ¿Podrías ayudarme de nuevo?
Suspiro con resignación y asiento.
—No me hagas arrepentirme de esto
—No lo harás, estoy segura de que incluso te divertirás —ella toma su IPhone y mueve los dedos sobre él antes de tendérmelo.
Lo agarro y veo en un chat de whatsapp con su mejor amiga. Hablan sobre una fiesta algo así.
—No entiendo —digo devolviéndole el celular.
—Sé que mis papás no me dejarán ir, recuerda que estoy castigada —dice con un mohín.
—Oh, claro, por mis picadas de avispa
—Ya me disculpe por eso
—De acuerdo, lo intentare —concede—. Pero no prometo nada
—Con eso me basta —asegura levantándose.
Sonríe, me guiña un ojo y se va.
Vuelvo mi vista al libro de física y tras leer un par de líneas me doy por vencida. Alina ha terminado con la poca concentración que tenía, así que cierro el libro y me encamino a través de los estantes para dejarlo en su lugar.
Estoy a punto de regresar cuando un ruido al final del pasillo llama mi atención.
Siempre he sido curiosa, mamá dice que en algún momento voy a estar metida en problemas por ello mientras papá dice que la curiosidad forma parte de las personas que no son estúpidas y que es algo bueno, por lo que me dirijo hacia la fuente del ruido, pensando en la razón que tiene mamá al decir que acabaré metida en problemas un día de estos.
Sentado en el suelo, con un ejemplar de Gabriel García Marques en sus manos, se encuentra Sebastian.
Doy un paso atrás dispuesta a marcharme cuando levanta la cabeza y sus ojos café se centran en mí y una sonrisa perezosa se extiende por sus labios.
—Srta. Parker —dice con retintín—. Que sorpresa verla por aquí, o debería decir, que sorpresa para ti verme por aquí
—Lo segundo —digo sin dudar—. ¿Qué haces aquí?
—¿Qué no es obvio? —me señala el libro.
—Te dejo entonces
Me doy vuelta dispuesta a irme.