Lilieth
A las seis de la mañana me levanté, bañé y vestí lo mejor que pude. No sabía a donde iríamos, pero traté de parecer casual y despreocupada. Un jean azul oscuro, una blusa holgada color crema y sandalias negras, agregado a esto mi maquillaje suave y una cola de caballo adornada con un pequeño gancho en forma de flor. A las ocho exacto llegué a la dirección acordada, siendo una estación de transporte intermunicipal.
—Hola, preciosa. —Jordan susurró a mi oído abrazándome por la espalda—. Te ves hermosa.
—Me asustaste —dije entre risas, girando para quedar frente a frente—, eres un cretino…
Interrumpió mi infantil queja con un dulce y suave beso, llevando su mano a mi nuca para acercarme más a él. Sus labios atraparon los míos con delicadeza, llenándome de una deliciosa sensación de calor que recorría mi cuerpo entero quedándose en mi corazón.
—¿Lista para divertirte? —preguntó sonriente, su rostro aún muy cerca del mío.
—Sí, siempre lista —susurré aún embelesada.
Nos embarcamos en un viaje en bus de unas dos horas, tiempo en el cual charlamos viendo una película en el pequeño televisor del asiento de enfrente. Al llegar me fijé que se trataba de un parque, con canchas para diferentes deportes, muros de escalar e incluso paintball.
—¿Paintball? Genial —exclamé emocionada.
—¿Si ves? Te dije que te iba a encantar —dijo con satisfacción abrazándome por la cintura, ocultando su rostro en el espacio de mi cuello.
Nos registramos en la entrada, y empezamos nuestro día de juegos. Primero y por petición mía, escalamos el enorme muro de quince metros de altura. Me burlé cada vez que resbalaba y caía al vacío, quedando colgando del arnés de seguridad como un muñequito.
Caminamos un rato inspeccionando las demás atracciones, viendo la gran extensión y belleza del lugar, era impresionante. Nos decidimos por manejar bicicleta, recorriendo y haciendo una que otra competencia en el viaje. A medio día almorzamos en el restaurante de comida italiana, donde a pesar de mi insistencia por dejarme pagar por lo menos eso, ordenamos lasaña de pollo y queso. Mi mayor fantasía culinaria.
Decidimos reposar la comida viendo una obra de teatro organizada dentro del parque, sobre la historia del semidiós y héroe griego Perseo, hijo de Zeus. Nos reímos por las bromas y chistes que representaban los actores, quienes al final permitieron que los espectadores se tomaran fotos con ellos.
Sin dudarlo, aprovechamos la oportunidad, no nos íbamos sin tener una con el atractivo protagonista, Perseo. Después de eso practicamos un poco de tiro al blanco, no sin antes recibir un par de rápidas instrucciones. Su venganza llegó, burlándose de mi pésima puntería.
A eso de las tres de la tarde, un grupo de chicos estaba a punto de entrar a la nueva sesión de paintball, y al parecer la última del día.
—Disculpen, ¿ya están completos? —Jordan se acercó sonriente a un chico un poco mayor que nosotros y expresión más seria—. También queremos jugar, pero no tenemos equipo, solo estamos los dos.
El chico lo miró fijamente con algo de duda, desviando la mirada a mí, justo detrás de él.
—Claro —contestó sonriente—, seremos hombres contra mujeres.
—Interesante. —Jordan y yo comentamos al mismo tiempo.
Recibimos nuestro equipo, escuchamos con atención las indicaciones y el objetivo del juego. Solo debíamos tratar de robar la bandera del otro equipo y, por obvias razones, eliminarlos en el camino. Nada de golpes directos, ni ningún otro tipo de trampa.
—¿Están todos listos? —preguntaba el instructor y arbitro.
—Sí —contestamos al unísono.
Fueron entrando uno tras otro al campo de batalla, esparciéndose por el lugar según las estrategias acordadas con sus respectivos equipos. Estaba nerviosa, era la primera vez que jugaba aquello y no quería pasar vergüenza, menos delante de Jordan.
—No te preocupes —comentó aquel chico con una sonrisa ladeada—, te trataré bien.
Se alejó sin dejar de observarme, sonriendo y terminando con un guiño de ojo. La sorpresa no cabía en mí, ¿había visto bien?
—¿Está prohibido dispararle a alguien de tu mismo equipo? —indagó Jordan llegando a mí.
—No dijeron nada al respecto —contesté, notando que estaba de verdad molesto—, ni dicho lo contrario.
—Perfecto, será solo un pequeño fallo de puntería —aseguró.
Me dio un suave beso en los labios y se dirigió a su puesto, aún con el ceño fruncido y la molestia reflejada en su rostro. Sería emocionante decir que la sangre corrió a raudales, pero más bien fue pintura. No le atiné a nadie, pero si evité morir y rescaté la bandera. Muy a pesar de los hombres, nosotras ganamos. Fue realmente divertido, habiendo logrado su cometido, ya que aquel chico salió con algunos manchones de pintura azul, su mismo color.
Por más que me hubiese gustado seguir viendo su ataque de celos, lo tierno que se veía al querer protegerme de las garras coquetas del desconocido, me vi obligada a llevarlo lejos de allí. El hambre nos ganó y decidimos desistir de una revancha a muerte, todo o nada.
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Editado: 11.07.2025