Mil razones para dejarte ir.

42. En mis manos.

—Hola —musita Alina sonriendo.

Suspiro, volviendo a cerrar mis ojos.

—¿Por qué estás aquí?

—Porque tú no estás abajo, no bajaste a desayunar, lo que es extraño. En realidad, has estado extraña desde anoche ¿pasó algo?

¿Le cuento?

¿Le digo que desde que Sebastian me dejó en casa anoche, no hago más que pensar una y otra vez en él?

¿Le confieso que no tengo idea de qué haré con respecto a lo que me dijo?

Sebastian no llamó, ni escribió luego de dejarme aquí y creo que es lo mejor. Tenía la razón al decir que podría influir en mi decisión, porque cada vez que pienso en todo lo que hicimos, mi corazón se acelera y quiere aferrarse a eso. Por lo que si en este momento escuchase su voz, todas las razones que tengo para dejarlo ir se irían a la mierda.

¿Y es eso lo que quiero? ¿Dejarlo ir?

—¿Alice? —insiste Alina.

—Creo que terminé con Sebastian —susurro—. Terminé algo que nunca inicio en realidad

—Alice...

—Lo intenté —la interrumpo—. Intenté ser tan valiente como tú Alice y solo disfrutar de lo que me hacía sentir pero no pude... No pude continuar hasta el final

Abro mis ojos para encontrar viéndome con pesadez.

—Nunca te dije que fueras como yo —murmura—. Tenías que ser tú, siempre tienes que ser tú

—Por una vez no quería serlo. Quería dejar de pensar y solo sentir, dejarme llevar sin pensar demasiado en las consecuencias

—Puedes hacer eso sin dejar de ser tu Alice

—Igual ya nada importa. Se acabó —decirlo duele más de lo que creí que dolería.

Entierro mi cara en mi almohada.

—Espera, necesito más información aquí —exclama—. ¿Qué fue lo que sucedió?

—No quiero hablar de eso

—Tendrás que hacerlo, es necesario. Soy tu hermana y debo saber esta clase de cosas.

Despego mi cabeza de la almohada para verla de manera burlona.

—No actúes como la hermana mayor aquí

—Tengo que hacerlo cada vez que necesitas de mi sabiduría

Blanqueo los ojos pero termino sonriendo ante sus palabras, incorporándome hasta estar sentada contra el cabezal de la cama.

—Y eso parece ser muy seguido últimamente

—Solo porque has decidido explorar el terreno de las relaciones después que yo —Alina se acomoda junto a mí—. Así que dime ¿qué sucedió?

—No pude tener sexo con Sebastian —admito—. Todo iba muy bien, las cosas estaban surgiendo con naturalidad pero de pronto me congele y no pude seguir

—¿Por qué, Alice? —me cuestiona Alina—. Me habías dicho que te gustaría hacerlo

—Sí, sé que lo dije. Pensé que eso era lo que quería pero en realidad, creo que necesito algo más que una simple atracción física para llegar a ese punto

Alina toma una profunda respiración antes de asentir.

—¿Se lo dijiste a Sebastian?

Asiento.

—Lo hice, también le pregunté tres veces que sentía por mí y no fue capaz de responderme

Es lo que más me duele de todo esto. Él nunca pudo responder mi pregunta.

—¿Y qué te dijo entonces?

—Qué quizás merecía algo mejor pero que eso no significaba que él iba a hacerse a un lado y que por eso dejaba la decisión de continuar o no en mis manos

—Mierda —susurra—. De verdad que estas en medio de un gran drama ¿no?

—Al parecer

Tantos años evitando esta clase de cosas para terminar cayendo de lleno en ello.

—Creo que deberías volver a hablar con él, Alice

Mis ojos se abren ante las palabras de Alina.

—¿Qué?

—Estoy segura de que en ese momento ambos tenían un montón de sentimientos a flor de piel Alice y cuando eso sucede, podemos decir cosas que no queremos decir. Te lo puedo asegurar con creces

Flexiono mis piernas para abrazarlas.

—No sé si eso cambiaría en algo las cosas, además, él no quiero hablar conmigo

—¿Ah, no?

—Dijo que no quería influenciar en algo mi decisión

Alina rodea mis hombros con su brazo.

—Pues creo que eso te responde en cierto modo lo que le preguntaste Alice

Mi ceño se frunce.

—No entiendo

—Sebastian, como todo hombre, es una criatura básica pero al mismo tiempo, un grandísimo idiota. Creo que no existe ningún hombre que no tenga esos dos genes en su organismo, a excepción de papá, por supuesto

Parpadeo sin entender que dice, haciendo que ella sonría.

—¿De dónde sacas esa teoría?




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