LA COSA
Un constante pitido es lo primero en llamar mi atención. Lo segundo es el gran peso que siento en mi pecho, y el no poder mover mi cuerpo.
¿Será que estoy teniendo parálisis del sueño, otra vez?
Mi cuerpo hace un enorme esfuerzo y logro hacer que mis párpados se abran. Pero sigo sin poder moverme.
Lo único que logro ver es un techo completamente blanco. El pitido que sentía es como máquina que perfora mis oídos. Todo se vuelve peor cuando una oleada de recuerdos atormenta mi dolorida cabeza. Y solo deseo que todo sea un mal sueño...
Pero no, todo aquello había sucedido esa noche.
Vuelvo a sentir el peso de mis extremidades. El dolor de mis moretoneados y magullados brazos. También puedo sentir los cortes en mis piernas, aun las siento un poco pesadas. Pero supongo que es normal luego de todo lo que pasó.
Un grito ahogado se escapa de mi garganta al recordar unos ojos rojos, llenos de ira. Sus pupilas eran tan oscuras como una noche sin luna. Sus dientes afilados, su respiración pesada y sus...
De repente los gritos de ayuda, llenos de horror por parte de mis padres invaden mi cabeza. Entonces me desespero. Debo saber de ellos, dónde están, si la cosa no los ha matado. Pero... la cosa nunca deja sobrevivientes. ¿Pero entonces por qué...? ¿Por qué yo?
Como puedo, y arrancando los cables de mi brazo, salgo del cuarto en busca de respuestas. Camino por los largos pasillos del hospital y me es inevitable no abrazarme a mi misma por el particular frío que hace esta noche en Aslak Raanes.
El silencio es terriblemente ensordecedor, solo se escuchan mis pisadas. Dobló en una de las esquinas topándome con una enfermera que gracias a Dios me indica dónde puedo encontrar a mis padres, aunque nada sabe sobre su estado.
Camino varios minutos por los largos, blancos y aburridos pasillos del hospital de mi pueblo. A veces me gustaría vivir en las grandes ciudades, quizás así serían las cosas mucho más rápido y no debería morirme de frío. Llegó al tercer piso, donde según me indicó la enfermera, es la zona de emergencias.
Mi respiración se vuelve más agitada, mi visión se nubla rápidamente y mi cabeza está a punto de estallar al ver cómo se llevan un cuerpo todo tapado por una fina tela, ese no es el problema. El problema es que de esa camilla logro ver un brazo, un brazo con manchas de sangre seca y grandes zarpazos que al parecer son bastantes profundos. Un doctor de unos 40 años se acerca hacia mí, con la cara típica de "Tenemos malas noticias" y doy un paso hacia atrás.
No, no por favor. Que no sea ella. Que no sea él.
Otro pasó hacia atrás.
- ¿Señorita? – pregunta el doctor.
Doy un pasó más. Estoy acorralada.
- ¿Señorita? ¿Usted es pariente de...? – mira unos papeles que tiene entre las manos, pero nuevamente lleva la vista hasta mi lastimado y frágil cuerpo. - ¿Usted es la única sobreviviente del ataque?
¿Sobreviviente? ¿Única...? No, no por favor.
- ¿U-única? – mi voz era prácticamente un hilo, un hilo que amenazaba con terminar de cortarse en cualquier momento. Limpio con el dorso de mi mano las incontables lágrimas que habían empezado a brotar de mis ojos, me desmorono en el suelo mientras empiezo a llorar con histeria, a los gritos.
Otra oleada de recuerdos invaden mi cabeza provocándome que el sabor a bilis que venía conteniendo desde que desperté, deje todo mi cuerpo en un asqueroso vómito. Unos enfermeros vienen a atenderme pero me resisto, quiero verlos. Necesito ver a mis padres aunque ellos estén muertos. Siento cómo inyectan algo en mi cuello, la primera sensación es de calor, pero rápidamente se va y un intenso frío me recorre de pies a cabezas, mis párpados se sienten más pesados y se cierran lentamente empezando a caer en los brazos de Morfeo.
¡No! No te atrevas a dormirte. Ese grito, esa voz infernal que retumba en mi interior. Una llama crece dentro de mí. El dolor y la pesadez que sentía se esfuman de mi cuerpo y me incorporo de un salto, y con una fuerza que no había sentido antes. Los doctores me miran con horror y no entiendo el porqué, mis manos tiemblan y la sed de sangre incrementa al ver el miedo en sus ojos.
Una fuerte y aguda alarma interrumpe mis pensamientos. Mi visión es borrosa pero logro ver como unos guardias de seguridad se acercan hasta nosotros. Empiezo a correr al ver unas pistolas y redes en sus manos, corro hasta salir del hospital donde la gente me mira con horror y estupefacción.
Mi corazón late rápidamente.