-¡Tu no me entiendes! -gritó con lágrimas en sus ojos... Aquellos hermosos ojos que me habían cautivado desde el primer momento en que la vi- hay veces en las que desearía nunca haber nacido.
Con cada palabra que salía de su boca podía notar como el tono de su voz disminuía para dar pasó al llanto. Me partía el corazón verla en ese estado, me destrozaba verla sufrir por un idiota que nunca la quiso, pero lo que más me dolía, era no poder decirle lo mucho que la amaba, que a mi lado ella seria tratada como lo que es: una verdadera reina.
...
-¿Cuando piensas confesártele? -solté un leve suspiro por enésima vez en el día. Ya había perdido la cuenta de las veces en las que Stefani me había hecho la misma pregunta- Matt, si no lo haces ahora... Alguien más lo hará.
Y ella tenía razón, muchas veces veía como los chicos se acercaban a Amelia para decirles que la "querían" o que la "amaban". En cambio, por parte de Amelia, no había afirmativa alguna. Rechazó a todos y cada uno de aquellos pretendientes que se le acercaron... Y todo por culpa de aquel patán que le destrozó el corazón y la hizo dudar del amor.
En cambio yo, me mantenía a la distancia, observando detenidamente cada uno de sus movimientos... A la espera de una oportunidad para decirle todo aquello que no me atrevía a decir. Pero el miedo a ser rechazado igual que aquellos otros chicos, era el que siempre me frenaba y me hacia permanecer a su lado como un amigo más. Hasta que un día, pasó algo que no me esperaba, algo que cambió nuestras vidas para bien.
...
-¡Ya déjate de estupideces, Amelia! -grite sintiendo como poco a poco la furia crecía en mi interior.- ¡¿Por qué no puedes dejar de ver fantasmas donde no los hay?!
-¡Sé lo que vi! -grito con los ojos cristalizados por las lágrimas que amenazaban con salir.
Estaba empezando a perder los estribos, Amelia podía ser dulce al mismo tiempo que exasperante. Te podía sacar miles de sonrisas al tiempo que te sacaba de tus casillas. Ella simplemente era... Era única, y por esa razón la amaba con locura, pero era difícil no enojarse con su desconfianza. En parte la entendía, cuando tu corazón se ha roto es difícil creer en el amor y más cuando te has dado una segunda oportunidad y en está también destrozan en pedazos aquellos pedazos que una vez cuidaste con tanto recelo.
La discusión continuó por unos minutos hasta que Amelia tomó las llaves de su auto y salió cerrando la puerta con fuerza. Dirigí mis pasos a la cocina y me serví un vaso con agua, luego camine al baño y moje mi rostro tratando de refrescarme y alejar la frustración y la ira que en aquél momento sentía. Luego de unos veinte minutos tome las llaves de mi auto y salí con rumbo hacia la casa de Stefani, ella era la única que en aquel momento me podría aconsejar.
-Si ya sabes cómo es Amelia, ¿Por qué le echas leña al fuego? -dijo Stefani mientras me entregaba una taza de té que preparo luego de que le contara todo lo sucedido.
-No sabía a quién más recurrir para esto -susurre mirando el contenido de la taza- si venía contigo ella sospecharía.
-Matt, no creó que a Amelia le haya agradado mucho la idea de que te vieras con tu ex -soltó un leve suspiró- si ese fuera mi caso yo también hubiera reaccionado de la misma manera.
Antes de que pudiera decir algo, el tono de mi celular me saco de mis pensamientos, fruncí mi entre cejo al ver el número de Amelia en la pantalla de éste. No quería tener que escuchar cualquier palabrería que se le hubiera olvidado decirme después de haber salido de la casa, así que le entregué el móvil a Stefani para que contestara.
-¿Amelia?... No, soy su hermana mayor. Sí él está aquí.-le di un sorbo a mi taza mientras escuchaba con determinación, pero al escuchar como una pieza de porcelana se estrellaba en el suelo, mire fijamente a la chica que se encontraba frente a mí- !¿Qué ella qué?!
-¿Amelia? -dije en cuanto le arrebate el móvil de las manos.
-No señor. -la voz de un hombre resonó desde la otra línea telefónica- la joven Amelia ha tenido un accidente en una de las intersección menos transitadas de la ciudad. En estos momentos está siendo trasladada al hospital más cercano.
Sentí como mi corazón se detuvo en aquél momento, mi mundo se derrumbo y aquella taza, que aún reposaba en mi mano izquierda, cayó al suelo igual que caen las hojas otoñales en cámara lenta.
Me encontraba en aquel pasillo, caminando de un lado a otro a la espera de recibir noticias de Amelia... Estaba siendo preso de la desesperación. Según las autoridades, el camión de carga que choco contra el auto de Amelia iba sin frenos. Al escuchar aquello sentí como la ira inundaba nuevamente cada rincón de mi cuerpo. ¡¿Cómo era posible que una compañía de traslado de materiales permitiera que uno de sus transportes transitará sin frenos en plena vía pública?!