Mil razones para dejarte ir.

50. Huir.

—Alice —exclama ella sin preocuparse por cubrirse—. Creí que era la pizza, no tú

Solo puedo quedarme allí, observándola, sin ser capaz de decir una sola palabra. Eso parece complacerla, porque su sonrisa se ensancha y sus ojos chocolate tienen un brillo de triunfo y con toda razón.

La que está fuera de lugar aquí soy yo.

La que está sobrando aquí soy yo.

La que está haciendo el papel de estúpida soy yo.

La que está sintiendo su corazón romperse en miles de pedazos soy yo.

—¿Necesitas algo? —me cuestiona Blaire al ver que sigo sin decir nada.

—Yo... Yo no... Esto... —no soy capaz de decir nada coherente.

El nudo en mi garganta se acrecienta cada vez más, la opresión en mi pecho también, mis ojos comienzan a llenarse de lágrimas y me temo que si continúo aquí, Blaire tendrá una razón más para burlarse de mí aparte del hecho de que Sebastian me plantó por ella.

—Será mejor que te vayas —espeta Blaire simplemente—. Deje a Sebastian justo cuando comenzaba la diversión, si sabes a lo que me refiero

Por supuesto que lo sé. Como si su leve desnudez no fuese lo suficientemente hiriente ella recalca lo obvio.

—Solo lo dejé porque pensé que era la pizza que encargamos —prosigue ella—, pero si no regreso ya podría enfadarse

—¡¿Blaire?! ¡Vuelve aquí! —la voz de Sebastian resuena a través de mí como si se hubiese puesto de acuerdo con Blaire para decirlo justo cuando ella termina de hablar.

Blaire se encoge de hombros.

—Bueno, creo que no puedo seguir aquí —ella retrocede y hace amago de cerrar la puerta pero al último segundo, vuelve a abrirla del todo—. Por cierto Alice, no es nada personal. ¿Recuerdas que una vez te advertí que él volvería a mí? Pues ese día finalmente ha llegado

Un sollozo se escapa de mis labios y antes de que las lágrimas que ya no pueden ser contenidas, salgo corriendo de allí antes de romper en llanto delante de Blaire.

Corro, corro lejos de ella, de la casa, de Sebastian y de todo. Corro calle abajo, por las oscuras calles, sin un rumbo fijo, mientras las lágrimas resbalan por mis mejillas y nublan mi visión. Continúo corriendo a pesar de eso, porque quiero huir, quiero alejarme todo lo que pueda de esto que me está carcomiendo por dentro, a pesar de saber que independientemente donde vaya, seguirá junto a mí.

Huir de mis sentimientos ¿se puede?

No. No se puede.

No importa que tan rápido corra ni que tanta distancia ponga entre Sebastian y yo, los sentimientos continúan allí, ahogándome.

Sollozo de nuevo, cerrando mis ojos. Mi pie tropieza con algo y caigo de golpe al suelo. Un dolor se expande por mis manos y mi rodilla derecha, pero es insignificante comparado con el dolor que siento en mi pecho y en mi estómago. Sollozo con más fuerza, sin intentar en absoluto levantarme del suelo, simplemente me quedo allí, escuchándome a mí misma sollozar y jadear con fuerza, sin importarme que alguien pueda molestarse porque estoy arruinando su jardín.

La imagen de Blaire apareciendo en la puerta de Sebastian, así como también la imagen de ella tocándole esta mañana en la escuela no ayudan en absoluto a que mi llanto aminore.

Me siento en el suelo y me quito las gafas, para apoyar mi rostro contra mis rodillas, ahogando un poco el sonido de mi llanto, que continúa un par de minutos más, siendo en momentos más intenso que en otros, cuando recuerdos de Sebastian junto a mí en momentos felices pasan como flashes en mi mente. Recordándome que todo es extremadamente efímero y que él tuvo razón al decir que mis sentimientos no son más que una pérdida de tiempo.

Lo fueron, no sirvieron para nada. Excepto para una cosa: alejar a Sebastian.

Limpio mis lágrimas con el dorso de mis manos, a sabiendas de que las palmas deben tener al menos un poco de sangre. El llanto ha disminuido hasta ser un simple susurro en la oscuridad, donde las lágrimas de nuevo se agrupan en mis ojos y salen sin mi consentimiento. El dolor continúa instalado en mi pecho y sé que no se irá, no en los próximos minutos, sin embargo, logro controlar mis sollozos y trato de concentrarme en examinar mis palmas para no seguir pensando en nada más.

Puedo ver diminutas piedras incrustadas en mi piel y sangre y tierra junto a éstas. Miro a mi alrededor y no logro ubicarme en absoluto donde estoy, ni que tan lejos pude llegar al alejarme de la casa de Sebastian, donde dejé mi bicicleta.

—Mierda —gimo con frustración.

Vuelvo a limpiar mis lágrimas, me coloco las gafas y me pongo de pie. Una punzada de dolor se dispara a través de mi rodilla derecha y al comprobar, mi jean está roto, hay algo de sangre manchándolo y me duele al presionar la pierna contra el suelo, enviando mi idea de caminar hasta casa andando.

Una risa gutural se escapa de mis labios, amarga y que vuelve a llevarme al borde del llanto, al ver en la situación en la que me encuentro por culpa de hacer caso a lo que todos me dijeron y dejarme llevar con Sebastian. Debí haberlo ignorado desde un principio, debí continuar con mi vida como estaba planeada. En este momento estaría en casa, con mi pijama y sin un ápice de dolor físico o psicológico en mi cuerpo.




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