Jonatan
—¿Jonatan?
Carraspeo, separo los labios y parece ser que me falla la voz, como si la garganta me traicionase, al reconocer:
—Yo… No lo sé. El día que me enamore realmente, puede que eso se detenga. Pero es como un suplicio de parte de mi ser racional, porque sé que no lo abandonaría jamás, no podría dejar de lado lo que me sucede.
—Un momento. La semana pasada dijiste que amas a tu esposa. La anterior también y la otra, sin embargo, esta vez pareces estar diciendo algo diferente. ¿No?
—Prometida. —Le corrijo.
—A tu prometida. De hecho, siempre lo dices. Sin embargo, acabas de plantear qué sucedería cuando te enamores realmente.
—Sí, fue un error. Quise decir… Cuando el amor por mi esposa detenga que siga comportándome como un cabr**n. No lo merece.
—Pero no fue eso que dijiste. ¿Crees que no te has enamorado de tu esposa? ¿Por qué te casas, entonces?
—Es una mujer maravillosa, doc.
—Pero no es la mujer que tú quieres.
—Es magnífica, pero… No sé si acompaña cada uno de mis apetitos más bajos. Necesito una mujer y amante al mismo tiempo. Una que sea más ávida que la siguiente, esta mujer que tengo apenas lo hace conmigo cuando vamos a la cama, y hay noches que dice estar cansada. Termino acudiendo al autoplacer en esos casos.
—Bueno, tiene derecho a estar cansada.
—Ella no es tan enferma como yo…
—¿Eso qué significa?
—Yo… No me pondré a llorar. No como la chica preciosa que salió hace un momento de acá. No es algo que me duela, lo tengo asimilado.
—¿Qué has asimilado, exactamente? ¿Tu “enfermedad”?
—Así es, lo he afrontado con cierto dolor a la vez. Bueno, sería injusto compararme ya que esa chica sufría mucho. Es hermosa, ¿no cree?
—...
Silencio.
Pillo la quieres solo para ti, al menos el nombre te sacaré de ella.
—¿Puedo hacerle yo una pregunta, doc?
—....—. Es obvio que no piensa decirme nada. Pero la situación comienza a hacerme fantasear con ella, con su cabello negro azabache y su cuello esbelto, tirados hacia atrás mientras mi inspiración elevada se entierra en su rosa y sus uñas se clavan en mis pectorales mientras mis dedos se sumergen en sus caderas mientras se regodea encima de mí. Por todos los cielos, esto me está poniendo como un pilar.
Insisto:
—¿Usted sabe cómo goza una mujer? Digo, ya que las conoce tanto cuando pasan por acá. Debe de saber exactamente cómo le gusta que se lo hagan, conoce las fantasías y los temores de sus pacientes. Conoce hasta el último de los detalles.
Su respuesta no es lo que quiero en realidad:
—No entiendo qué es lo que buscas con esta clase de preguntas, Jonatan. Mi misión es velar por la integridad y privacidad de cada uno de mis pacientes, tú mismo lo pasas por este consultorio.
—El nombre, por lo menos. ¿Sí?
—No puedo, no debo y no hace a mi tratamiento terapéutico contigo, Jonatan. —Si se lo pido, sí hace a mi tratamiento, por todos los cielos.
—Le pago doble. —Refuerzo mi apuesta.
—Jonatan.
—Demonios, ¡es un hombre, usted me entiende!
—...
—¡Solo el nombre y la busco en instagram o en facebook, nunca le diré que lo supe por usted, caramba!
—Jonatan, terminamos acá la sesión por hoy.
Me siento y le miro con profunda indignación. Él se pone de pie.
—Apenas hemos estado quince minutos.
—Es todo por hoy.
Inspiro profundamente y saco el dinero. Se lo doy y lo deja sobre su escritorio. Avanzo hasta la puerta y una vez que cruzo el umbral, veo que ya hay un hombre regordete esperando afuera.
—¿Me saca y me quita mi tiempo porque ya tiene a alguien esperándolo fuera o simplemente no me entiende en cuanto hombre, que necesito el contacto de esa chica?—le pregunto.
Y él, es tajante con su respuesta:
—No todos los hombres tienen la misma “enfermedad”. Hasta la próxima semana, Jonatan—. Y me cierra la puerta en la cara sin darme un bendito indicio de cómo es que se llama esa chica.
¡Miérrrrrcoles!
Debo resignarla, ya está. Solo habrá sido una fantasía más, quizás en quien piense esta noche si es que mi mujer quiere hacerlo conmigo, nada más que eso… ¿Verdad? ¿Qué otra probabilidad hay de que me vuelva a cruzar a esa chica al salir de sesión?