Renata
—¡¿En serio te dijo eso?! ¡Es un cabronaz…!
—Basta, no digas eso—le pido, sintiéndome estúpida por lo que aún siento por él. Sea lo que sea que haya sucedido, tengo la sensación de que permitirle a Giselle que hable mal de él, terminará cayendo en gracia el asunto de insultarle aún cuando lo peor nos suceda, es decir, cuando decida regresar con él.
Porque una parte de mí me dice que volveré, estoy segura.
Lastimosamente.
—¿Cómo no lo voy a decir?—. O puede que me exaspere que grite de esa manera desde la parte de atrás del taxi en el que estamos arriba ahora mismo—. ¡Mira tan solo lo que hizo contigo, no te ha provocado más que dolor todo este tiempo y alejar a mi mejor amiga de mi lado! ¿Cómo le llaman a eso ustedes los psicólogos? ¿Estocolmo?
Mmm, creo que eso es un criterio diferente como para llegar a calificar a alguien de que padece un síndrome, pero sería el colmo pensar que yo podría tener algo así. Además, mi analista no me ha dicho nada de eso durante las sesiones a las que asisto de manera regular durante semanas.
Exceptuando ocasiones como la de hoy en que me veo en la necesidad de solicitarle imperiosamente un turno, antes de que me cueste más sobrellevar lo que me está sucediendo por la piel, por la sangre, por cada una de las partículas que hace a mi ser sobre este planeta.
—Acá está bien—le advierto al chofer, una vez que llegamos a un bar pequeño, frente a la plaza principal.
—No, cariño. Esta noche iremos más allá.
—¿Dónde?
—¡Más allá! ¡Cruzaremos una línea, te olvidarás del jodido imbécil de tu ex novio! ¡Ex!—reafirma la palabra, haciéndome saber que nunca estará de acuerdo con la relación que existió alguna vez, pero que nunca reconoció a decir verdad.
Porque sabe cuánto me hizo sufrir esto que ahora no sé si quiero superar. Hoy el doctor Guillén lo dijo de manera sabia, en modo de pregunta y quedó resonando en mi cabeza desde que salí: “¿realmente quieres dejar el sufrimiento con ese chico atrás?”
—Por allá, señor—le señala en dirección a un bar que nunca había asistido pero que bien le conozco su fama a la zona en la que estamos. Chuecas es muy alocado, así que supongo que será una experiencia divertida.
—Bien. —Advierte el hombre, aparca y ella paga. Mientras bajamos, nos vamos a la acera y le pregunto:
—Bueno, al menos no te pondrás empedernida en querer que esta noche me vaya de ligue con cualquier chico que me pueda cruzar por ahí—murmuro a su lado, mientras me arreglo la cartera.
—Claro, como digas. No te limites a nada, sabes con la cantidad de chicos que he terminado ligando en Chuecas.
—¿Y eso qué?—murmuro—. Si es un bar gay…
—No cualquier bar.
Me señala el letrero donde hay una fila de mujeres y hombres buscando entrar. Hay más hombres que mujeres, la verdad. Muchos de ellos con elegante manera de vestir o aparcando muy bonitos coches en un espacio privado.
Pero al leer el letrero me quedo de piedra.
“DILEMA GOGO BOYS”
Me vuelvo a mi amiga y suelto una risotada:
—¡¿Vamos a bar strippers gays?!
—¡Los strippers no tienen orientación definida, cariño! ¡Su misión es complacer la mirada de quienquiera que sea!
—Bueno, pues… Mira la fila, parece ser que no dejan entrar a cualquier persona. Y no creo que sea la clase de lugar donde valga la pena ser encantadora.
—Mis encantos siempre tienen efecto.
—Podemos intentarlo—murmuro, apenada.
En cierto punto dejan de aceptar gente y el corazón se me atora en la garganta. Avanzamos junto a mi amiga en busca de distraer al guardia de seguridad, espero no haber juzgado mal pensando que porque iremos a un lugar gay, la gente que trabaja aquí también deba serlo. Ella se ajusta el escote, lo cual me hace sentir un poco apenada y me quedo varios pasos por detrás de ella mientras intenta llamar la atención del hombre que no deja pasar a nadie de los que están esperando.
Leo un letrero que dice “SOLO CON INVITACIÓN”.
¿Y cómo se consigue eso?
—¿Disculpa?
Hay un hombre que viene junto a otros dos trajeados y con distinto aspecto elegante (saco, camisa de hilo fino, uno de ellos corbata, pero el que me habla parece holgado, distendido, relajado y fervientemente atractivo).
Digamos que los tres podrían ser, fácilmente, del club de bailarines deluxe que vienen a sacudir el paquete a este lugar.
Al volverme, parpadeo sorprendida.
—Ho…hola—. Carraspeo, dubitativa—. ¿Me estás hablando a mí?
—Ajá.
Me dedica una media sonrisa que determina un hoyuelo muy atractivo. Entorno los ojos y me acerco más.
—Yo a ti te conozco—le digo.
—Así es, bombona. Nos cruzamos por la mañana en lo del Doctor Guillen.
—¡Oh, tu eres Jonatan!
—Así es. —Parece tener una extraña sonrisa, entre devoradora y victoriosa al mismo tiempo. Me vuelvo y le miro con dudas—. Qué placer volver a encontrarte, me quedé pensando en ti.
—¿Ah, sí? Seguro es porque salía llorando, un mal momento para encontrarme ahí.
—Eso creo.
—Amiga, no hubo éxito esta vez.
Giselle se acerca haciendo pucheros. Luego de verme a mí, cambia radicalmente su gesto elucubrando con vehemencia a los tres galanes con esmoquin que están frente a mí.
—¿Me vas a presentar a tus amigotes?
—No son mis…amigos—le digo, tensa.
Ella me mira como si me retara.
—Si no hay lugar, nos vamos—le digo.
—¿Querían entrar?—señala Jonatan—. También veníamos al club.
—¡Oh!—digo, con sorpresa—. ¿Sabes tú…dónde se consigue invitación?
Uno de ellos, rubio, con el cabello revuelto, se acerca y me advierte:
—Nosotros tenemos pase libre en este club.
Inspiro con susto. ¿Entonces son un grupo de amigos que salen a clubs como estos de chicos que bailan el caño?