Finalmente decidimos ir a "la pizzería" en autobús para hacer un recorrido distinto y observar los distritos de la ciudad desde otra perspectiva. No hay dudas de que, desde cualquier punto de vista, París es increíblemente bella. Entre parada y parada, el bus se va superpoblando y nos quedamos sin espacio para respirar.
Una muchedumbre empuja a Diego hacia un rincón y quedo pegada a una baranda, con Luciana y Eneas a escasos centímetros de mi cara, no sé hacia dónde mirar, ni que decir, para ocultar mi abrupta incomodidad. Además, después de lo sucedido, ya no puedo sostenerle a Eneas ningún encuentro visual. Pero en esta postura es inevitable y las atentas retinas de ambos colisionan con las mías. Me siento enfocada en detalle, como si tuviera una cámara de frente. Digo una pavada, aunque me siguen observando de una manera muy peculiar, como si se concentraran en algo más. No me quitan los ojos de encima, como hoy sucedió a la mañana. Parece que estuvieran hambrientos y hubiera un banquete delante.
Pienso que tal vez, estuvimos muchas horas sin comer, pero no sé si doy en la tecla; no creo que sean antropófagos. Tengo la sensación de que me quieren decir o confesar algo. ¿Serán vampiros? Intento bromear internamente para no ponerme más nerviosa todavía.
—¡¡¡Es aquí!!! —Diego señala desde lo lejos la parada en la que tenemos que bajar y descendemos a las apuradas. Al fin.
Nos encontramos ante lo que parece ser una típica pizzería italiana, con marcos pintados de colorado, toldos a rayas rojas y blancas, letras latinas en sus marquesinas. Diego y yo nos miramos extrañados, no parecería pasar por aquí la loca noche parisina.
No queremos decir nada, pero estamos un poco decepcionados con la elección de Luciana. Más nos sorprende todavía, verlos tan entusiasmados por entrar a un lugar que no promete nada más que harina y queso en un ambiente de cantina.
Nos sentamos en una pequeña mesa junto a una de las paredes del local. La decoración es bastante pintoresca y el ambiente se ve jovial, pero nada tiene que ver con París, ni con algo especial y mucho menos con una noche de descontrol.
¡Mejor! Sentencio internamente. Una propuesta sobria, para irnos temprano a dormir como Dios manda, sin decir nada más y olvidar todo lo ocurrido hoy.
—Unas cervezas por favor —pide Eneas imperante a la moza, como si fuera un cliente asiduo del local.
Luciana husmea la carta e ignora deliberadamente nuestras miradas condenatorias, con una sonrisa burlona, como si supiera algo que solo Diego y yo no sabemos.
La muchacha que nos atiende, con unos enormes bucles dorados y un uniforme colorado, como una soldadita rusa, se acerca con seriedad.
—Debo informarles que no hay más cerveza en el local.
¡Ah bueno, lo que faltaba! Nuestras sonrisas se apagan. Sin embargo, la cosaca agrega, extrañamente de modo risueño: —Pero los invito a pasar a la cocina, a ver si quieren elegir algo de lo que hay allí.
Con Diego no podemos salir del asombro y coincidimos en silencio en que sería un buen momento para retirarnos. Pero Eneas y Luciana saltan detrás de ella y la siguen como si fueran mosquitos atraídos por una luz de neón.
Ahora sí que estamos desorientados como corderos en la selva. Pero no podemos dejar de ir detrás de ellos totalmente a desgano. Llegamos hasta la modesta cocina, en donde se encuentra una gran puerta de refrigerador, como los de las antiguas carnicerías o despensas.
Hasta aquí llegamos ¡Hasta la vista baby! pienso, mientras comenzamos a retirarnos.
Pero Eneas y Luciana nos retienen, mostrándose más divertidos que nunca.
—A ver, me gustaría ver que tienen aquí.
Luciana se dirige hacia la puerta del refrigerador como si estuviera en su casa, tomándome de la mano, mientras seguimos confundidos por lo que está pasando. Abre con fuerza la enorme compuerta y una melodía escapa de adentro. Son notas de jazz que llegan a nuestros oídos, junto a nuestra sorpresa indescriptible.
