Millennials: el Club

9. Paris in Love

Suspendidos todavía entre las dimensiones disimiles que componen el cielo abierto y un nuevo continente, nos encontramos en un estado cercano a lo paranormal, frente al gran mapa del metro de París que se despliega en una de las paredes debajo el cielorraso del aeropuerto Charles de Gaulle​.

No sabría decir si por el Jet Lag, o por ser la primera intromisión en el continente viejo, o simplemente, por el hecho de estar abrumados por tanta información, pero los cuatro continuamos frente a ese mural, paralizados como si tuviéramos un jeroglífico delante.

—Te-nemos-que- encon-trar- la- estación Les Gobelins para llegar a nuestro hostel —silabea Diego en una especie de pre "stroke", intentando un primer nivel básico y elemental para ordenarnos. Se lo ve dubitante frente a la pantalla cada vez más indescifrable.

Luciana mira divertida, esperando que el resto resuelva; mientras se calza su mochila y aprovecha para arquear su espalda, mostrando su parte trasera a quien esté dispuesto a observarla.

Siempre me gustaron los juegos laberínticos, pero éste que tenemos delante, con todas las líneas de metro, es a mis ojos como el enigma mismo del universo.

No soy la única conciencia aturdida en este club. A juzgar por su seriedad, Eneas está excesivamente concentrado también en el seguimiento de las combinaciones, a esta altura cuánticas.

—Bueno, está claro que tenemos que tomar la línea B....

Todos ríen, aunque con cierto nervio contenido, porque es obvio que es la única línea que sale del aeropuerto.

—Sí y tenemos que hacer combinación con la línea 7 en ...—descubro iluminada desde el cielo, pero Eneas me interrumpe— ¡Gare du nord! —completa orgulloso.

—¡Exacto! —exclama Diego aliviado.

Lo miro con complicidad a Eneas, como si tuviera un nuevo compañero de juegos en este viaje.

Luciana le estampa un beso, otorgándole un premio por haber descifrado el enigma.

—Primera misión del Club cumplida —Luciana choca su palma con Diego.

Un agitanado apuro nos urge de repente a todos y nos vamos corriendo hasta la entrada de la línea. Con los bolsos colgando y el correteo pintoresco de cada uno, parecemos salidos de una película de enredos. Logramos colarnos antes de que las puertas del metro cierren y sentarnos los cuatro juntos como play moviles.

—¿Cómo se llama nuestro hostel? —Luciana se dirige a Diego, mientras arregla su melena hacia un costado como si fuera a ser tomada por un flash fotográfico.

Aunque conozco muy bien ese costado "sensualoide" de ella, que tal vez pueda generar rechazo en el resto de las congéneres, a mí nunca me molesto, hasta ahora. Siempre la acepté de ese modo. Especialmente porque conozco sus razones e inseguridades. Pero, desde hace un tiempo, más precisamente desde el desarrollo de la paranoia unicorniana previa al viaje (que descarté finalmente con el husmeo alevoso del celular de Diego), me está empezando a molestar. Particularmente cuando Diego está cerca.

—¡Opps! —Encoge los hombros y arquea las manos hacia afuera.

—¡¡¿Te olvidaste?!! —Luciana despliega una sonrisa juguetona y lanza una carcajada.

—No, ¡así se llama! —Se hace el tontín Diego y me enfurece.

Lo miro a Eneas para persuadirlo a que ponga orden, pero está muy concentrado en los mapas. Se ha tomado muy en serio la tarea de capitán.

—Nunca fui a un hostel, se comparte todo ahí, ¿no? —El tono de Luciana empareja una complicidad pícara con sus ojos.

—Bueno, depende, podes elegir —Diego le sigue el juego, aunque con cierta incomodidad. Realmente me estoy empezando a sulfurar.

—Y nosotros ¿que hemos elegido? ¿Vamos a compartir habitación? —La picardía de Luciana pasó directamente a burda broma.

Esto es alevoso, pienso, mientras no puedo ocultar mi mueca rabiosa.

—No no, cada uno tiene su habitación privada con baño —Diego, intenta compostura de último momento.

—Ah, bueno, me parece bien —ríe haciéndose la desentendida.

La molestia ha virado en odio de repente. Si Diego continúa haciéndole el jueguito a Luciana, estoy segura que me voy a quedar con un mechón de su pelo en la mano y hasta tal vez, recorramos Europa con una dama calva.

¡Tranquila fiera! me digo cual vareadora de establo para mis adentros. Damisela domada, actuar en consecuencia. Me corro unos centímetros más cerca de Diego y quedamos pegados como siameses. Eneas sigue concentrado en sus mapas, pero noto que nos registra con su mirada periférica.

La curiosidad y la gresca me urgen de repente.

—A ver Capitán, —digo lúdica, tan solo para devolverle a Luciana su misma moneda— ¿A dónde nos va a llevar hoy?

—Por supuesto que al Louvre —contesta Eneas, entrando al juego, confirmándome que estaba bien atento.

Punto para mí, pienso, mientras Luciana me lanza una mirada de pocos amigos.

—¡Que alegría, a sus órdenes! —Coloco mi mano en la cabeza divertida.

Ahora es Diego el que no sonríe ni medio milímetro.

—Que bien elegido el hotel, Diego —Eneas suaviza las jugadas, mientras sigue estudiando los mapas—, tenemos una estación de metro en frente que nos deja en dónde queramos. Para llegar al Louvre, hay que tomar la misma línea 7 hasta la estación Palais Royal.




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