Mil razones para dejarte ir.

7. Me gustas.

—Por un momento creí que me dejarías con la mano extendida de nuevo —comenta Sebastian mientras tira de mi mano y me guía entre los autos.

No suelta mi mano mientras camina, en su lugar, entrelaza nuestros dedos.

No soy capaz de protestar al respecto, tampoco trato de zafarme. Simplemente, me dejo guiar calle arriba junto a los autos, esperando que nadie decida salir ahora de la fiesta porque me sería muy difícil explicar porque demonios voy caminando de la mano de Sebastian Lane cuando la semana pasada ni siquiera nos mirábamos en los pasillos.

¿Realmente puede cambiar tanto la vida de una persona en cuestión de unos cuantos días?

Choco contra la espalda de Sebastian cuando este se detiene de golpe.

—Lo siento —balbuceo, soltando su mano y retrocediendo un par de pasos lejos de él.

—Parece que alguien venía sumida en sus pensamientos 

Sebastian se gira hacia mí y me tiende un casco de moto ciclística. Lo tomo un tanto insegura de qué hacer con eso hasta que mi vista viaja sobre su espalda, a la motocicleta negra que se encuentra entre dos autos.

—¿Es tuya? —pregunto con los ojos muy abiertos.

Él asiente, colocándose su casco y pasando su pierna derecha sobre ésta para sentarse.

—Regalo de cumpleaños —musita sin más—. ¿Vienes?

Jamás me he montado en una pero debo confesar que me causan curiosidad, por lo que me coloco el casco —agradeciendo mentalmente que Alina me hiciera usar lentes de contacto porque de lo contrario no sabría donde dejar mis lentes en este momento— y con una torpeza digna de un Oscar, me monto a horcadas sobre el asiento, detrás de él.

—Sostente —me indica sobre su hombro.

Mi única opción es rodear su cintura con mis brazos, lo que hago segundos antes de que Sebastian encienda la motocicleta y presione el acelerador para sacarnos de allí.

Siento la brisa en mis hombros y en mis piernas y veo todo pasar a una velocidad de vértigo que me hace apretarme aun más contra Sebastian. Lejos queda la atronadora música dándole paso al silencio típico de los suburbios a altas horas de la noche. 

Sebastian maneja con agilidad entre bonitos vecindarios, luego pasa a una vía más solitaria mientras se dirige a la autopista.

—¿A dónde me llevas? —le pregunto al oído en un grito.

No responde, solo sigue conduciendo logrando que mis nervios afloren a niveles estratosféricos. 

Ya nada puedo hacer, por lo que simplemente me convenzo de que no es un asesino y de que no tiene malas intenciones mientras me maldigo por haber aceptado su invitación sin siquiera enviarle un WhatsApp a Zach diciéndole donde y con quien estaría. 

A mi alrededor, las luces de la ciudad se ven lejanas y diminutas mientras Sebastian siguen conduciendo hasta finalmente detenerse. Se deshace del casco tras apagar la moto y me mira sobre su hombro, ya que sigo firmemente sujeta a él.

—¿Podrías soltarme ya?

—No estoy segura —admito sintiendo mis músculos entumecidos por lo fuerte que lo he estado sujetando.

Él ríe brevemente, logrando que me relaje un poco.

—Si no me sueltas no podremos bajar y no podré mostrarte algo realmente genial 

Tomo una profunda respiración y lo suelto, luego desciendo de la motocicleta ante su atenta mirada.

—También podrías quitarte el casco —musita burlón.

Siento mis mejillas arder pero hago lo que me pide, moviendo mi cabeza de un lado a otro para quitar mi cabello de mi cara. Cuando me detengo y lo miro, él está apoyado contra la motocicleta, de brazos cruzados con una leve sonrisa en el rostro que esconde acariciando su labio inferior con su pulgar.

—¿Qué pasa? —pregunto confundida.

—Intento decidir cómo me gustas más —dice—. Con o sin gafas

Ahogo un jadeo mientras le tiendo el casco, mirando a otro lado.

—¿Qué es lo que querías mostrarme? —pregunto fingiendo que no acaba de decir nada.

—Ah claro, mira 

De nuevo me toma de la mano para guiarme y de nuevo me dejo llevar como si fuera lo más normal del mundo. 

Caminamos unos segundos hasta detenernos en lo que parece ser un precipicio, donde al fondo se ve la ciudad, como luces lejanas de un pesebre de navidad. La brisa ondea mi cabello y no se escucha nada más que el silbido de éste junto a algunos grillos.

Suspiro con satisfacción.

—Mis oídos te agradecen esto —musito sin voltearme.

—Supuse que te gustaría 

—¿Vienes aquí a menudo? —me volteo para encararlo.

—A veces, cuando quiero estar solo o cuando quiero sorprender a alguien 

—Ya —vuelvo a darle la espalda, sin saber que decir.

Todo sigue pareciéndome fuera de lugar. El que estemos aquí solos, que me haya dicho que le gusto… 

Al menos tengo la certeza de que no va a asesinarme, aunque estamos al borde de un precipicio.




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