Tiempo de Reconquista – 1806 – Reconquista por un tiempo - parte 4 de 8
Parte 4 de 8
A la mañana siguiente la nota seguía en el escritorio y la puerta tan cerrada como a la noche.
El día transcurrió rutinariamente. Al caer el sol el trabajo estaba terminado y el alma tranquila después de una jornada productiva. Ordeno las cosas del escritorio, puso llave en determinados cajones y cerro los postigones que daban a la calle. La vista de Madrid, desde esa ventana ubicada en el tercer piso, donde tenía la oficina, era algo que siempre le gustaba, las luces del atardecer, el oeste teñido de tonos rojizos y el este violáceo, la luna cuarto creciente dibujándose en el poniente…mil ciudades tendrían una imagen igual, pero esa era la de él y la disfrutaba. Se quedo unos minutos contemplándola antes de decidir irse.
Cuando se dio vuelta lo vio. Ahí estaba el gaucho, tal cual él recordaba haberlo visto la primera vez.
- Buenas noches. No lo escuche entrar — saludo
- Disculpe, buenas noches — saludo, y luego, como si tuviera que disculparse aclaro — Esta soplando el pampero y la humedad se ha ido — con lo que debía quedar claro que la puerta no estaba hinchada y, por lo tanto abría sin inconvenientes.
- Aquí le traigo más papeles — dijo parcamente extendiéndole la mano con el sobre que traía
- Gracias — agradeció Javier – ya me preguntaba yo como seguía la historia —
- Complicada señor — aclaro el resero mientras hacía ademan de irse
- ¿Puede demorar un minuto? — inquirió Javier
El otro dudo
- Por favor, tome asiento — dijo mientras le indicaba una silla al lado de una mesa ratona— me gustaría conversar con usted, que cuente algo más de su lugar, de su tiempo, de usted. Sabe que estas cosas me interesan—
El resero acepto algo cohibido, y tomo asiento donde le indicaban
- Usted dirá —
- Cuénteme, a que se dedica usted — pidió, al tiempo que le acercaba una taza de té que el resero levanto con recelo, manos desacostumbradas a tomar objetos tan delicados
- Pues soy resero, traslado ganado de aquí para allá, cuando hay, si no ayudo en lo que sea, se hacer cualquier cosa y no le hago asco a nada —
- ¿y qué me puede contar de su amigo, el escritor, que hace, donde vive? — pregunto levantando y enseñando los papeles que le había traído
- Pues, no sé qué decirle, es un hombre común, vive en… —
Y así pasaron algún tiempo, que no fue mucho, conversando de lo que Javier quería saber. Hasta que, levantándose, el resero se encamino hacia la puerta
- Le agradezco la atención, me echaran en falta si me demoro —
- Entiendo — mintió Javier — Solo una cosa más — El resero se detuvo — ¿Cómo conoció al escritor? —
El gaucho se quedo pensando unos minutos, luego con una mirada de cierta confusión, contesto
- No lo sé — contesto honestamente — creo que lo conozco desde siempre, pero no recuerdo un momento en que no fuéramos amigos —
- ¿Me puede contar algo de su niñez? — aventuro a sabiendas que era una pregunta extraña.
- Siempre he sido mayor — contesto el otro con una media sonrisa y saludando con una inclinación de cabeza salió y cerró la puerta con cerrojo.
Javier se quedo mirándola, una certeza se formaba en su mente….este gaucho era un personaje.
Si cabía, ya habría tiempo para avanzar en ello, de momento se dispuso a pasar algún tiempo de lectura. Fue a su sillón de leer, se sentó y abrió el sobre con los nuevos papeles.
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Al caer el sol entraron a la plaza de Buenos Aires pasando por la recova, los pocos transeúntes que recorrían el lugar se detuvieron momentáneamente a ver el grupo y como el tesoro desaparecía en el fuerte.
El oficial pregunto a Amelia si tenía lugar donde alojarse, poniéndola en un aprieto. Por suerte en ese momento apareció un fraile haciendo efusivas señas, como si la conociera de siempre
- Amelia, hija, vendito sea Dios que te ha traído a nosotros sana y salva—
La turbación de ella duro solo unos segundos, si es que la tuvo, y, sobreponiéndose siguió la corriente
- Padre, que gusto verlo — saludo, al tiempo que mirando al contrariado oficial continuo— el capitán ha tenido la amabilidad de acompañarnos desde Lujan hasta aquí—
El sacerdote le saludo con evidente desagrado, atención que el ingles retribuyo con la misma amabilidad.
- It has been a pleasure, Miss. Please do not hesitate to call me if you need anything. — dijo dirigiéndose a ella, y, con discreto saludo dio grupas a su caballo, al trote hacia el fuerte en cuyo mástil ondeaba la “Union Jack”
El sacerdote tomo a Amelia del brazo y se la llevo hacia un convento que se adivinaba al final de la plaza.
Julián, que había estado observando la escena se unió a ellos.
- Gracias por la ayuda, ha sido usted muy oportuno— saludo al fraile
- No hay de que — contesto él — estaba empezando a preocuparme, me habían avisado que llegaríais a Lujan y estos caminos no son seguros de noche. — dijo y luego se presento — Juan Cevallos, del ministerio —
- Amelia Folch—
- Julián Martínez —
- ¿Dos? ¿Dónde está el tercero? Me advirtieron que enviaban una patrulla completa —