Mil temores

Epílogo

Jordan

Las últimas dos semanas habían sido una completa tortura para mí, me arrepentí por ser tan cobarde, por hacerla sufrir sin necesidad. Más todavía después de las advertencias de Camilo, ya era tarde para eso, porque debí ponerle más coraje al asunto desde el inicio.

Tenía todo el derecho de reaccionar así, de odiarme por lo que omití, en especial después de tener la versión de la peor persona posible, Mia. Está demás el saber que desde que me enteré de eso, de su traición, su sola existencia era un mal recordatorio y por ello, la había dado por muerta en mi lista de amigos. Por muy enamorada que supuestamente diga estar de mí, no iba a perdonar esto.

Aun así, no podía evitar sentirme tan frustrado al no recibir respuesta, absoluto silencio y nada más. Necesitaba hablarle, quería explicarle las cosas como eran en realidad, pero me era imposible. Incluso Camilo y Diana intentaron hacerlo, pero recibieron la misma negativa de su parte.

Me sumí en una depresión profunda, mis ganas de hacer cualquier cosa se esfumaron, no quería dormir, no quería comer, no quería mover ni un solo musculo de mi cuerpo, incluso el respirar me parecía innecesario. Pero al parecer mis plegarias fueron escuchadas, una suave y dulce voz me llamó desde la sala de mi casa. Lilieth había regresado a mí. Mi felicidad estaba siendo restaurada, el amor de mi vida estaba dispuesta a escuchar y perdonar mis errores.

Nos quedamos profundamente dormidos después de muchos y ricos besos, caricias y algunos suaves mordiscos. Logré descansar después de muchas noches en vela, después de tantas pesadillas y temores. Desperté un tanto confundido, un leve dolor de cabeza estaba surgiendo, pero el recordar que ella estaba de nuevo a mi lado me reconfortaba.

Al abrir los ojos solo abrazaba una almohada, un terror incontrolable se apoderó de mi pecho, mi respiración y frecuencia cardiaca se aceleraron y las lágrimas salían sin control.

—¡No! ¿Todo fue un sueño? —susurré con voz quebrada.

Había algo diferente en la habitación, todo estaba perfectamente ordenado y limpio, de la cocina provenía un delicioso olor a comida y una suave melodía. Me levanté con rapidez ignorando las punzadas en mi cabeza, dirigiéndome a la cocina solo para verificar lo que deseaba ver con desespero.

Y en frente de mí, estaba la perfección encarnada. Lilieth seguía con mi ropa puesta, estaba de espaldas a mí cocinando y moviendo con sensualidad sus caderas. El alivio llegó a mí como una suave brisa que refrescó mi alma, invadiéndome de calma y felicidad.

Me acerqué a ella por su espalda, abrazándola con ternura. Y aun con vestigios de ese miedo infundado que me sobresaltó, sollocé sin control sobre su hombro. Preocupada por mi reacción, giró su cuerpo para quedar frente a mí.

—¿Qué tienes amor? —preguntó acariciando mis mejillas.

—No te vi al despertar y creí que todo había sido un sueño —susurré acercando mi rostro al suyo—, tenía miedo de perderte otra vez.

—Nunca más me iré, siempre estaré contigo —susurró con dulzura—. Ya todo pasó, de ahora en adelante no más secretos, ¿sí?

—Te amo, mi princesa —susurré sobre sus labios.

Sus suaves labios se fundieron con los míos, mis manos se dirigieron automáticamente a su espalda, acariciándola mientras bajaba a su cadera sosteniendo sus firmes glúteos, para poder cargarla y subirla al mesón. Después de apagar la estufa, de incontables besos, la pasión se desató como si fuese la primera vez, llena de amor y ternura.




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