De vuelta en mi casa, después de dejar a Alice en su departamento, no podía dejar de pensar en su confesión. Ni siquiera lograba imaginar todo el estrés por el que habría pasado mi padre al descubrir el desfalco de su contador, y suponía que la decaída en su salud que ocasionó su infarto vino de ahí.
Sentía el impulso de correr y hablar con mi padre, de pedirle una explicación, pero, sobre todo, de mostrarle mi apoyo. Pero la promesa que le había hecho a Alice sobre guardar silencio me ataba de manos. No traicionaría su lealtad; sentía que al hacerlo también defraudaría a mi padre, pues él había depositado en ella su confianza.
En contra de mi voluntad, y después de dar numerosas vueltas en la cama, me quedé dormido, en medio de un sueño intranquilo.
A la mañana siguiente, me dirigí a la empresa. Había dado instrucciones a Alice de ir directamente allí en lugar de venir a mi casa, por lo que había salido sin desayunar, con solo una taza de café en el estómago.
Alice se había vuelto demasiado eficiente para mi propio beneficio y, me dolía reconocerlo, pero empezaba a extrañar sus servicios cuando no la tenía cerca. Como ahora que moría de hambre y podía escuchar el gruñido de mi estómago conforme atravesaba la ciudad. Me había vuelto un poco dependiente de ella y eso no era bueno, o sano, por razones en las que prefería no pensar.
Al llegar al edificio, cruzaba la recepción de la empresa cuando mis ojos se detuvieron sin permiso en el árbol de Navidad y, como un relámpago, el recuerdo de todo lo sucedido el día anterior me atacó sin previo aviso: la suavidad de los labios de Alice vino a mi memoria y me hizo sentir un escalofrío en la nuca, pero me obligué a ignorarlo al ver a la chica de pie frente a mí.
—¡B-buenos días, señor Sinclair! —saludó con su característica efusividad, pero no me pasó desapercibido el titubeo en su voz al ver el árbol, y me pregunté si ella estaría recordando lo mismo que yo.
—Buenos días, Alice —respondí, y me maldije internamente por haber mencionado por tercera vez su nombre.
Se producía un cosquilleo en mis labios cada vez que lo hacía, pero, desde que lo había pronunciado por primera vez, sentía la urgente necesidad de seguirlo haciendo. Por suerte, no era un hombre que cedía fácilmente a mis impulsos.
—¿Cómo se encuentra hoy? ¿Hay algo que pueda hacer por usted? —preguntó mientras me acompañaba a mi oficina.
Abrí la puerta para ella y, cuando pasó frente a mí, su olor me noqueó por dos preciosos segundos en los que luché por no cerrar los ojos e inhalar profundamente.
—¿Qué es esto? —cuestioné al ver la bandeja sobre mi escritorio.
—Ah… Eso es su desayuno. Pensé que tendría hambre.
—¿Acaso cree que no soy capaz de preparar mi propio desayuno, señorita Bennett? —increpé, fingiendo indignación—. Soy un adulto perfectamente funcional.
—No lo dudo, señor. Solo pensé que, como no había ido a su casa hoy…
—Olvídelo —la interrumpí—. Pida al departamento de Finanzas que prepare el nuevo balance y programe una reunión para dentro de una hora con ellos y con Contabilidad.
—Está bien —aceptó, terminando de escribir en su agenda—. ¿Quiere que retire su desayuno?
—¡No! —me apuré a decir—. No puedo menospreciar su esfuerzo, pero en adelante agradeceré que me pregunte antes de tomarse atribuciones.
—D-de acuerdo, señor.
«Eres un imbécil, Ethan», me dije al notar la mirada decepcionada de la chica antes de salir por la puerta. Agradecí la soledad de la oficina y me dispuse a disfrutar de mi desayuno en paz. Últimamente, la presencia de Alice lograba descolocarme, por lo que prefería mantener la distancia. No podía permitirme albergar ningún tipo de sentimiento hacia ella. Debía hacer algo cuanto antes.
Alice regresó media hora después; por suerte había terminado de comer y me encontraba revisando los pedidos de los almacenes. Si todo salía como debía, había una ligera posibilidad de que pudiéramos cubrir las órdenes del robot en tiempo y forma. Todo dependía de que no hubiera más contratiempos en la producción.
—¿Necesita algo, señor? —preguntó Alice desde la puerta.
—De hecho, tengo que hablar con usted. Pase por favor.
—Eso suena mal; espero no haber hecho algo que lo molestara —balbuceó con nerviosismo y se acomodó en la silla frente a mí.
—Le informo que a partir de hoy voy a prescindir de sus servicios de asistente.
—¡¿Me está despidiendo?! ¿Po-por qué? ¿Acaso hice algo mal? Sé que a veces puedo ser algo intensa, pero prometo que trataré de cambiar. Me mantendré en silencio si es lo que desea. ¿Acaso fueron los huevos, o quizá el jugo? Confieso que no era orgánico, pero no había naranjas en la cocina y tuve que comprar jugo procesado, pero…
—¡Alice! —grité, deteniendo de golpe su balbuceo—. Tal vez si me dejara hablar, sabría que no la estoy despidiendo…
—¿Ah no? ¡Uff! Qué alivio. En verdad pensé que había cometido un error. —Soltó una risita divertida que me puso a galopar el corazón de forma inexplicable—. A veces puedo llegar a ser muy torpe. Ni hablar de la vez que me electrocuté con las luces navideñas…
Editado: 09.01.2025