Es como si hubiera abierto la puerta hacia otra dimensión...
Un bar perdido décadas atrás, como un titánic vibrante desde el fondo del mar, emerge de esa nevera y no podemos creer lo que estamos viendo.
Luciana nos mira, ahora sí, con mucho orgullo, mientras me ve gritar entretenida entrando hacia esa dimensión.
—¡¡¡Wow!!! Esto es increíble —. Exclamo con los ojos bien grandes, registrando este asombroso espectáculo.
Una enorme barra, con decoración que recuerda la década del cuarenta, llena de botellas y cristalería exótica, junto a mesas y sillas a tono, se esparce en un ambiente suspendido en el tiempo. Una luz muy tenue acompaña, con candeleros que evocan la época de la ley seca en cada mesa, alentada por las notas de un saxofón de fondo. Todo ello hace de esta atmósfera un lugar único.
El lugar está repleto.
—¿Qué es esto? —pregunta Diego, todavía sin poder acomodar su mandíbula, observando cada detalle de esta especie de bar atrapado en el tiempo.
—Un "speakeasy", uno de los mejores del mundo —contesta Eneas con suficiencia, como si se las supiera todas.
—Nos sorprendieron, realmente, estábamos a punto de irnos —agrego, sin poder dejar quietas mis pupilas.
Los ojos de Luciana derrochan pedantería.
Nos abalanzamos sobre la carta de tragos. Casi que me olvidé del apetito con el que llegué. Todos pedimos bebidas con algún componente extraño, como la mía, que lleva absenta, una bebida prohibida en varios países. Le agregamos tapas para acompañar. Nos atiende un mozo muy guapo, que por cierto, ha convocado la atención mía y de Luciana, es casi un clon del vocalista de Maroon Five.
La música sube unos decibeles -es Don't Mean a thing de Duke Ellington-, mientras nuestras bebidas y apetizers, llegan detrás de los arrebatadores fanales de Adam (Levine); solo falta que una cigarrera recorra el lugar.
Con Luciana secreteamos a escondidas como dos niñas de secundaria, destacando sus atributos, aprovechando que Diego y Eneas están muy concentrados hablando de fútbol.
—Aquí tienen...
Las manos del mozo (ADAM) se deslizan con pericia sobre la mesa y su intensa mirada nos registra a ambas con una chispa de pillería, mientras le sonreímos, sin poder ocultar nuestra repentina atracción hacia él.
—¡Gracias! —Luciana frunce sus labios jugando, mientras le digo un secreto al oído.
—Si quieren venir a la barra más tarde, puede haber otras opciones...—lanza Adam misterioso y desfachatado como quien lo puso en escena. Ahora Eneas y Diego lo miran serios, aunque no entendieron exactamente lo que dijo, porque lo hizo en francés y él se retira sin registrarlos.
Los cuatro chocamos nuestros vasos, dando inicio a la noche.
Bebo con ansias de mi elegante vaso largo lleno de ingredientes y colores extravagantes. Huele a cardamomo y anís. Unas semillas de vainilla le brindan las notas finales, para otorgarle un sabor delicioso. Ni siquiera lo siento fuerte y casi sin darme cuenta me lo tomo por completo.
—Cuidado.... —advierte Eneas, mientras intenta captar mi atención con un tono protector y sus hechiceros gemelos color miel.
—El ABSENTA debe tomarse lentamente, puede haber efectos alucinógenos...—se relame con maldad infantil, después de haberse metido una tapa entera en la boca.
—¿En serio? —digo con el vaso suspendido, con una pizca de susto, dándome cuenta de que está casi vacío. Estaría sintiéndome bastante alcoholizada de repente.
La música viró a un jazz más moderno; es Jamie Cullum de fondo.
—Claro, es la bebida con mayor graduación alcohólica del planeta.
Luciana ríe sin poder parar, pero ya sabemos que se emborracha rápidamente. Mis ojos se expanden, como dos gotas de tinta sobre un papel.
