Tiempo de Reconquista – 1806 – Reconquista por un tiempo - parte 5 de 8
Parte 5 de 8
Los días siguientes no pudo ni ir por su despacho, las reuniones de trabajo y las batallas continuas que tenía que dar para llevar adelante el negocio se lo impidieron.
Al final del cuarto día, cuando caía la tarde, por fin pudo hacerse un rato. Declino cortésmente una invitación a disfrutar unas tapas y se metió por la puerta de su despacho ni bien quedo solo.
Se dirigió al escritorio, saco la carpeta del cajón y se acomodo en su sillón de leer, para continuar el desarrollo de la historia, ¿Qué más diría el escribiente sobre Alonso entre esos gauchos?
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Con los nuevos amigos Alonso se acerco a un fogón, en el cual, clavado en una espada, se asaba medio costillar, en torno al mismo, apretujados para atrapar algo de calor y protegerse de alguna manera del pampero que soplaba, aunque suave, calando los huesos. El mate circulaba por la ronda, cebado por una mulata entrada en carnes y años.
- Tómese un amargo, amigo, le hará bien, esta caliente — le dijo alguien tendiéndole una pequeña vasija de la cual salía una bombilla que, según había logrado observar, todo el mundo se ponía en la boca, cuando le tocaba. Sin saber bien que hacer se hizo lo que había visto…pero nada pasaba.
- ¿no lo toma? ¿Esta malo? — le pregunto el que se lo había dado, al ver que no sorbía el liquido.
- ¿Eh?, no, no, nada, estaba en otra cosa— se excuso, y se arriesgo a darle un sorbo. Se quemo hasta el apellido, los ojos se le llenaron de lagrimas contra su voluntad y no pudo evitar escupir el contenido entre toces y catarros.
- ¡Joder!, ¿Qué me habéis dado?—
La carcajada fue generalizada
- ¿Qué le pasa aparcero? ¿No sabe tomar mate?— dijo uno
- Mire que la María se le va a enojar— arriesgo otro refiriéndose a la cebadora, que lo miraba con cara de ofendida. Los otros rieron ante la posibilidad de ver una rabieta de la mulata.
- ¿tiene algún problema con mi mate don?— pregunto la aludida.
Viéndola y viendo el auditorio Alonso se hizo cargo de la situación, tragando saliva y tratando de aclarar la voz contesto
- Nada, nada que ver con el mate, ha sido tan solo un atragante ante tamaña belleza que me ha dejado sin aire— al tiempo que le hacia una exagerada reverencia.
Otra risotada general aprobó la salida y la cosa siguió su cauce normal. Con más cuidado esta vez tomando a sorbos pequeños, termino el mate y lo devolvió.
- ¿De dónde es aparcero?— le pregunto uno
- De Mendoza— mintió Alonso
- ¿de qué parte, yo soy de allá y no me suena?— retruco otro, al tiempo que las miradas volvían a centrarse en el
- De Mendoza…de Enares— invento
- Ah hombre. Es un godo, con razón— rio uno dándole una palmada en la espalda que, a otro que no fuera él, la habría hecho salir los pulmones por la boca.
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- …y esa es la situación— concluyo Juan Cevallos acabando de explicar lo que pasaba en la colonia desde la conquista Británica.
- ¿a ver si entiendo bien? Los ingleses llegaron aquí provenientes de la Colonia del Cabo, en Sudáfrica, que acaban de arrebatarle a los holandeses, con toda la intención de apoderarse del virreinato y, de paso, quedarse con el tesoro que, proveniente del Potosi se iba a enviar a España— resumió Julián
- Así es, con parte de ese tesoro se saldarían las deudas del comerciante Ingles Guillermo Pío White, radicado aquí, en Buenos Aires, que ha sido uno de los impulsores de esta invasión, tenía con el comodoro Popham—
- ¿y qué dice la gente de aquí?—
- Bueno, eso es algo complicado. Sabe que muchos tienen poco apego por la corona—
- Vaya novedad— dijo Julián
- Sí, pero no se confunda, el malestar es con la administración, sobre todo con los funcionarios nuevos llegados de la península, que están más interesados en enriquecerse que en gobernar para provecho de la gente—
- Vaya novedad— y, discretamente, Amelia le pego un codazo
- A eso se agrega el despropósito del monopolio que encarece exorbitantemente los precios y da un buen margen para que prolifere el contrabando…se imagina que al gobierno le es imposible controlar las inmensas costas que hay aquí—
- Si, el rey hubiese sido más inteligente con otra política— tercio Amelia— dejar que la gente hiciera sus propios negocios y aportara lo suyo en impuestos—
- Claro Amelia, pero ¿y el negocio de los favorecidos por el monopolio?, no olvides que son los que están cerca del rey y le financian su ineptitud— respondió Julián
La conversación siguió por esos carriles durante un tiempo más, hasta que el cansancio y el natural recogimiento del convento llevaron a todos a descansar.
Al día siguiente se dedicaron a recorrer la ciudad, mirando todo y escuchando a la gente.
Como una mujer caminando sola no era bien vista, Julián acompaño a Amelia todo el tiempo.