Millennials: el Club

13. ¿Jessica Rabbit o Faivel?

Capítulo 13. ¿Jessica Rabbit o Faivel?


Me arropo dentro de una toalla enorme tras una ducha larga y cantada en diversos idiomas. Incentiva mi salida la música que Diego puso de fondo ("la bicicleta" de Carlos Vives y Shakira) e irrumpo en la habitación con pasitos jocosos al ritmo de la canción.
Elijo con precisión las prendas que me voy a poner esta noche, mientras muevo alegremente las pompis y mi cabeza pica de hombro a hombro festivamente como una pelotita acelerada.
¡Que emoción, la noche de París!
Diego está con el celular recostado en la cama, aunque sé que me está mirando y me hago la payasa ensayando "coreos" fuera de tiempo o desafines en la canción con un micrófono imaginario. Su carcajada me anima a más tonteras. Estoy de excelente humor.
Me pruebo un short de lino negro, no muy ajustado, que resalta lo mejor que tengo ¡mis piernas! Por supuesto que también, deja suponer que las nalgas prometen.  Para arriba elijo algo sobrio a los fines de matizar mis descubiertos: una camisola blanca que transparenta sutilmente el corpiño de algodón a rayas blanco y negro que llevo puesto. Termino mi "outfit" con unos zapatones de madera color camel con detalles negros.
Diego me aprueba con un pulgar para arriba y siento que tiene razón esta vez. Hoy soy portadora de una seguridad avasallante, ¡me siento Jessica Rabbit!
— ¡Me voy a bañar! los chicos preguntan si funcionan nuestros GPS —Diego me mira agitando su celular con la mano.
—El mío sí funciona —corroboro, mientras veo más de 10 menajes no leídos de Martin que no voy a abrir.
—Ahí les aviso que va a su habitación para ayudarlos ¿sí?
Diego se va camino al baño y me deja un beso en los labios.
Asiento sin problemas y salgo confiada por la satisfacción de sentirme fabulosa con lo que llevo puesto. Solo tres habitaciones nos separan, de modo que en segundos estoy en la puerta, sigo tarareando la bicicleta. Escucho conversación detrás y me tranquiliza no sorprenderlos en un momento íntimo.
La calma desaparece en caída libre al encontrarlo a Eneas con el torso desnudo y una toalla debajo de su cintura al abrir la puerta.
Se apagó la música ¡Wow! Me quedo sin aire. Es como un mazazo a mi protocolo.
  Adiós Jessica, hola Faivel. 
Siempre supuse que tenía un cuerpo fabuloso, porque lo intuía detrás de esas camisas que ahorcaban brazos como presas. Pero lo que se presenta ante mis ojos, es realmente ¡DE-MO-LE-DOR!
¡Una red de músculos, sutiles, sin agregados, marcados a lo largo de brazos y tronco, como si estuvieran tallados por el mismísimo Michel Ángelo, se despliegan a la par de mis desorbitados ojos, que chocan torpemente con esos abdominales pulidos con cincel!
¡Dios! esto es un atentado a la fidelidad ¡¡¡por favor un médico aquí!!! hay una herida con traumatismo cerebral, que no puede articular palabra. ¡HELP PLEASE!
Mi cara debe decirlo todo, porque él se sonríe.
—¿Estas bien azul?¡Pasá! te noto un poco pálida.
Lo peor es que él sabe perfectamente porqué.
—SI...—no puedo agregar mucho más.
Mi disco rígido intenta buscar soluciones terapéuticas que no encuentra, porque ha empezado una especie de regresión, cada vez más acelerada y solo puede gritar infantilmente ¡caca, caca caca! en señal de que todo aquello que quiero en este momento no se puede tocar.
Mis manos alcanzan a levantar el celular queriendo indicar lo que vine a hacer. Pero sigo sin poder emitir sonido. Eneas solo me mira tentado. Finalmente, un ápice de raciocinio me rescata gritándome palabras sin dar con la solución lamentablemente: — ¡libreta!¡ Mocasín! ¡Raya!—escucho en algún lugar perdido de mi mente.
Mis caramelitos mentales juegan al bolillero y no encuentro nada de eso que me indican a mí alrededor, mientras intento una mímica inentendible, hasta que la solución finalmente llega:
¡¡¡¡El lunar!!!
¡¡Cierto!! Voy en su búsqueda desesperada y allí está. La tranquilidad, nuevamente, vuelve.
—Qué suerte que llegaste —suelta Luciana sobre la cama, también semidesnuda chequeando su teléfono, aunque ya ni eso me sorprende. Lleva la camiseta a rayas de Eneas como si fuera un vestido y el pelo mojado.
Eneas se mete en el baño y siento un alivio enorme. Aunque todavía turbada, me deslizo por la habitación como un robot oxidado sin saber dónde colocarme. Todo está ensimismado aquí, la cama parece ocupar todo el espacio, la habitación huele a sexo y no me puedo sobreponer a mi incomodidad. Me apoyo como un tronco inerte en un rincón.
—Estoy sin GPS en el celular y quiero chequear como llegar a nuestra guarida.
Luciana parece no darse cuenta de mi perturbación al hacerme un gesto para que me acerque a la cama, como si toda la vida hubiéramos compartido esa minúscula habitación y estuviese familiarizada con sus tangas. Chequeamos entre ambas las posibilidades de transporte que tenemos hasta llegar a ¡¡¿la Pizzería Da Vito?¡¡
— ¿Pizza vamos a comer en París? —frunzo un poco el ceño sin entender. Sigo turbada por la situación de recién.
—Si, si...—afirma con cara de sospechosa.
—Listo, ya lo tengo... me cambio y salimos ¿les parece? —agrega mientras se calza un jean bien ajustado.
No, no me parece, pero digo: — ¡Dale! ¡Me voy a apurar a Diego! —aunque la apurada soy yo, no quiero estar cuando Eneas vuelva a salir del baño.
Me retiro sintiéndome más Faivel todavía, sin saber por qué alcantarilla meterme. Ningún queso es suficiente para repeler esta angustia, musito con mi diente frontal más largo que nunca.  ¿Dónde quedó la seguridad con la que llegué? ¡Que alguien me la devuelva en este instante, porque soy capaz de arrojarme al Sena con tal de recuperarla, si es que hasta el fondo llegó! Lo peor de todo, es que creí que había superado todo esto. Es como si hubiera retrocedido mil pasos en pocos minutos. Vuelvo a la habitación, apesadumbrada y cabizbaja.




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