Parte 2 de 8
Luego de leer la última línea de lo escrito en los papeles se quedo dormido sin darse cuenta.
A la mañana siguiente le dolían todos los huesos, ya no estaba para pasar la noche en un sillón.
Sobre el escritorio estaban los papeles que el extraño le había traído la noche anterior
Los volvió a leer con más detenimiento….¿cómo continuaría aquello?...en vano era especular, todavía no se mostraba nada de la historia, no había más remedio que esperar a que el resero decidiera volver….si es que lo decidía.
Y llego a pensar que no lo decidiría, pues paso algo así como una semana sin que el gaucho se presentara, porque eso lo había averiguado, el que así mismo se llamaba resero no podía ser otra cosa que un gaucho argentino…o uruguayo, y si no fuera por el idioma, hasta podía ser brasilero…pero se expresaba en español, así que estaba descartado. El tipo era rioplatense.
Pero una mañana al comenzar el trabajo, encontró otro ato de papeles en su escritorio. Seguro que el resero había entrado en la noche, cuando dormía….esto lo intranquilizo un poco, si uno lo podía hacer, cualquier otro también podría. A partir de esa noche pondría tranca en su puerta.
Como sea, no pudo espera a ver como seguía la historia. Ordeno que no lo molestaran por un rato, acerco el sillón a la ventana, para tener buena luz, se acomodo y leyó:
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Tomaron el sobre de instrucciones y se dispusieron a retirarse rumbo a los vestidores
Se miraron entre todos y, como no había más que decir, se marcharon.
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La ciudad, capital del virreinato del Rio de la Plata, en el año 1806, había crecido hasta ser una ciudad que podíamos decir grande, para esa época, con unos 45.000 habitantes era ya uno de los mayores puertos de América, recostada sobre ese inmenso rio de color aleonado, de aguas poco profundas y traicioneros bancos de arena. Sin un muelle decente, con solo algunas calles adoquinadas e iluminada por velas de cebo, cebo que era parte de una de las pocas riquezas que esa tierra llana y desierta podía ofrecer, la abundancia de sus ganados vacunos, descendientes de aquellos primeros animales que dejara don Pedro de Mendoza, en oportunidad de la primera fundación de la ciudad, hacia ya casi 200 años atrás. Tiempo suficiente para que los animales, sin depredadores naturales y con abundante alimento en las feroces pampas, se reprodujeran hasta formar rebaños que se perdían en el horizonte, de tan numerosos. Esas bestias, promesa de futuro para esas tierras, en ese momento formaban parte de las escasas riquezas que disponía la colonia, merced a los cueros y salazones. La otra gran fuente de ingresos, aunque no para la corona pero, con mucho la mayor, era el contrabando, favorecido por las leyes de comercio monopólicas impuestas por la metrópoli…cuando le era imposible hacerlas cumplir.
La villa de Lujan, ubicada sobre el camino real al Altoperú, a unos 60 km de la ciudad de Bs As, era una posta, de las tantas, donde las carretas y viajeros descansaban de la jornada. Tenía un origen muy especial, ya que había nacido al amparo de la Virgen María, que a través de una imagen suya, proveniente de Brasil con destino a Santiago del Estero, allá por el año 1630, decidió quedarse allí.