Mil temores

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Lilieth

Hace un par de meses que, después de terminar mis prácticas profesionales, me gradué con honores de la universidad como Administradora de empresas. Sin embargo y contrario a lo que me imaginé, no he podido encontrar trabajo en ninguna parte. Intenté entrar a una empresa comercializadora de ropa femenina como vendedora, o en alguna vacante más acorde a mis estudios, pero fui rechazada con la excusa de tener un perfil muy alto para el puesto. Aun así, me di cuenta que quienes se quedaban con el trabajo eran el mismo prototipo de mujer: alta, delgada y con un cuerpo moldeado.

¿Querían una vendedora o una modelo?

No voy a decir que soy hermosa igual que ellas, aunque sí tengo lo mío. Soy trigueña, cabello castaño, bastante rizado, de estatura promedio, complexión normal y mis ojos son color entre verdes y miel. Soy más de ese prototipo de chica simpática, que resalta más por su personalidad y sentido del humor que por su físico. Soy extrovertida, pero no al grado de parecer coqueta como aquellas chicas.

Prefiero ser reservada, me encanta encerrarme en mi apartamento a disfrutar del café, un buen libro o una película de terror. No soy de fiestas, ni discotecas y lugares demasiado ruidosos. Puedo socializar, no se meda mal, todo lo contrario, pero no significa que lo haga con regularidad. ¿Es eso malo?

La cosa es que cierto día, Karin, mi mejor amiga y casi hermana, me visitó de forma sorpresiva como casi siempre hace. Llegó con su muy amplia y pícara sonrisa, con bolsas llenas de comida, chucherías en realidad, y nos acomodamos en el sofá de la sala a ver una película que ella misma llevó, «Hasta que el cuerpo aguante».

—Me encanta esa mujer, por ella sería lesbiana —exclamó Karin—. Scarlett Johansson es mi crush, en definitiva, lo es.

—A ti te gustan todos, tienes como mil crush diferentes —repliqué entre risas.

—Pero tengo, no como tú, amargada insensible —se quejó.

—¿Y a ti quien te dijo que no tengo un crush? —le miré con reproche.

—Tu actitud y mal humor lo dice todo —enfatizó señalando mi rostro.

—Eso no tiene sentido, mi amargura se debe a otra cosa —suspiré de cansancio.

—Lilieth Martínez, me haces el favor y dejas esa cara —me riñó con seriedad, pellizcando mis cachetes sin fuerza—. No vine para verte deprimida, quiero que te diviertas, que sonrías. En serio, amiga, no me gusta verte así.

—Sabes que no es por elección propia —expliqué recostando mi cabeza en sus piernas—, si no consigo trabajo en menos de un mes, estaré en muy serios problemas.

—¿Sabes? —sonrió con picardía y seguridad—. No sé por qué, pero tengo un muy buen presentimiento, las cosas a partir de hoy serán diferentes para ti.

—¿En serio? —dudé.

—Llámame bruja, pero de verdad estoy segura, lo siento en mis huesos.

—No te llamaría bruja, te llamaría a un psiquiatra porque esos son síntomas de esquizofrenia —me burlé, recibiendo su reprimenda a almohadazos.

Deseé que eso fuese verdad, lo que necesitaba en ese momento era mejorar mi suerte y un buen trabajo, de lo contrario no tendría con qué pagar el alquiler y tendrían que echarme. De ser así, mi única opción sería regresar con el rabo entre las patas y aguantar las humillaciones de mi padrastro, porque sinceramente mi madre jamás haría algo para defenderme. Y como por obra del espíritu santo, sus buenos deseos se cumplieron mejor de lo que esperaba.

¿Y si de verdad tenía la intuición de una bruja?

Una semana de nuestra reunión improvisada y de haber mandado más de cincuenta correos postulando mi currículo, recibí una llamada de una empresa de comunicación. Necesitaban una persona para trabajar en el área de Marketing, justo mi especialidad.

De inmediato la llamé, me ayudó a elegir el atuendo adecuado, ensayamos lo que con toda probabilidad me preguntarían y preparé mi currículo. Todo estaba listo para el gran día, esa era una oportunidad que no podía dejar pasar.

El día llegó y los nervios hicieron su aparición, pero me obligué a tranquilizarme y respirar profundo. El día estaba esplendido, el sol radiante, las nubes esponjosas en el cielo haciendo sombra, la suave brisa que refrescaba la mañana y sin tráfico, que era lo más milagroso que había visto en esta ciudad, aún más siendo hora pico.

Mi cita estaba programada para las 13:20, llegando justo diez minutos antes. Al pasar, me atendió una muchacha no mayor que yo. La entrevista transcurrió normal, preguntas iban y venían, algunas como las había ensayado, sin nervios ni presiones, como si solo fuese una conversación entre dos amigas.

Me preguntaba cosas sobre mi perfil profesional y personal, mis estudios, sobre mi proyecto de vida y mis pasatiempos, y la verdad nada de eso lo ensayé, pero las respuestas fluyeron de mí tan natural como si lo hubiese hecho miles de veces. Al finalizar la entrevista, la chica solo me dijo:

—El día de mañana vas a ir a esta dirección, debes llegar a las ocho de la mañana en ayuno para hacerte estos exámenes médicos. —Me dio varias órdenes médicas y un folleto de la empresa—. Suele demorarse un poco, un par de horas como mucho, pero los resultados llegan directo acá. Dependiendo de eso, te estaremos llamando dentro de dos días para firmar contrato. Felicidades, por ahora tienes el puesto.




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