Me quedé atónita al escuchar esas palabras. ¿Me estaba despidiendo? ¿Por qué? Acababa de conocerme, ¿qué podría haber hecho mal en solo un par de horas?
—¿Puedo preguntar el motivo, señor? —dije, tratando de mantener la calma.
—Necesito a un hombre —respondió él, sin rodeos.
La confusión se apoderó de mí. ¿Un hombre? ¿Qué tenía que ver eso con mi trabajo?
—No tenía idea de sus preferencias sexuales, señor, pero con todo gusto le ayudaré a conseguir a un hombre —aseguré, en un intento por sonar eficiente. Tal vez así conservaría mi trabajo—. Tengo un amigo que es gay y probablemente le gustaría conocerlo. Pu-puedo concertar una cita a la brevedad… Si quiere ahora mismo puedo llamarle. Mire, tengo una foto suya, ¿le gustaría verla? —balbuceé nerviosa, hablando con rapidez.
Ethan me miró fijamente, y con cada palabra que salía de mi boca, su ceño se arrugaba más y más. Con una mezcla de sorpresa y exasperación tiñendo su voz, dijo:
—No soy gay, señorita Bennett. Obviamente ha malinterpretado mis palabras. Necesito a un hombre para que haga su trabajo, porque prefiero a un asistente masculino a mi lado.
Me quedé en silencio, asimilando sus palabras. La situación era aún más absurda de lo que había imaginado. Pero ¿qué podía hacer?
Asentí lentamente, tratando de ocultar mi decepción.
—Disculpe, señor Sinclair, pero su comentario me parece descaradamente misógino. Sobre todo, viniendo de una persona como usted que es reconocido por su brillante mente vanguardista. Además, quisiera recordarle que he firmado un contrato con la empresa que avala mis derechos. Y, en todo caso, ¿qué podría hacer un hombre que no pueda hacerlo yo?
—Contestando a su acusación, tengo mis razones para preferir a un asistente masculino —explicó de forma evasiva—. Por otra parte, creo que no me ha entendido bien. No la estoy despidiendo; simplemente dije que ya no podría seguir siendo mi asistente. Naturalmente ocuparía algún otro puesto dentro de la empresa que vaya acorde a su perfil. No lo sé, tal vez podría servir el café a sus compañeros, preparar bocadillos para las reuniones, sacar copias… ¿qué sé yo?
—Volvemos a la misoginia —pensé. O creí que lo había hecho, pues la forma en que sus ojos me pulverizaron me dijo que, en realidad, lo había dicho en voz alta—. Lo siento, señor, pero creo estar más calificada que eso. Tal vez no ha tenido oportunidad de hablar con su padre sobre mí, pero si lo hiciera sabría que soy una buena asistente.
—Si servir café y sacar copias le resulta tan denigrante, me temo que tendremos que prescindir de sus servicios.
—¡¿Va a despedirme?! —cuestioné con horror.
—Señorita Bennett, yo no necesito a una simple secretaria de oficina —murmuró entre dientes—. Lo que yo necesito es a un asistente personal. Alguien que lleve mi agenda las veinticuatro horas del día, que organice mis reuniones dentro y fuera de la empresa, haga mis encargos, pasee a mi perro si así lo decido y, obviamente esa no puede ser usted —explicó con evidente exasperación—. No se ofenda, pero no creo que pueda con el trabajo. Además, es mujer.
«¡Ah! ¡Maldito cavernícola con complejo de macho Alfa!», gruñí para mis adentros. ¿Acaso me estaba diciendo que no podía con el bendito trabajo? ¿Eso fue un reto? Porque amo los retos.
—Entiendo, pero no veo cuál es el problema. Si usted me da la oportunidad, estoy segura de que podré hacer un excelente trabajo.
—Insisto en que no es un empleo para usted. Puede seguir haciendo su trabajo hasta que encuentre a la persona que necesito, mientras tanto, ¿puede traerme la agenda del próximo mes? —pidió, ignorando mis palabras.
—Señor, necesito mucho el empleo, le ruego que considere darme una oportunidad —supliqué—. Le prometo que no se arrepentirá.
Ethan me observó de pies a cabeza, su ceja levantada mientras escaneaba cada rincón de mi cuerpo con esos fríos ojos que me hacían tiritar. Unió sus manos frente a su rostro y entrelazó sus dedos, como sopesando los pros y contras de conservarme; por último, cerró sus ojos y suspiró profundo antes de decir:
—Está bien. Le daré una sola oportunidad, pero…
—¡Sí! —grité, levantando mi puño con efusividad, pero pronto lo bajé al darme cuenta de mi inapropiada reacción—. Lo siento. No volverá a suceder… ¿Decía?
—Olvídelo y vaya por lo que le pedí.
—Claro… Y, gracias por conservarme, no se va a arrepentir.
—Me temo que ya lo estoy haciendo —susurró, pero pude escucharlo—. Al terminar la jornada le explicaré la dinámica con la que trabajaremos. Espero que pueda con el ritmo de trabajo. le advierto que puedo ser muy demandante.
«De eso no hay duda», pensé.
—Por supuesto —dije, dándome la vuelta para salir de la oficina en busca de mi agenda, pero su voz me detuvo de nuevo.
—¿Señorita Bennett? No pienso perder tiempo con usted; a la primera dificultad que tenga para realizar el trabajo, será reemplazada. ¿Estamos?
Esta vez, sus palabras no daban lugar a réplicas. Tragué saliva con nerviosismo y asentí solemnemente ante su pregunta.
Editado: 09.01.2025