Milagro Navideño en la Oficina

6. Mariposas en el estómago

Jamás me había sentido tan ligera como ahora. Una sensación de paz llenaba mi mente, haciéndome sentir segura y tan cómoda. Era como si flotara sobre las nubes. Un calor abrazador y reconfortante envolvía mi cuerpo, pero de pronto se apartó y lo único que pude sentir fue el frío en mi espalda.

El pecho me dolía por las sacudidas repentinas que me obligaban a convulsionarme y, sin previo aviso, una sensación suave y cálida que invadió mi boca me hizo suspirar. La conciencia volvió a mí al saborear el dulce y la menta en mis labios, al mismo tiempo que una corriente de aire repentina infló mis pulmones, obligándome a abrir los ojos de golpe.

Mi jefe, Ethan, estaba a centímetros de mi rostro, y el hermoso azul claro de sus ojos me hizo desvariar.

—¿Acaso estoy en el cielo? —balbuceé, aún aletargada, pero la suave palmada que Ethan me propinó en la mejilla me forzó a despertar de la alucinación.

—¡Oh por Dios! Creo que estoy en el infierno —exclamé con horror al darme cuenta de lo sucedido: Ethan había unido nuestras bocas al realizarme primeros auxilios. Sus labios habían tocado los míos, su aliento estuvo dentro de mi cuerpo y sus manos sobre mi pecho. «Él comió uno de los dulces de menta que le obsequié», fue el primer pensamiento que vino a mi atolondrada cabeza, pero lo hice a un lado al ser consciente de lo que en verdad importaba.

—Usted… ¿me besó? —cuestioné tocando mis labios, sin saber cómo me hacía sentir ese hecho.

—¡Por supuesto que no! —La indiferencia tiñendo su voz. Se levantó de un salto de donde estaba acuclillado frente a mí, y se alisó la corbata con su mano—. Solo estaba tratando de salvarle la vida. De nada, por cierto.

—¿Salvarme la…? Oh…

Enseguida tuve un vago recuerdo de lo sucedido minutos antes de desmayarme: me recordé subiendo la escalera, enredando las luces en el árbol, el grito de mi jefe justo antes de conectar la serie de luces y luego… ¡Chispas! Una corriente eléctrica recorriendo mi cuerpo, y no me refiero al tipo de corriente que se siente cuando el chico que te gusta te toma de la mano o te sonríe con afecto, sino a verdadera electricidad; de la que quema y arde bajo la piel.

—¿Cómo pudo ser tan irresponsable? —bramó mi jefe, retomando su habitual mal humor—. ¿Sabe lo que habría pasado si hubiese estado sola?

—No. ¿Usted sí? No sabía que fuera adivino —lo reté, tratando de ponerme de pie, pero un mareo repentino me hizo tambalearme. El señor Sinclair dio un paso en mi dirección y me sostuvo de la cintura antes de que mis piernas se doblaran.

—Deje de bromear, señorita Bennett, es un asunto serio —me reprendió—. Pudo haberse golpeado la cabeza durante la caída. Eso en el mejor de los casos.

—¿Y en el peor?

—Pudo haber muerto ¿sabe? De gracias a Dios que la sobrecarga instantánea activó el mecanismo de emergencia del edificio, diseñado para prevenir incendios y proteger los equipos. Las palancas del centro de carga se botaron automáticamente, cortando el suministro eléctrico de inmediato.

—¡Dios! ¿Hasta para explicar por qué no he muerto tiene que ser tan formal? —pregunté, rodando los ojos.

—¿Y cómo se supone que lo diga? ¿Acaso cree que fue un milagro de Navidad que haya sobrevivido a una sobrecarga eléctrica?

—¡Exacto!

Me arrepentí apenas salieron las palabras de mi boca. No sabía que el ceño del señor Sinclair pudiera fruncirse tanto. Cruzó los brazos frente a su pecho y soltó un resoplido cargado de frustración; abrió la boca para replicar, pero gracias a Dios fue interrumpido por George, nuestro jefe de diseño:

—¿Sucedió algo? Escuchamos un chispazo y de pronto todas las luces se apagaron.

Ethan me observó enarcando una ceja, haciéndome sentir avergonzada. El rubor subió por mis mejillas y bajé la cabeza, esperando a que mi jefe terminara de avergonzarme frente a mis compañeros de trabajo.

—Al parecer, una de las series de luces estaba dañada —explicó, omitiendo mi participación en el accidente—. Los cables hicieron corto circuito, por suerte nadie salió herido. ¿Cierto, señorita Bennett?

—Cierto, fue u-una suerte —murmuré, esbozando una sonrisa temblorosa.

—Bien, al menos no hubo daños. Pudo haber ocurrido un incendio, o alguien pudo haber sufrido una descarga.

Ethan asintió dándole la razón a George, pero su mirada no abandonó la mía en ningún momento.

—Llamaré al equipo de Mantenimiento para que venga a revisar. Si es todo, señor… ¿Cree que podamos retirarnos?

—Adelante. Es todo por hoy.

—¡Les recuerdo la reunión en el Grill! —grité emocionada, pero tuve que cerrar los ojos con fuerza debido a la punzada repentina que zumbó en mi cabeza.

—¿Está bien? —cuestionó Ethan tan pronto como los empleados salieron del edificio.

—Por supuesto —dije, fingiendo normalidad.

Jamás le daría el gusto de admitir que me sentía como si el trineo de Santa me hubiese atropellado.

—No lo parece. Debería ir a casa.

—Claro que no —objeté—. Jamás me perdería la cena con mis compañeros.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 09.01.2025

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