Parte 4 de 8
—El problema es— continúo Salvador— que no hay forma de abrir esa puerta nueva – por lo que deberemos ir hasta la más cercana posible y cubrir el trayecto desde allí hasta donde estaría Irene—
—¿y eso es en…?— pregunto Alonso con cierta reserva recordando los 60 km a lomo de mula que había tenido que hacer en Lujan.
—Pues, en Ciudad real del Guaira, a unos 240 km al norte de nuestro destino…por carretera… en automóvil no más de 3 hs de viaje…— minimizo Salvador
—..pero…— dijo Amelia
—En esa época no había carreteras, posiblemente tengamos que navegar el Paraná, para eso nos harán falta los marinos que se han ofrecido a acompañarnos—
—O sea que iremos hasta un punto ubicado a 250 km de nuestro destino, haremos todo el trayecto navegando uno de los ríos más caudalosos de América en medio de una de las selvas más densas del planeta, para dar pelea a unos portugueses que se suponen tienen capturada a Irene…—
—Como hacían nuestros antepasados, y tratando de no causar ningún conflicto con ellos, para no alterar el equilibrio dentro de la unión dinástica…—
—Menuda cena que se tendrá que pagar Irene—
—Así es señores, bueno, capitán veo que sus hombres ya están listos. En unos momentos estaremos con ustedes—
—Angustias, ¿ha cursado usted ya las cartas de aviso de nuestra misión para que nos reciban las autoridades locales?—
—Sí señor, acabo de hacerlo—
—Muchas gracias, a Amelia, esta vez usted se queda— ordeno Salvador antes de salir
—Sin protestos, en una misión así nos será de más ayuda aquí, sus conocimientos de historia y los datos que pueda manejar y darnos nos serán de mucha utilidad—
Amelia quiso protestar, pero no le dieron lugar. ¡Hombres!
Mientras iban a vestidores Pacino se acerco a Julián y le susurro dándole una palmada en el hombro.
—Por lo menos no pasaras frio estas Navidades—
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Uno a uno fueron cruzando la puerta y apareciendo dentro de un cobertizo abierto, en la parte trasera de la casa mayor de uno de los repartimientos.
Ni bien cruzar un calor pegajoso y húmedo los envolvió, el paso del frio Diciembre de Madrid al clima del trópico no sería fácil de asumir.
En el cobertizo los esperaba un hombre viejo, presumiblemente próximo a jubilarse.
—¡Salvador!— exclamo al verlo aparecer — ¡usted por acá! ¡Qué gusto!. Aunque si está usted aquí la cosa debe ser muy grave—
—Aun no lo sabemos Rafael— saludo Salvador al hombre estrechándole fuertemente la mano— pero tratándose de la época de la unión dinástica no podemos correr riesgos y el rey me ha ordenado venir en persona—
—¿Don Felipe III?—
—No, no, Felipe VI, no es la misma dinastía, pero parece que es importante lo mismo—
—Con que el VI… a veces me olvido que el tiempo vuela— y luego, dirigiéndose a los demás— pasen señores, pasen y beban algo, el clima de aquí no tiene nada que ver con el de España y sentiréis el golpe, supongo—
En la ciudad real del Guaira, funda apenas unos años antes, y que todavía no era más que una aldea grande, se vio aparecer de pronto, como salidos de la nada, una tropa de al menos 20 hombres fuertemente armados. Al frente iba un oidor, acompañado de 2 frailes con destino declarado de inspeccionar los saltos del Iguazú.
Si no era cosa de todos los días recibir un oidor, menos lo era recibir uno como ese con una escolta tan extraña, todos tan prolijos y limpios, no parecían haber recorrido el camino que decían, Lima estaba a muchas jornadas…pero la cedula real estaba firmada por el propio Felipe III en persona, lo que le daba una excepcional importancia a la expedición.
Con presteza el intendente del cabildo puso a disposición de los recién llegados todo lo que el pueblo tenía. Así, en un par de días se armaron dos bajeles, con capacidad para 15 hombres cada uno, capaces de navegar las partes tranquilas del rio, que no eran todas, pero si bastantes como para justificar el gasto.
Con un apuro desusado se embarcaron apenas 2 días después de llegados, lo que dio lugar a no pocas habladurías. Que iban en busca del dorado, decían unos, y otros los desmentían diciendo que esa ciudad era una quimera. Que era expedición punitiva contra los portugueses, que si bien, en los papeles ahora eran amigos connacionales, en la práctica no lo eran, pero otros no lo creían, pues eran muy pocos. En definitiva nadie sabía nada y cada uno elaboraba la teoría que más le gustaba. Ellos, por supuesto, nada dijeron, se embarcaron agradeciendo las atenciones y chau.
Mientras se alejaban rio abajo, un poblador, posiblemente holandés, por el color de su cabello, los observaba con detenimiento hasta que desaparecieron tras un recodo, entonces llamo a un indio, le dio un papel que acaba de escribir y le ordeno partir.
El viaje empezó sin contratiempos, pasados los saltos del guiara el río se tranquilizaba y la navegación no presentaba mayores problemas, más allá de los cuidados necesarios. En cada nave, a parte de los hombres del ministerio, habían embarcado un par de baqueanos del lugar, que hacían las veces de prácticos y lenguaraces.