Millennials: el Club

1. Diego y yo

"La obviedad de ser, a pesar de nosotros, la pareja que despierta los suspiros de las madres que nos contaron el cuento del príncipe azul.

El perfecto fetiche "sado" de las envidias solteronas.

Las sonrisas industriales estampadas en dos estatuillas doradas dispuestas a ser alzadas por cualquier ganador.

El sueño que no pudo ser de Laura guardado en el fondo del placard, a punto de convertirse en un fantasma de polillas tan blancas como la luz mala.

Todo eso y tal vez, mucho más, seamos Diego y yo en la cabeza de quienes nos rodean. De aquellos que solo nos miran, de los que nos aman, de los que nos odian y hasta incluso de los que no conocemos"

Punto, apago la pantalla. ¡La oscuridad avanza demasiado rápido!

Vuelve a mí un ser más concreto y cotidiano con un grito contundente: ¡Basta de alimentar la "fucking " escritora que llevas adentro! ¡Es hora de hacer algo productivo, Azul!

Rápidamente dejo a la poeta dark sentada como una marioneta invisible en un rincón, tan solo para aterrorizar a mi "yo" más estructurado al pasar por ahí.

¡Bien, manos a la obra! La casa es un desastre y los esperamos a ellos: Eneas y Luciana. No me exijo mucho, un poco de esmero para no dejar al descubierto lo "yonkis" que somos en nuestra cotidianeidad más íntima.

Lo que sucede es que Diego y yo nunca estamos en casa, trabajamos todo el día. Como todavía no tenemos hijos, podemos dejar que la desidia avance de manera suspicaz, pero codearse con ella demasiado tiempo tiene sus riesgos y acabo de divisarlos en esas huidizas patas sobre la pila de ropa tirada en el rincón de nuestra habitación.

El vuelo de mis aspiraciones es proporcional al aleteo de ese increíble insecto, que torpemente intenta llegar hacia mí, ganándole al curso de mis pensamientos y sí, definitivamente lo logra.

—¡Puta madre, tengo una cucaracha sobre mi cabeza! —Mi grito es más eficaz que el manotazo y la sabandija sigue su curso.

Intento pergeñar una teoría redentora de nuestros hábitos de higiene, pero finalmente me conformo con comparaciones igualadoras: seguramente en la casa de Eneas y Luciana también están por todos lados, y a ellos sí que no se les puede achacar ni una miguita de pan.

Eneas Larson y Luciana Parker son nuestra antítesis, aunque no por el cliché de ser nuestros perfectos complementarios. Tenemos también muchas cosas en común y fundamentalmente, compartimos el mismo humor, gustos y hasta creo que proyectos similares. No hace tanto que somos amigos, en realidad, Diego y Eneas lo son desde la adolescencia, eran compañeros de colegio.  

Cuando empecé a salir con Diego, solo nos cruzábamos con ellos en fiestas y cumpleaños en común. Había intercambio de sonrisas y chistes, pero nada que se acercara a una amistad. En aquel momento, mi mirada era muy de sobrevuelo, veía a un chico extremadamente atractivo, por no decir, el raptor de todas las miradas femeninas en cada fiesta a la que asistíamos y una pequeña novia adorno que acompañaba de manera perfecta a esa especie de Dios griego que es Eneas.

No exagero al afirmar esto último, debiendo confesar que cuando lo vi por primera vez en un cumpleaños de Diego, tuve la sensación de que algo no encajaba. No estaba muy segura acerca de cuál era el problema, hasta que me di cuenta de que no podía parar de mirarlo. Ahí estaba: ¿Qué clase de freak babea por el amigo de su novio?

Con esta pregunta a punta de pistola en mi mente, no tardé en encontrar la solución ¡Simplemente no lo mires Azul Miller y todo va a ir bien! Y así, ignorando brutalmente mis impulsos seguí adelante como siempre.

Y ahora, recordando un poco esas cuestiones frente al espejo de repente me siento aterrada.

—¡Socorro, yo no soy esa mujer! —grito con las manos sobre la cara con un gesto de espanto.

Intento no atormentarme con ideas extremadamente autodestructivas y elevar mi estima personal con recuerdos triunfales de lozanía adolescente. Como si volviera el tiempo atrás, me digo: ¡Diosa, ¿estás ahí?! Claro que sí, si "I feel like a woman...." (resuena Shania Twain en mi cerebelo).

Mi carcajada invade el baño, dejando un eco de locura solitaria.

¡LA-MEN-TAAA-BLE lo mío! Hasta cuando quiero levantarme el ánimo me brotan los 90'.

Con un temple un poco más equilibrado, intento superar la insania mental momentánea y cumplir la rutina de maquillaje para encender la chispa de encanto que ¿todavía porto? Una capa de base bien clara, mini golpecitos de color arena esparcida por todo el rostro, ojos bien esfumados con sombra negra, mucho rímel oscuro. Me gusta ponerme intensa con la brocha entre los pómulos y la boca para finalizar con un rojo opaco en los labios. Corono la obra con un enorme beso en el cristal, mientras me debato entre pop o rock star.

Un cierto alivio me invade, ahí estoy a pesar de los 30 que vienen, lo mejor de mí sigue intacto.

Bueno, ahora solo queda metamorfosear un poco esa pequeña curva abdominal policíaca que ha crecido año tras año. Intento ir a lo seguro, manoteo una calza con corset incorporado. Chan. Mi orgullo y cierta preocupación no me dejan.




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