Barbara Teller y Juan Pablo Antieri entran en una categoría de amigos que han recorrido el camino típico y predecible para cualquier pareja promedio dentro de este mundo. Se conocieron en la secundaria y noviaron hasta casarse con apenas veinte. Aunque para mi ojo agudo, todo lo han hecho con premura. Clara, su pequeño capullo carnívoro de seis años, es la cabal muestra de que adelantar un poco la película en estos tiempos, puede transformar una comedia romántica en una película de terror.
Si bien ellos son unos años más grandes que nosotros, tuvieron a Clara cuando apenas habían pasado los 25. Para las generaciones de la primera mitad del siglo pasado, hubieran sido viejos para ser padres; pero para el mundo actual, plagado de exigencias, individualismos y cada vez más cuentas, son demasiado jóvenes para serlo.
Y no exagero ni un centímetro con lo que digo. Sino miren en lo que ha devenido Bárbara, la chica más linda de la escuela. Hoy es casi, literalmente, la princesa Fiona; solo le falta eructar.
Bárbara ha sido mi amiga desde la escuela primaria. De niña siempre fue la chica bonita, con sus mini ojitos celestes, una naricita diminuta como un poroto y esa melena dorada, envidiada por todas las demás niñas, por ser una réplica perfecta de la muñeca Barbie. Era la elegida sin dudar para todos los desfiles y concursos de belleza. Los ganaba con nada, porque era realmente una preciosura.
Pero la vida puede ser muy cruel con el curso de las decisiones que tomamos y arrebatar todos los dones que nos ha dado de un plumazo, antes de que podamos quejarnos. La maternidad, la vida doméstica y el abandono de una carrera de abogacía, la han transformado en un tanque de guerra; eso sí, bien rosado.
Nadie sabe hoy cuando ve a Bárbara pasar camino al supermercado, para hacer malabares con las compras, que debajo de ese traje de "Pink Michelin" hubo una princesa de cuentos.
Para Juan Pablo corrió la misma suerte. Si bien nunca fue el típico galán, era un flacuchin conversador y muy divertido. Tenía realmente un don para el discurso, era un encantador de serpientes. Gracias a ello logró ganarse el primer premio al conquistarla.
Pero, tal vez, por las mismas razones que Bárbara, o tan solo por haber comido los mismos alimentos, hoy podría ser apodado el señor Hipo, por el tamaño y los bostezos en tandem.
Aunque debo decir que todo empezó a complicarse exponencialmente desde la llegada de Clara en adelante. Decidieron traerla a sus vidas cuando todo estaba en la cocina: sus carreras, su relación de pareja y su economía.
De un día para el otro, todo aquello que estaban cocinando se empezó a quemar, a pasar o a extinguir. Para tener que mantenerse como familia, a duras penas Juan Pablo logró recibrse de Periodista y conseguir un empleo en el Estado.
A Barbara, entre la maternidad, la necesidad de ahorrar y el machismo inesperado de Juanpi, no le quedó otra que dejar de lado sus sueños de convertirse en Legalmente Rubia y dedicarse a comer fideos todos los días.
Realmente son una postal de un cruel experimento familiar del mundo contemporáneo.
De hecho, cada vez que intento pensarme un futuro con hijos, las imágenes de ellos remando en el medio de un pantano de problemáticas domésticas, hacen que inmediatamente postergue mi sospeso para otro momento.
Como ahora, mientras Diego me mira expectante tras la pregunta que acaba de lanzar como una bomba de hidrógeno, en el medio del aeropuerto, ¿a punto de salir al viaje más alocado y lisérgico de nuestras vidas?
—Azul, podríamos intentar a la vuelta, ¿no? —me apunta Diego, mientras observa entusiasmado un pequeño crío que va desde la cafetería hasta el asiento de sus padres, en una rutina frenética que evoca un deja vú infantil.
De repente, siento ganas de gritar, advirtiendo a la gente, que como autómatas se mueven de un hangar a otro, que este lugar está a punto de desaparecer y que es hora de que hagan lo que siempre quisieron hacer.
Sonrío como una luna muda, mientras intento manotear dentro de mi bolso un objeto fóbico.
Es una pregunta que todavía no me atrevo a desmenuzar. Solo tanteo papeles como si estuviera jugando a un sorteo con millones de participantes, y me topo con un rouge, lapiceras, mi billetera, los anteojos de sol, un espejito con glitter... ¿una muñequita de las chicas super poderosas? — bueno tal vez me pueda ayudar en algo—. Y la libreta, aquella que solo yo puedo leer en circunstancias terapéuticas, porque contiene "la lista cuco"; aunque está claro que no posee ni una pizca de la respuesta a ésta pregunta.
Me llevó casi un mes entero pulirla. Creo que el hecho de ser "escritora" y a la vez, portardora de una imaginación exhuberante, han contribuido mucho a engrosar los renglones paupérrimos con los que empecé.
Sigo con mi mano ciega intentando buscar la respuesta, mientras hago una broma tonta sobre el niño endemoniado que corre a nuestro alrededor. Diego ríe a carcajadas y la libreta cae al piso, deslizándose como un tejo por la lustrosa loza del aeropuerto.
Intento como un oso hormiguero alcanzarla con la trompa pegada al suelo y me topo con los enormes zapatos de Eneas. Desde esta perspectiva, logro ver la base de mi libreta como si estuviera sostenida por las manos de San Pedro y una sensación de pánico me invade. No llego al cielo para alcanzarla.