Millennials: el Club

3. El Club

—¡Te quedó súper bien! —digo abriendo bien los ojos. Miento solo para mostrarle mi apoyo.
Dos copas de vino hacen que algunas letras comiencen a sonar aletargadas en mi conversación....
—Ay, gracias, es solo un "Touch".
—Está bárbaro Luciana, pero no era necesario —agrega Diego con la franqueza que lo caracteriza detrás de una sonrisa de papá bueno. Luciana abre los ojos agradecidos.
—Sos una chica super linda, joven, lo tenés todo... ¡¡que no se te ocurra hacerte nada más!! —enfatiza arqueando una ceja.  
Parece un papá enojado ahora, pero con una sonrisa enorme y confitada.
—Ay Gracias, —las comisuras de sus labios se doblan hacia abajo— ¿En serio lo decís? ¡Qué dulce! —Se deshace de la emoción por el halago. 
—Tiene razón —intervengo casi secamente, con una sonrisa bien de monalisa. Tan solo para que nadie vea que estoy empezando a ponerme celosa.
Eneas se sirve otra copa de vino. Está indiferente a la charla.
—Estaba pensando en colocarme un poco de relleno en los labios. —Frunce y tuerce la boca hacia un lado mientras revolea los ojos, juega a la gatita.
El alcohol nos va aflojando los frenos a todos parece. Diego la mira nuevamente con una sonrisa clara. 
—Y sí, nena ¡deja de hacer tonteras! —Mueve las manos jugando a ser un limpiaparabrisas humano en señal de fin de discusión. 
Me doy cuenta de que él se está poniendo alegrón también. Ella le devuelve una risita aniñada, mientras sus ojos chispean. 
Eneas ni se inmuta, chequea su celular y bebe otro sorbo de vino hasta terminar la copa. La botella de vino está vacía de repente. 
Decido comenzar con él una conversación porque ya no quiero participar de aquella florida charla entre Diego y Luciana. 
—¿Leíste el libro que te presté en las vacaciones? —enuncio atenta, como si estuviera detrás de un mostrador esperando su respuesta. Apoyo la barbilla sobre mi mano en la mesa.
Sé que no tenemos los mismos gustos y lo pongo a prueba al pedirle su opinión sobre "Generación A" de Douglas Coupland.
—Sí, me lo leí todo en menos de una semana... ¡es muy bueno! —azuza contundente en su mirada ámbar atravesando mis pupilas mientras bebe de la copa que acabo de servirle. Un cosquilleo me recorre y me incomoda de repente. Intento enfocarme nuevamente en el libro. No estoy tan segura de que lo haya leído por completo, porque alguien que es fanático de los "Best Sellers" del momento, no me inspira mucha confianza intelectual.
—Ah, ¿sí? ¿y que te pareció el final? —Levanto una ceja entusiasta mientras juego con mi cabello sin darme cuenta.
—La verdad es que me quedo con el mensaje del autor, antes que con el final en sí.
Me mira fijamente. El vino me hace flaquear al enfocarme en el tentador dibujo de los labios, mientras sigue hablando. 
Luciana y Diego están retirando las pizzas del horno y siguen intercambiando sonrisas ya etílicas. Los miro de reojo con un centímetro de recelo añejado.
—Coupland hace una reflexión sobre la sociedad digital en la que hoy estamos inmersos, habla de nuestra generación: “los millenials”—agrega con seguridad desafiante. 
Luciana y Diego se acercan a la mesa interrumpiendo su idilio.
—Él cuestiona esa especie de voz que llevamos en el interior de nuestras cabezas, una voz que casi nunca coincide con nuestra propia voz, una voz genérica...—continua mientras asiento atónita, con la boca semi abierta—, como si un locutor de programa de noticias nos emitiera permanentemente órdenes y nos dijera qué comprar, qué gustos tener, cómo sentir. Lo cierto es que no somos independientes.
Diego lo observa atento, esperando introducir su propio bocado mientras acomoda la primera pizza en la mesa y yo me apuro a servirla sin dejar de escucharlo.
—Y la verdad es que, es cien por ciento cierto ¿cuándo hacemos lo que verdaderamente queremos en el fondo?, siempre está esa voz que nos manda —finaliza mientras una serie de delicados pliegues quedan dibujados alrededor de su boca y me hacen olvidar su frase final.
Por suerte Diego contesta. 
—Coincido en parte. Tal vez, para la generación que nos sigue, la de “los centenials”, esos que crecieron con la sociedad digital, esto pueda ser totalmente así. —Frunce el ceño, como si se tomara muy en serio esta charla. Recuerdo lo lindo que es Diego.
Luciana asiente con un dejo de hipnosis opiácea detrás de su copa. Parece ser que es la nueva fan de Diego.
—Tal vez, para ellos sea más difícil o imposible despegarse de esa voz. Pero para nosotros, que, a pesar de todo, nuestra infancia transcurrió en la calle, con “walkie talkies” a lo sumo, no lo creo —Una mueca ganadora ilumina todavía más su hermosura y continúa hablando, mientras solo lo ficha a Eneas—. Yo pienso que todavía nos queda un brote de autonomía y más, si alcanzamos a leer un poco, y a madurar fundamentalmente.

