Era la mañana de Acción de Gracias y me dirigía a la casa de descanso de mis padres en Newport. Mi padre, recientemente recuperado de un infarto causado por las presiones del trabajo, me esperaba en su sillón favorito. Al entrar, me acerqué a él con cautela, preocupado por su estado de salud.
—¿Cómo te sientes, papá? —pregunté, tratando de esconder mi inquietud—. ¿Estás cómodo ahora que estás de vuelta en casa?
—Estoy bien, hijo —respondió con una sonrisa fatigada—. Aunque no puedo dejar de pensar en la compañía. Sé que estás haciendo un buen trabajo liderándola, pero te conozco, sé lo estricto e inflexible que puedes llegar a ser. Me preocupa que tus empleados tengan que soportar tu rigidez.
Asentí, consciente de que mi padre siempre había tenido una habilidad especial para leerme.
—No tienes que preocuparte por eso —dije con firmeza—. Los empleados tienen la obligación de ajustarse a los cambios y dedicarse a hacer su trabajo si desean conservarlo. Siempre habrá alguien dispuesto a reemplazarlos. No es algo de lo que debas preocuparte, papá.
Mi padre suspiró y sacudió la cabeza levemente.
—¿Y cómo van las cosas en la empresa? —preguntó con un dejo de preocupación—. ¿Cómo va la campaña de lanzamiento del nuevo juguete?
Me incliné ligeramente hacia adelante, mostrando mi determinación.
—Las cosas van bien. La empresa está funcionando como debe. La reunión de marketing es mañana; no quiero adelantarme hasta ver por mí mismo el producto y evaluar su viabilidad en el mercado.
—Lamento que mi situación haya atrasado las fechas del lanzamiento —se disculpó, apesadumbrado—. Hace semanas que debimos comenzar la campaña de marketing. Ahora estamos en desventaja frente a nuestros competidores, y sé lo mucho que eso te molesta.
—No te preocupes por eso, papá. Pronto volveremos a levantarnos —mentí. Había visto los libros de contabilidad y por poco estábamos en números rojos. Nadie en la empresa, excepto los departamentos correspondientes, lo sabían. El problema era grave.
Los constantes eventos benéficos de mi padre, realizados con dinero de la empresa, habían llevado a la compañía casi a la quiebra. Debíamos cambiar de estrategia cuanto antes, o no podríamos mantenernos por mucho tiempo antes de tener que declararnos en banca rota.
El silencio se instaló brevemente en la habitación antes de que mi padre lo rompiera con una pregunta que no esperaba.
—¿Y Alice? —dijo con suavidad.
—¿Alice? —cuestioné, confundido—. Oh, sí… la señorita Bennett. ¿Qué hay con ella?
—¿Cómo tomó el cambio de liderazgo? Esa dulce chica trabajó directamente para mí durante tres años. Llegué a encariñarme con ella como si fuera mi propia hija.
Tragué saliva, sorprendido por la dirección de la conversación. No pude ocultar la incomodidad que sentí al escuchar el nombre de Alice.
—Ella está bien —respondí, intentando mantener la compostura.
Mi padre reconoció el gesto de inmediato y me advirtió:
—No seas muy duro con ella, Ethan. Es una chica entusiasta, con demasiada energía y alegría para compartir con sus compañeros.
Aunque ya no estaba tan seguro de eso. Desde que la había contratado como mi nueva asistente personal, me había empeñado en explotarla tanto como fuera posible con la intención de hacerla renunciar. Pero la chica parecía tener más voluntad que yo. «Solo es cuestión de tiempo», pensé, pero no podía negar que había visto cómo la energía de Alice decaía con los días.
No sabía qué tenía Alice que me molestaba tanto. Desde que la había visto aquel primer día en la empresa, supe que nos llevaríamos mal. Tal vez fue su entusiasmo desmedido, o la manera en que lograba captar la atención de todos en la oficina con solo emitir unas cuantas palabras. Los hipnotizaba. Los cautivaba con su dulce vocecita y esa apariencia angelical que podía engañar a todos, excepto a mí. No pensaba caer en sus encantos. Sabía que tenía un defecto y no iba a descansar hasta desenmascararla frente a todos.
—¿Ethan?
—¿Sí? —dije, saliendo de mis pensamientos—. Lo siento. ¿qué decías?
—Decía que me gustaría ver a Alice y asegurarme de que se siente cómoda a tu lado —soltó, ganándose una mirada confundida de mi parte.
—¿Cómoda a mi lado? —cuestioné sin poder ocultar mi irritación—. Yo soy quien debería sentirme cómodo a su lado y, hasta ahora, no ha sido posible. La chica es como un perrito Chihuahua al que le han dado dulces para comer. Es extrovertida, papá. Su entusiasmo me sobre pasa.
—Dale una oportunidad, Ethan. Ella es especial.
—Si con «especial» te refieres a rara. Sí, estoy de acuerdo.
—Solo pídele que venga a verme ¿quieres?
—¿Quieres decir, hoy? Es Acción de Gracias, papá. ¿Qué dice mi madre sobre eso?
—Está bien para mí —respondió mi madre a mis espaldas—. Siempre me cayó bien Alice. No me importaría recibirla para cenar. Si eso hará sentir más tranquilo a tu padre, no tengo ningún problema.
—Se lo diré —acepté de mala gana—. Aunque no les garantizo que acepte. Esta tarde está programada una reunión conmemorativa con el personal, y de seguro ella tendrá familia con quien compartir durante la noche.
Editado: 09.01.2025