Estaba de pie frente al árbol de Navidad que Alice había colocado en la recepción, y al verlo, no pude evitar que un recuerdo viniera a mi mente. Era Nochebuena de hace dos años, y me encontraba en mi departamento en Inglaterra, acompañado de Kathleen, mi novia de aquel entonces. Solo recordar lo mucho que la amaba hacía que una presión se instalara en mi pecho, y el dolor se sentía tan reciente como si hubiera sido ayer.
Había preparado una hermosa sorpresa para ella: una cena romántica solo para nosotros dos. El departamento estaba decorado con todo tipo de adornos navideños y todo parecía perfecto, hasta que llegó la medianoche.
—Ha sido una hermosa velada, Ethan —dijo tras beber de su copa.
—Me alegra que te haya gustado —murmuré. Mis manos comenzaron a sudar por los nervios, pero, dándome ánimos a mí mismo, decidí continuar con mis planes—. Ven, quiero mostrarte algo.
—¡¿Qué es?! —preguntó, emocionada.
—Ten paciencia, es una sorpresa —ronroneé a su oído y me deleité al sentir su estremecimiento—. Pero antes, hay algo que quiero decirte.
—Okey, me estás poniendo nerviosa. —Sonrió, colocando un mechón de cabello detrás de su oreja.
—Quiero decirte que eres la mujer más hermosa que he visto en mi vida. Aún recuerdo la primera vez que te vi en la oficina y me dejaste absolutamente pasmado. Llevamos un año saliendo y creo que ha llegado el momento de avanzar a la siguiente etapa en nuestra relación. —Me arrodillé frente a ella y abrí la caja que guardaba el hermoso anillo de compromiso que había elegido con tanto esmero—. Me harías el hombre más feliz del mundo si aceptas ser mi esposa. ¿Quieres casarte conmigo? Solo di que Sí.
Pasaron tres incómodos segundos antes de que ella mostrara por fin una emoción. El desconcierto atenazó mis pulmones al notar el horror en su rostro.
—Ethan, yo… no puedo aceptar. No me malentiendas. Amo lo que tenemos, pero no veo la necesidad de complicar nuestra relación con el matrimonio.
«Ella ama lo que tenemos, pero no me ama a mí», pensé con dolor.
—E-entiendo —dije, tratando de conservar las esperanzas—. No quiero presionarte, solo quiero que lo consideres y, cuando te sientas lista…
—No me estás entendiendo, Ethan. No me interesa casarme contigo, o con cualquiera. Ni ahora, ni en un futuro cercano. Simplemente no creo en el matrimonio, y si no compartes mi ideología, creo que lo mejor es que terminemos ahora, antes de que el daño sea mayor.
—Créeme, Kath, no podrías herirme más de lo que has hecho ahora, aunque quisieras —dije, aceptando su rechazo.
Nada había dolido tanto como escucharla decir que no quería casarse conmigo. No solo rechazó mi propuesta, sino que terminó nuestra relación, rompiendo mi corazón en plena víspera de Navidad.
Un carraspeo me sacó del recuerdo.
La voz de Alice me hizo voltear en su dirección, y al verla enfundada en ese sencillo, pero sensual vestido tinto que dejaba al descubierto sus hombros, no pude evitar que mis ojos se deleitaran con su belleza. Recorrí cada rincón de su cuerpo hasta detenerme en su boca del mismo tono. Mi mente no ayudó al evocar la suavidad de sus labios mientras le practicaba primeros auxilios, haciendo que un escalofrío me recorriera de pies a cabeza.
Ni siquiera sabía por qué lo había hecho. La chica solo estaba desmayada, no es como si su corazón hubiera dejado de latir; pero, al verla ahí, tan indefensa, no pude contener el impulso que me llevó a posar mis labios sobre los suyos.
«Tranquilo, Ethan. Te vas a meter en problemas», me advertí mentalmente.
—¿Sucede algo con mi vestido? —preguntó en un murmullo, haciéndome sacudir esos pensamientos.
—¿Disculpe?
—¿Mi vestido, es inapropiado?
—N-no, para nada —dije, carraspeando con incomodidad—. Se ve… bien. Bueno, vamos. Se hace tarde.
Alice asintió con obediencia, se colocó el abrigo y caminó hacia la puerta del edificio. Ambos salimos envueltos en un incómodo silencio. Habían sucedido muchas cosas entre los dos en un corto lapso de tiempo, por lo que necesitaba tomar un respiro.
—El auto está por aquí —dije, señalando el camino hacia mi estacionamiento preferencial, pero me detuve en mi sitio al ver que ella hizo lo mismo.
—Oh, no necesitamos ir en auto. El restaurante está a la vuelta de la esquina.
—Insisto en qué llevemos el auto, así no tendremos que regresar por él cuando vayamos a casa de mis padres.
—Pero está tan cerca —objetó—. Por favor, me hará bien un poco de aire fresco después de… ya sabe.
—Está bien —acepté a regañadientes—. Si por “aire fresco” quiere decir vientos de dos grados Celsius… Usted es la que lleva ese vestido —ironicé, pero no avanzamos ni dos metros cuando se detuvo.
—¿Sabe qué? T-tiene razón —murmuró, tiritando—. Mejor vayamos en su auto. Es más práctico, así no tenemos que regresar por él —repitió, aceptando mi argumento.
—¿Segura que no tiene nada que ver con el frío? —pregunté, luchando por ocultar la diversión en mi voz.
Editado: 09.01.2025