El judío Moshé Menachem por odio racial fue arrestado junto a otros miles de inocentes por la peligrosa policía nazi “Gestapo”, a ellos los encarcelaron en un campo de concentración, ahí Moshé padeció durante meses intensas torturas por parte de las fuerzas militares Schutztaffel, cuyos uniformes portaban una calavera.
Una noche en donde los soldados bebieron alcohol en exceso, Moshé sin decir nada a nadie se robó un cuchillo, luego, en medio de la oscura noche y sin hacer ruido, cortó con el cuchillo la cerca de alambres de púas, aprovechó que los guardias estuvieran dormidos por el cansancio y el efecto del alcohol, y cuando por fin cortó los alambres corrió con todas sus fuerzas, de repente detuvo su marcha, pues llegó a un lugar en donde sabía que había minas explosivas, con sumo cuidado rodeó el sitio evitando así volar en mil pedazos; pero a su espalda vio luces de linternas, escuchó a varios perros ladrar y a un grupo de hombres gritar, ¡lo habían descubierto! Moshé como pudo se ocultó bajo una extensa maleza, cerró los ojos y le oró a Dios.
Al siguiente día en la mañana, Moshé de un brinco se despertó, ¡había escapado!, y vistiendo un traje con rayas, desnutrido y con su cara llena de cicatrices caminó lentamente hasta llegar a un extenso terreno, a la derecha e izquierda del sitio había miles de cuerpos asesinados, tanto de los alemanes como de los aliados, llevaban muchos días ahí, pues el hedor putrefacto se sentía fuerte, con mucho miedo Moshé lloró al ver semejante atrocidad; sin embargo siguió adelante repitiendo sin cesar el versículo cuatro del salmo 23.