Milagro antes de las doce

Solo, triste y abatido

 

Arturo Rivera miraba desde su elegante silla, el calendario era 23 de diciembre, sus empleados hacía apenas unas horas se habían despedido con gesto agradecidos por permitirles esa semana de vacaciones para que puedan estar con su familia, solo el viejo Harold no se iba, ya que no tenía familia, pero salía a beber en los bares aprovechar que su jefe se lo permitía y el jardín estaba cubierto de nieve.

Arturo Rivera era un hombre frío y se podría decir que sin corazón, pero esto no era por elección cuando tenía apenas 17 años su casa se incendió el trato de ayudar a su madre y su hermana, pero todo fue en vano ambas murieron asfixiada y gracias a la rapidez de los bomberos Arturo estaba vivo, pero tenía más del 80 % de su cuerpo quemado convirtiéndolo en lo que muchos llaman monstruo, debía esperar unos años para empezar a tener cirugías para mejorar su aspecto, pero el dolor de perder todo hasta a su familia más el saber que todo fue culpa de su padre el cual llegó ebrio a la casa y tratando de encender un cigarrillo incendio las cortinas produciendo esto el fuego para más adelante su padre suicidarse al saberse culpable de lo sucedido, Arturo no solo perdió su familia sino también sus amigos e incluso su novia que al verlo desfigurado lo alejo.

Años de sufrimientos y una que otra cirugía mejoraron el aspecto de joven, pero jamás volvería a ser quien fue una vez, al no tener familiares el joven heredó una gran fortuna de la cual no disfrutaba y unas empresas que dirigía desde las sombras.

Hoy con 30 años Arturo jamás ha vuelto a celebrar navidad, jamás ha sentido el famoso espíritu navideño y menos ha sentido amor y paz.

—Tonterías—murmuró para sí mismo al percatarse de los rostros felices y de las canciones que alegraban las caras de las personas.

Salió a la calle a despejarse, pensó que quizás no debía pensar demasiado las cosa y solo dejarse llevar, así que llego a un parque en el cual había varios niños correteando por ahí, luces navideñas, y las personas felices por doquier.

—Hipócritas—bufo molesto, no solo con el mundo, sino con el mismo, por no superar su pérdida y a pesar de los años no tener nada que sea suyo.

—De seguro pidieron préstamo para regalos o están gastando sus ahorros y así dicen que no progresan, idiotas y tontos se dejan engañar por el viejo panzón-río irónico por sus pensamientos.

Cuando era niño Arturo fielmente espera los regalos que había pedido a Santa Claus hasta que cerca de los nueve años se dio cuenta de que no existía sumergiéndolo en un profundo dolor y tristeza, así creció sin confiar en nadie menos en cosas tan tontas como Navidad, pero a pesar de eso era feliz con su familia en aquellas fiestas reían, cantaban, tomaban chocolate con malvaviscos era realmente feliz con aquel recuerdo, pero jamás volverá a estar en una familia pensó al recordar que ni el dinero que tenía le permitía tener a alguien que lo quisiera sinceramente.

El único momento de felicidad que recuerda en los últimos 13 años era hacía unos meses atrás unos hermosos ojos marones le sonrieron sinceramente sentándose a su lado y pidiendo una cerveza, era una chica de unos 18 a 20 años muy bella está jamás lo miro mal por su aspecto todo lo contrario incluso coqueteaba con él, fue tanto lo que bebió que ni recuerda como llego a casa o que paso con aquellos hermosos ojos marrones, pero si recuerda que la beso y también que esta tímidamente correspondió, pudo notar que no era experta y se quedó con la duda de si la tomo o no, pues amaneció con su ropa desarreglado y un olor muy característico de aquel acto tan viejo como el mismo tiempo.

Suspiro, si esa chica lo hubiera querido, ahora estaría con él; sin embargo, desapareció y jamás supo de ella.

—Señor, tenga—dijo una niña llamando su atención, él la miro sin entender, luego vio en su mano una pequeña hoja de un trébol con cuatro hojas.

—Es un trébol de cuatro hojas, pida un deseo y mañana antes de las doce se le concederá—murmura la pequeña, Arturo la observo suspirando, no quería ser grosero con aquella infanta que no debía de tener ni 6 años.

—Es tuyo, pide tu un deseo—le contestó, suspirando ya con deseos de alejarse miro a todas partes, pero no había ningún adulto cerca ¿Quién deja una niña tan pequeña cerca de un hombre solo, puede ser un secuestrador? Pensó.

—Yo tengo todo lo que necesito y deseo—respondió la pequeña sonriendo aún con su pequeña mano extendida hacia el mayor.

—Anda pide un deseo y prometo se cumplirá-dijo la pequeña castaña con tanta firmeza y seguridad que Arturo no pudo evitar reír.

—Bien pequeña, deseo que para mañana antes de las doce se me cumpla el milagro de tener una familia que me ame—dijo imaginado que esto nunca sucedería, pues no tenía a nadie y menos que lo amara.

—Deseo cumplido —dijo la chiquilla desapareciendo entre los árboles y juegos, Arturo parpadeo varias veces tratando de buscarla, pero no la encontró, miro su mano y en ella estaba el trébol, sonrío suspirando.

—Si se cumpliera— dijo a la nada caminando de regreso a su casa solo, triste y abatido.

 

 

 




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