Su última frase deja un resabio casi imperceptible de agresividad flotando, como si Diego hubiera marcado los límites de su propio territorio. Aunque nadie lo nota en realidad por su tono afable. ¿Porqué? Me huele a pica de gavilanes. Este sí que no es Diego.
Un impuso salomónico me urge de repente. 
—Es que ¿saben una cosa? —La a se extiende por unos segundos más de lo debido—. Hoy, hay algo que nos une a una y otra generación, más allá de los cambios tecnológicos que hayan sucedido en el medio —hago una pausa, mientras los miro a ambos fijamente por igual—, es el vacío mismo de la posmodernidad, la pérdida de un horizonte colectivo, la ausencia de razón en cada cosa que hacemos…
Ambos se quedan en silencio, mirándome, con un gesto similar de hipnosis, que me hace sentir única, como si fuera la chica más importante de la tierra para ellos. Pretendo continuar con el arrebato de lucidez y aprovechar mi momento de "chica codiciada" para seguir captando la atención de ambos, pero Luciana interviene.
 —Me identifico con lo que dice el autor —Solo mira a Eneas mientras termina de comer un pedacito milimétrico de pizza, arrastrando un poco la R final—. Yo estudié, terminé la carrera de marketing, tengo un puesto altísimo en una empresa publicitaria ¿y qué? —Bambolea las manos—. Debería sentir satisfacción, pero me la paso todo el día soñando con abrir una panadería y hornear cupcakes ¿eso es una locura? 
Nos mira con signo de interrogación en sus ojos levemente alicorados. La observamos sorprendidos por la contundencia y simpleza del mensaje, es casi un SOS a viva voz. Y continua:
 —¡No! quiere decir que nunca hasta ahora escuche mi propia voz, siempre hice lo que alguien esperaba que haga. —Ahora solo lo mira a Diego con las cejas alzadas, aunque parece estar hablándole entre líneas a Eneas, como si intentara apurarlo en algún tema pendiente entre ellos.
Eneas, fiel a su nombre, sin ningún signo de paz, arremete con su espada. 
—Claro, ahí están, los mandatos sociales...como, por ejemplo: casarte, tener hijos, la fidelidad —Me clava una mirada letal, solo a mí. Un calor me recorre mientras continúa—,¿porque hay que cumplirlos? Yo me dí cuenta que no quiero nada de eso. 
Su tono sube unas leves pulgadas y el silencio final lo amplifica todavía más. Deposita sus ojos como un sable sobre Luciana al finalizar la frase. Eneas sabe que le pegó a ella donde más le duele. Y Luciana no puedo ocultarlo, su sonrisa se desdibuja de manera fantasmagórica. Solo queda el punteo gélido de sus labios, acompañando unos tristes ojos velados, que desvía hacia un rincón de la casa, para ocultar su lágrima viva.
Intento rápidamente con el humor despejar la situación, que se está yendo de las manos para todos, (especialmente para mí), mientras dejo mi copa vacía en la mesa.




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