Mil razones para dejarte ir.

21. Mi novia.

—¿Por mí? —pregunto al tiempo que mi corazón se acelera.

—Así es —afirma pasando junto a mí para entrar en casa—. No creías en serio que iba a dejar que Lewis ganara con tanta facilidad ¿cierto?

—Si esto se trata de tu estúpida competencia con Zach —abro la puerta en su totalidad y señalo el exterior—, te aconsejo que regreses por donde viniste. No tengo ni el ánimo ni la paciencia para continuar con eso

—No se trata sólo de eso, Alice

—¿Entonces de qué se trata? —pregunto con impaciencia—. Porque no entiendo tu constante necesidad de demostrar que tienes alguna clase de poder o dominio sobre mí cuando él está cerca, si sabes perfectamente que me gustas tú, Zach es solo un amigo

Sus cejas se alzan ante mis palabras en el preciso momento en el que me doy cuenta de mis palabras, sintiendo mis mejillas arder cuando el vuelve a sonreír de manera engreída.

—Finalmente lo dices en voz alta —dice acercándose.

Retrocedo un paso y alzo mi mano para hacer que él se detenga.

—Eso no importa Sebastian. Dejaste claro ayer que lo que sea que sucedió en el pasado, tú sigues allí, aferrado a ello

Lo veo negar con la cabeza.

—Lo que te dije fue cierto Alice, y esa chica ya no significa nada para mí, pero eso no quiere decir que mi resentimiento hacia Lewis haya disminuido y menos cuando puede volver a hacerme lo mismo

—Por supuesto que no... —me interrumpo a mí misma cuando estornudo de nuevo.

Sebastian se apresura hacia mí, cierra la puerta y me estrecha entre sus brazos.

—No creo que la brisa fría de la noche te ayude a mejorar

—Y yo no creo que debas estar abrazándome en este momento —murmuro contra su pecho, aunque no hago ningún intento por separarme de él.

Se siente bien estar entre sus brazos.

Se siente bien sentir su calor corporal.

Se siente bien escuchar los latidos de su corazón.

Sé siente bien la manera como nuestros cuerpo parecen encajar a la perfección juntos.

—Admite que te gusta que te abrace, justo como acabas de admitir que yo te gusto

Me quedo en silencio unos segundos para no volver a arrepentirme luego de mis palabras mientras Sebastian frota sus manos sobre mi espalda, sin embargo, debo continuar hablando. No puedo permitir que ocurra como la primera vez: dejarme convencer demasiado rápido de estar con él.

—No me gusta tener que elegir —digo separándome de él lo suficiente para mirarlo a los ojos—. Mucho menos cuando me obligan, como tú lo hiciste

—Necesito que me entiendas aquí —me pide Sebastian tras lamer sus labios—. Sabes perfectamente lo que sucedió y aun así constantemente pareces elegirlo sobre mi ¿cómo crees que me hace sentir?

—Y ahora te pido yo a ti que me entiendas —digo alejándome—. Zach es mi mejor amigo, sé que con él puedo contar siempre en cambio tu... Apenas te conozco y... Y ni siquiera sé dónde estoy parada contigo, Sebastian

Su ceño se frunce.

—¿De qué hablas?

—Qué todo lo que sé sobre ti, en su mayoría se debe a lo que otras personas me han dicho. Zach, Alina, y... —clavo mis ojos en él— simplemente no sé qué pensar

—Ese es precisamente tu problema Alice, todo lo piensas, todo lo analizas —sus brazos se alzan con exasperación—. Cuando solo debes dejarte llevar por lo que sientes, y sé perfectamente que si te dejarás llevar por lo que sientes, seguirías entre mis brazos ahora

—¿Y luego qué, Sebastian? ¿En qué me convertiría estar entre tus brazos? Porque según sé, tienes una novia llamada Blaire —de nuevo, hablo sin pensarlo demasiado pero es algo que si bien evite preguntar la noche en el acantilado, es algo que no debo seguir posponiendo más.

A pesar de lo que dijo Alina.

A pesar de lo que diga mi corazón.

Había muchas cosas que aclarar antes de continuar con algo entre nosotros, y no puedo permitir que mi juicio se nuble otra vez por sus palabras y sus besos.

—Blaire no es mi novia —espeta Sebastian de inmediato.

—No, sólo es un simple ligue —siseo decepcionada—. Alina me lo contó

—Tu hermana parece siempre estar más que dispuesta a dar información ¿no? —afirma con ironía.

—Tú mejor que nadie lo sabes teniendo en cuenta que gran parte de lo que sabes de mí te lo contó ella

Sebastian no dice nada, y el silencio solo es interrumpido por las voces del televisor y por un nuevo estornudo de mi parte. De nuevo cubro mi nariz y repentinamente, me siento hambrienta, cansada y con unas ganas inmensas de echarme a llorar. Que Sebastian continúe estudiándome con la mirada sin hacer un amago por aclarar lo de sus ligues no me hace sentir mejor en absoluto.

—Creo que es mejor que te vayas —hablo de nuevo—. Esta conversación no está yendo a ningún lado, me duele la cabeza, estoy hambrienta y cansada así que...

—Te haré la cena —me interrumpe.




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