Mil razones para dejarte ir.

36. A solas.

—Alice

—¿Si?

—Ya estamos aquí —comenta Sebastian.

Lo sé, reconozco la casa a pesar de que esta vez no está repleta de adolescentes entrando y saliendo de ésta.

—Lo supuse en cuanto detuviste la motocicleta —comento.

—¿Y quieres entrar o como a mi te gusta la posición en la que estamos?

Mis mejillas se calientan y de inmediato dejo de abrazarlo, ganándome una risa de su parte.

—Solo bromeo

—Lo sé —miento mientras me bajo de la moto—, solo no quería seguir abrazándote

Me deshago del casco y acomodo un poco el cabello de mi coleta antes de tendérselo.

Sebastian sonríe con prepotencia mientras toma mi casco y lo deja junto al suyo para bajar de la moto. Toma mi mano, logrando que mi cuerpo se estremezca ante el contacto y comienza a caminar por el camino de entrada hacia la casa de tres plantas.

—¿Estas nerviosa? —cuestiona sin mirarme.

—No ¿por qué habría de estarlo?

—Es lo que me gustaría saber

—No estoy nerviosa —aseguro.

Él se detiene cuando estamos a punto de llegar al umbral de la puerta y se voltea para mirarme.

—Tu cuerpo me indica otra cosa, lo que no entiendo es ¿por qué? Ya hemos estado a solas antes, en tu casa, si es eso lo que te tiene así

Había pensado en esa noche en mi casa. Todo el trayecto de casa de Gabe a ésta lo hice, repitiéndome una y otra vez que sería exactamente igual. Solo que hoy le ayudaría a estudiar, mientras esa primera noche, solo hablamos y vimos televisión antes de quedarnos dormidos en el sofá.

Aunque, no puedo negar que las cosas han cambiado.

Esa noche, en mi casa, no sentí la necesidad tan abrumadora de querer tener más de él, de que un beso no era suficiente y de que la ropa que llevaba puesta estaba estorbando. Eso lo sentí esta noche, en la habitación de Gabe.

Es por eso que estoy nerviosa, pero no voy a decírselo.

—Quizás es el hecho de que en mi casa siento la seguridad que te brinda lo conocido —improviso de pronto.

—Creí que había quedado claro que no soy un acosador, ni un asesino —musita él.

—Está más que claro —no puedo evitar sonreír ante su broma—, pero recuerda que no suelo salir mucho de mi casa

—Te prometo que puedes sentirte tan segura aquí como en tu casa —asegura mientras rodea mi rostro con sus manos—. Te prepararé un sándwich de queso y todo

Río, relajándome un poco.

—De acuerdo, me has convencido con el sándwich

—Debí haber comenzado por allí antes

Sebastian vuelve a voltearse, busca las llaves en su bolsillo y desliza una llave en la cerradura de la puerta de madera doble. Esta hace clic y se abren con un leve empujón de su parte, permitiéndonos entrar a una iluminada estancia.

Leves recuerdos llegan a mí de la última vez que estuve aquí, pero como sucede con el exterior, el interior se ve completamente distinto sin adolescentes aquí dentro.

La sala es bastante amplia, casi el doble del tamaño de la mía.

En una zona hay muebles color vino alrededor de una mesa de café que justo ahora contiene varios libros y folios abiertos, y al fondo hay más sofás y sillones, esta vez de color azul muy profundo, que se encuentran frente a un gran televisor de pantalla plana.

Las paredes son blancas como las del exterior y están decoradas con bonitos cuadros y lo que parecen ser retratos familiares. Y la pared del fondo es completamente de vidrio, que da a un iluminado patio trasero donde puede verse lo que parece ser una piscina, que no recuerdo haber visto la primera vez pero el poco tiempo que estuve aquí, estuve en la cocina con Zach.

—Qué bonita casa —musito mientras me adentro un poco más—. Es inmensa

—Ideal cuando de fiestas se trata —bromea Sebastian detrás de mí.

—Honestamente no me fije en qué tan grande era la primera vez que estuve aquí —confieso—. Ni siquiera me fije en qué tenías piscina

—Puedes venir a nadar conmigo cuando te apetezca

—No ahorita. Estamos en otoño —le recuerdo.

—Puede controlarse la temperatura del agua así que si, en otoño y cuando quieras

No respondo, pues estoy intentando conseguir un retrato familiar de Sebastian con sus padres sin que él lo note, pero la verdad es, que no logro encontrar ninguno desde mi posición y desisto de la idea, fijando mis ojos en los libros que descansas sobre la mesa.

—Estuviste estudiando hoy —afirmo.

—Un poco, en la mañana

Tomo uno de los folios y veo su caligrafía.

La guerra fría —leo antes de fijar mis ojos en los suyos—. ¿Listo para continuar?

—Siempre —asegura acercándose a mí.




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