—El mío tiene hojas de "coca" — vuelve a reír. Creo que la seriedad no la recupera por hoy.
Diego se apura a beber de su vaso, que también contiene absenta, no quiere dejarme atrás y adelantarse en valentía a todos.
Las rondas de tragos emblemáticos se suceden y a esta altura, una alegría destilada, hace nuestras conversaciones más picantes por alguna razón. Nos va llevando de un tema polémico a otro y los relatos se van cargando de temperatura.
Justin Timberlake nos alienta en su faceta más jazzera en este momento.
—Contemos algo que no hayamos probado —dice Luciana, proponiendo un relato erótico más personal.
Se apura a comenzar con la rueda.
—Siempre quise hacerlo —señala con el pulgar sus nalgas, mientras levanta su cabello con la otra mano—, pero no pudimos. —su cara de desilusión se enciende sin embargo al agregar:
—Tiene un "aparato" demasiado grande.
Eneas la mira orgulloso, mientras Diego y yo nos quedamos sin habla. Es demasiada "info" para digerir de repente. Sin embargo, ambas palabritas "aparato" y "grande", se quedan jugando a la calesita en mi plaza sésamo mental apoderada por el absenta, olvidando que es nuestro turno.
—Nunca probamos en un avión —adelanta Diego astuto, no dando ninguna información personal para salvar con dignidad nuestro turno.
—Nunca probamos ser más que dos —Eneas redobla apuestas, mirándonos a Luciana y a mí.
Me pongo roja, creo empezar a entender el porqué de algunas cosas.
Me toca a mí.
¿Saben qué? me canse de sentirme acorralada y de los jueguitos, es hora de tomar las armas.
—Nunca estuve con una mujer, aunque sí sé lo que es besar a alguien del mismo sexo...—no agrego nada más, mientras hago sonar mi vaso en la mesa. Solo achino mis ojos.
Al menos los dejé en silencio por 5 segundos a todos. Me quedo con la pelota en la mano y río con soberbia, creo que no la vuelvo a soltar. Diego me mira estupefacto pero divertido. Eneas y Luciana simplemente brindan.
El ambiente cambió de repente y suena música para ir a bailar. Han retirado las mesas y sillas del centro del bar, desplegándose una gran pista de baile. Le gente se lanza a ella, con acordes latinos de fondo.
Son Maluma y Ricky Martin. No esperábamos escuchar esta canción aquí. Nos miramos con Luciana y una sinergia eufórica nos impulsa hacia ese lugar, mientras Diego y Eneas nos ven partir expectantes detrás de sus copas.
A lo lejos divisamos a "nuestro Adam" en la barra y recordamos su propuesta. Nos desviamos divertidas hacia allí, en busca de fechorías. "Adam" nos ve llegar con ojos encendidos.
—Aposté mi noche a que aceptaban la invitación —exclama, obviamente en francés, con una voz muy sensual.
Reímos como colegialas y Luciana, que sabe más que yo del idioma, hace una pregunta:
—¿Coman tu tá pelle?
—Jerome —contesta serio. ¡Es demasiado lindo!
Nos repregunta en español —¿y ustedes?
Mira nuestros pechos al mismo tiempo sin ningún pudor.
—Luciana y Azul —responde Luciana risueña jugando con su cabello como es habitual, mientras su escote se realza.
—Tres belles —nos recorre de arriba abajo.
Mueve su dedo índice atrayéndonos hacia un lugar detrás de la barra, como si fuera la cocina del bar. Estamos tan borrachas que no nos parece que estemos haciendo algo que no corresponda y lo seguimos tentadas.
Eneas y Diego simplemente desaparecieron de nuestro registro.
— ¿Quieren? —nos muestra un cigarrillo que parece ser de marihuana.
— ¡A eso vinimos! —ríe Luciana locamente y me tiento con ella.
