Mil razones para dejarte ir.

32. Toque de queda.

—Explícame ¿por qué subimos a las sillas voladoras de nuevo? 

El rostro de Sebastian está más pálido que la vez anterior y me preocupa que esta vez realmente llegue a vomitar. 

—Porque quisiste subir de nuevo para probarte a ti mismo que podías 

—En ese caso soy un jodido idiota —espeta tomando una profunda respiración. 

Me acerco a él y lo tomo del rostro.

—Abre los ojos. Mírame —exijo—. Bien, así. Fija tu vista en mi y toma profundas respiraciones —explico cuando me mira y comienzo a tomar yo misma las respiraciones para que él me imite. 

Él lo hace lo cual agradezco, porque no quiero que termine con su comida fuera de su estómago por mi culpa. Además que no hay nada más horrible que vómitar en público y no tener luego con que lavarse los dientes. 

Sin embargo, ha medida que Sebastian inhala y exhala como le indico, el color comienza a volver a sus mejillas poco a poco. 

—¿Mejor? 

Él asiente. 

—Gracias por no dejarme hacer el ridículo —murmura Sebastian sacudiendo su cabeza.

—Vomitar no es hacer el ridículo, y la mayoría de personas lo hacen en realidad 

—No pienso montarme una tercera vez para probarlo 

Le sonrío. 

—Por mi está bien 

Sebastian saca su IPhone del bolsillo de su pantalón y solo lo mira antes de volver a guardarlo. 

—¿Lista para irnos? —pregunta mientras toma mi mano, entrelaza nuestros dedos y comienza a caminar. 

Saco de mi bolsillo trasero mi IPhone para verificar la hora.

—Aún no son las ocho y media —comento—. Creo que podríamos quedarnos un poco más. Aún no como algodón de azúcar 

Él ríe, sacudiendo su cabeza. 

—¿De verdad piensas en comer después de subir en esas sillas? 

—Aquí el de estómago débil eres tu, no yo 

—Eso fue un golpe muy bajo —murmura Sebastian, sin embargo, esta sonriendo—. De acuerdo Alice, vamos por tu algodón de azúcar pero luego nos vamos. Hay un toque de queda que respetar ¿recuerdas? 

Ante la mención, mi sonrisa se borra.

En un principio creí que sería tiempo suficiente, pero una vez estuve con Sebastian, el tiempo se pasó demasiado rápido.

—Está bien —concedo.

Caminamos hasta el puesto de algodón de azúcar en silencio donde Sebastian pide un solo algodón de azúcar. Que terminamos compartiendo a pesar de que casi vomita minutos antes, mientras caminamos hacia la motocicleta, donde lo terminamos de comer. 

—¿Lista?

Asiento a la pregunta de Sebastian y él me tiende el casco, pero antes de que pueda colocarmelo, se inclina sobre mi y une nuestros labios.

Jadeo sorprendida ante su rápido movimiento, tanto que el casco termina cayéndose de mis manos para poder posar estas en el pecho de Sebastian, quien me rodea con sus brazos para sostenerme contra él mientras desliza su lengua en el interior de mi boca.

Puedo degustar a la perfección el sabor dulce del algodón de azúcar unos segundos antes de que sus suaves labios succionen mi labio inferior para luego tirar de éste con sus dientes, enviando algo parecido a una descarga eléctrica por todo mi cuerpo. 

—Te debía un beso —musita Sebastian contra mis labios—. No quise dártelo junto a un bote de basura y estoy seguro de que no podré besarte de este modo frente a tu casa

—No —concuerdo sin abrir mis ojos, intentando atraerlo hacia mí de nuevo.

—Tenemos que irnos si no quieres llegar tarde —me corta Sebastian antes de que podamos besarnos de nuevo. 

Abro mis ojos a regañadientes pero asiento, soltando mi agarre sobre su camisa.

—Tienes razón

Sebastian toma el casco que he dejado caer al suelo y me lo tiende, con esa sonrisa arrogante que lo caracteriza.

—¿Tienes ganas de besarme otra vez, Alice?

—Ya no —resoplo colocandome el casco.

—Eres realmente mala mintiendo

—Y tu realmente malo siendo modesto

Sebastian ríe antes de colocarse el casco. Tomo asiento detrás de él y envuelvo su cintura con mis brazos, esperando a que arranque. Él lo hace tras colocarse su casco y comienza el camino de regreso a casa.

Es exactamente el mismo que recorrimos para llegar a la feria, pero en la oscuridad de la noche, luce completamente distinto. Y a decir verdad, parece como si fuéramos a menor velocidad, pero quizás son sólo ideas mías. Me concentro en el calor que emana del cuerpo de Sebastian para no sentir demasiado el frío de la noche, aferrandome a él con fuerza.

Cuando llegamos a casa, me quedo un segundo más de la cuenta sujetándolo, hasta que Sebastian gira un poco su cabeza en mi dirección.

—Por mucho que me agrade la posición en la que estamos, creo que deberías bajar

Siento mis mejillas arder al entender porque lo dice. Así que me apresuro a bajar, mientras finjo una calma que realmente no estoy sintiendo. Me deshago del casco y se lo tiendo, ante su mirada espectante.

—¿Tu no bajas?

Él sacude la cabeza antes de quitarse el casco.

—Si me bajo te besaré, si te beso, probablemente estemos aquí un rato más y si mis cálculos no me fallan, estas a punto de convertirte en calabaza

Sonrío ante su pequeña e inocente broma, que no tiene absolutamente nada que ver con su anterior frase.

—De acuerdo —musito—. Supongo que te veré el lunes entonces

Sebastian asiente y siento que es la señal para que me marche, aunque para ser honesta, me decepciona un poco que una tarde tan perfecta termine de esta manera y maldigo a mi toque de queda en silencio. 

Pero cuando voy a voltearme, él me sujeta de la mano.

—Lo siento —musita.

Mi ceño se frunce.

—¿Por qué?

—Porque conduci lo más lento que pude de camino aquí. Si ya te has pasado del toque de queda, podria ser por mi culpa

Mis ojos se abren.

Así que no fueron ideas mías. Él realmente iba más lento.

—¿Por qué conducias más lento?




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