Renata
Jonatan me sujeta por la cintura con una mano y la otra la sostiene debajo de mi mentón. Empuja su boca contra la mía y explora en mí con una habilidad que nunca antes había sentido con ningún otro hombre…aunque solo hubo uno en mi vida.
Sí, hubo.
Porque luego de la fascinación que me produce esta situación, no creo que pueda haber punto de comparación más tarde.
He llegado al punto de olvidarme cómo es el nombre de mi novio, o de mi ex, o de esa persona que intentó dejarme devastada.
Pero solo consiguió abrir una puerta que había permanecido cerrada en mí durante tantísimo tiempo…
…y finalmente lo he logrado.
Estoy con otro hombre.
Uno mejor.
¡Que es…gay!
¡Diantres, qué estoy haciendo!
Me aparto de él, sosteniendo con mis manos sus pectorales y aprovechando el permiso de su parte que me permite palparlo. Avemaría purísima, qué pecho más firme tiene, parece que acabase de palpar una roca. Las yemas de mis dedos han rozado apenas unos vellos asomando en su camisa que ahora lleva los primeros botones desprendidos y me ha generado una exquisita sensación.
Al apartarme, me siento una boba.
Intento no mirarlo directamente.
Aunque sus ojos buscan los míos.
Y los encuentran.
El océano se extiende delante con toda su magnificencia.
Su quijada cuadrada marca sus músculos y los hoyuelos se marcan con fuerza, acompañados de su barba incipiente. Detenerme a observar cada uno de los detalles físicos que lo involucran me hace sentir una tipa extremadamente superficial y calenturienta, cuando en verdad solo me interesa ver lo que hay dentro de las personas. ¡Yo no soy así! ¡Soy mejor!
¿Verdad?
Puedo ser mucho mejor que esto.
—¿Te sientes bien?—me pregunta.
Parpadeo, avergonzada.
—Lo siento. Lo siento, de verdad.
—¿Qué pasa?
—Es que…no debería…
—Tranquila. No pasa nada. A menos que te sientas incómoda o prefieras no…
—Es que…—intento buscar rápidamente una excusa y sale la primera y la peor que jamás podría haber sucedido—. Tengo novio.
Su gesto parece tensarse de pronto.
Pero se tensa de una manera muy singular.
No como si le molestase lo que le acabo de decir, sino más bien como si algo en su ser se encendiera elevando a tope sus niveles de adrenalina.
¿Le acaba de excitar lo que le he dicho?
¡Caray, no!
¡Es gay!
¡A mí no me gustan los gays, porque yo no le gusto a los varones gays! ¡Solo son bobas fantasías en mi interior que ni siquiera sabía que existían!
Un momento, ¿me gustan los varones gays o me gusta Jonatan quien, sea de paso, resulta que lo es?
Quizá solo ha sido la excitación de los bailarines, que nunca me habían bailado así en la vida, provocando reacciones en mí que no están del todo bien.
—No pasa nada—me dice.
—¿No pasa…?
—Solo soy un amigo.
—¡Y eres gay!
Se encoge de hombros.
Se acerca aún más a mí y me sujeta de la cintura, atrayendo sus labios a los míos, reposando un beso y otro mientras aclara:
—Por eso es que podemos besarnos.
—Y…yo…
—Tranquila—. Un beso—. Solo estamos—otro beso—jugando. —Y reposa otro beso más, uno que me llena el paladar con su lengua y todo parece nutrirse de una vehemencia alucinante.
Estamos jugando.
Sí.
Esto es un juego.
Y nada más.
Que eso.
Un juego.
Uno muy excitante y divertido.
Uno donde hay música fuerte, luces encandilantes, cuerpos golpeándose entre sí unos con los otros, un juego donde estamos bailando, un juego donde hay alcohol y también hay besos por doquier.
También hay manos, hay pasos, mi amiga…
¡MI AMIGA!
Me exaspero y me aparto de la gente, notando que ella no está.
—Gi…Giselle—murmuro, arrastrando las letras con la dificultad que me implica el estado de ebriedad.
¡Uno que nunca antes había conocido…y que para mi sorpresa, no se siente en absoluto desagradable!
¿Cómo es posible que haya vivido todo esto sin haber sentido jamás algo parecido? ¿Qué está sucediendo conmigo?
Vamos, es solo algo simple.
—Está con mis amigos—dice él.
—Ellos…
—Están jugando. Los tres.
—Pero ellos no son gays—lo digo, volviéndome a él y lamento que las palabras hayan sonado de modo acusador.
Él solo mantiene su mirada enigmática y una cara de póker que brilla con las luces parpadeantes contra sus delicadas facciones.
No sé si es el alcohol o qué rayos, pero es extremadamente hermoso.
—No vas a contestarme, ¿verdad?—le pregunto.
Él se acerca a mí y me dice al oído:
—Vamos a mi apartamento, Renata—me dice.
Le miro, sorprendida.
Él me sigue mirando.
Dios santo.
Su pecho.
Su camisa.
Está abierta casi hasta llegarle al abdomen.
Me muero por quitárs…
Él me lee el pensamiento.
Bah, no es difícil.
Considerando que no puedo dejar de mirarle.
—Vamos a mi apartamento y jugamos a que me la quitas.
—Jonatan…—su nombre escapa de mis labios en un largo suspiro.
Su mano encuentra la mía, se aprieta contra mí y me lleva la mano hasta la hebilla de su cinturón.
—Juguemos—insiste—a que podrías quitarme todo lo que quieras.
Y me sigue mostrando la dura cremallera de su pantalón.
Una muy grande.
¡AY, DIOS, NO ES LA CREMALLERA!
—Podrás quitarme todo lo que quieras—repite y sigo con atención la manera en la que sus labios formulan cada una de sus palabras.
Cada…
…una…
Ay, mami, nunca te enteres de lo que estoy por hacer, estoy a punto de perverterir a un hombre gay.
¡Pero solo es un juego!
¡Solo vamos a jugar y nada más!