Fuma una pitada larga, demasiado para mi gusto, mientras el mozo más lindo del planeta la observa con fascinación y me convida posando su impetuosa mirada en mis ojos, ya tambaleantes y excitados. También fumo, pero "por precaución" lo aspiro mínimamente. Una sensación de letargo me recorre, mientras mi cabeza se pliega a la música que suena de fondo. Es como si mi voluntad se fuera desdoblado, siento perder filtros al ritmo de cada nota de la guitarra de Maná.
Jerome nos abraza a ambas por la cintura y no lo repelemos, a pesar de que estamos a escasos metros de nuestros novios. Es como si estuviéramos perdiendo todo tipo de conciencia. Tan solo carcajeamos tontamente, mientras nos susurra —Bésense.
Es un atrevido Jerome, pero antes de que pueda meditarlo, los labios de Luciana me sorprenden como pétalos caídos sobre los míos. No los rechazo. Me causan un cosquilleo florido y un vaivén de temperaturas. Una relajación inusual, comienza a recorrer todo mi cuerpo, mientras veo a Luciana más laxa de lo que debería. Creo que me estoy por desmayar, ésto no es marihuana, descubro magistralmente. Es otra cosa. Una rendija de alerta se activa en mi apagada conciencia. La tomo sin saber cómo de la mano arrastrándola casi hasta la pista, mientras refunfuña sin parar.
—Salgamos de acá, estoy segura de que fumamos otra cosa —no da crédito a lo que digo, moviendo su mano de arriba abajo en señal de reprobación.
Suena "despacito" de Luis Fonsi y Dady yankee en la pista. La micro disputa termina sin más, porque nos ponemos a bailar llevadas por la melodía pegadiza. Nuestras caderas se mueven lento al ritmo sensual de la canción y entrecruzamos los brazos sacudiendo las melenas acompasadamente, mientras todos los hombres del local nos miran con intención de abordarnos. Los vemos, nuevamente, a lo lejos a Eneas y a Diego, sentados en la mesa presumiendo ser nuestros "machos". Jerome vuelve y se suma a nuestro baile. Y ahora sí, los observo venir a nuestros novios con premura y caras muy serias.
—¡Salí de acá flaco, porque te cagamos a trompadas!
Eneas muestra un puño, mientras Diego se cruza de brazos, como si fuera un guardaespaldas.
Jerome no teme, pero no es tonto y se retira, como si no hubiera llegado.
Me quedo bailado con Diego, mientras Eneas la lleva de un brazo a Luciana hacia el fondo.
—¿Dónde estaban? —suena impaciente.
—Fuimos hasta la barra a pedir algo —me hago la desentendida.
—Voy al baño, creo que estoy un poco descompuesta... —agrego mareada.
Voy tanteando mi camino, mientras atravieso la pista que explota. Me siento bastante mareada, no sé si por el alcohol o la porquería que nos fumamos. Llego a la puerta del baño sin saber cómo y aunque estoy bastante borracha, escucho gemidos que me frenan al entrar. La portezuela está entreabierta y mis ojos se chocan con la imagen de lo que parecería ser una pareja teniendo sexo sobre la mesada.
Mi lisérgica curiosidad me retiene unos segundos y empalmo los ojos con los de la chica que grita de placer, al ser bombeada con fuerza contra la mesa, mientras unos pantalones caídos dejan al descubierto unas nalgas perfectas masculinas.
La chica es Luciana...me reconoce y no retrocedo.
La escena de sexo sigue, sabiendo que estoy ahí. Sus brazos son retenidos por los de él, detrás de su cabeza sobre el espejo, mientras esos glúteos se hunden una y otra vez en ella. Lo más extraño de todo, es que a ésta altura ninguna siente pudor. Algo ciertamente irreversible nos une y está cada vez está más claro qué es, como también, que no nos lo vamos a disputar.
Mis ojos dan directo con el espejo y allí está Eneas penetrándome a mí también, con su mirada. Todo el calor viaja debajo de mi ombligo, la sangre se concentra en un solo y minúsculo lugar.
Me quedo sin aire, creo que me voy a desmayar.
¡Black out!
Unos brazos me sostienen por detrás, es Diego.