Parte 6 de 8
Junto al fuego el asado ya estaba listo, alguien le alcanzo un pedazo de carne ensartado en la punta de un facón y él lo agarro tomándolo por el hueso, con cuidado de no quemarse.
Se integro a la vuelta sentándose en un tronco junto a otros gauchos.
Entre mordisco y mordisco corría una bota con vino, áspero pero sabroso, que no tenía nada que envidiarle al de cualquiera de los campamentos en que había estado en su vida como soldado.
Los últimos rayos del sol invernal fueron desapareciendo tras el desierto horizonte proyectando esas sombras largas tan características, que el fuego del fogón aun no vencía. Un paisano saco una guitarra y la templo a su manera, la charla concluyo y el silencio se enseñoreo del campamento, creando esa atmosfera intimista e irreal que llama a la introspección y que hace del hombre del llano ese tipo tan especial que da su madera a los centauros de las pampas sobre cuyas espaldas se eleva el país.
Las notas se fueron desgranando suave, melodiosas, tristes, como en un lamento, y luego la voz canto, fue un canto de libertad, de amor a la patria y deseo de librarla del invasor, un canto de guerra entonado en voz baja, no por temor, si no por respeto.
Alonso sintió que el corazón se le estrujaba, y hasta que una lagrima le inundaba la vista.
El canto, el vino, el calor del fuego y el abrigo del poncho que alguien le había alcanzado, terminaron por vencerlo y se quedo dormido, sobre un cuero de oveja que encontró cerca, bajo un cielo inmenso, lleno de estrellas, dominado por la grandiosa y emblemática Cruz del Sur.
Al día siguiente, antes del alba, luego del canto del gallo, el campamento retomo su actividad.
Alguien atizo las brasas del fuego de la noche e inicio uno nuevo, sobre el cual pusieron la infaltable morocha donde calentar el agua para el mate.
Las bestias, como solidarias con los hombres, también se fueron despertando, de modo que, en poco tiempo todo se transformo en un desentonado concierto de ruidos originados en los gases intestinales, bostezos, mugidos y rezongos.
Sin saber cómo ni de donde, de pronto se encontró con un amargo entre las manos, y, esta vez ya precavido, lo pudo apreciar mejor, sintiendo el reconfortante calor del agua transmitirse por todo el cuerpo, un pedazo de galleta marinera y algo de carne del asado de la noche completaron el desayuno.
¿Cómo sobrevivía aquella gente con una dieta tan monótona?¿que los mantenía a salvo del escorbuto? Pensó en que Julián le podría responder estas preguntas y cayó en la cuenta de que no sabía dónde estaban, los había perdido de vista y era menester encontrarlos.
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Los dos lo miraron al unisonó
Julián no estaba muy convencido
Juan miro intrigado