Ministerio del Tiempo - cinco libros apocrifos

Tiempo de Navidad – 1605 – puertas por un Tiempo - parte 5 de 8

Parte 5 de 8

En el campamento la actividad fue decayendo, luego de amarrar firmemente los bajeles, para evitar que la fuerte corriente del rio se los llevase, y haber acondicionado el terreno para pasar la noche, los hombres se acomodaron alrededor del fuego, suficientemente cerca para recibir su luz, pero lo más alejado posible, para escapar a su calor. Con la temperatura del aire, más que cálida, era suficiente

Un cerco de ramas espinosas haría de muralla contra posibles animales en busca de comida y de medida de seguridad complementaría al fuego.

A eso de la media noche ya estaba todo el mundo dormido, menos Pacino, que, habiendo comido de más y no estando acostumbrado al tipo de frutas ingeridas, estaba sufriendo las consecuencias digestivas lógicas.

Con toda la precaución posible se levanto y se encamino hacia la selva, saliendo del campamento.

—¿A dónde vas?— le pregunto Julián, que lo había visto caminar

—¡al baño!— le grito en silencio Pacino

—Si – contesto Julián— pero no te alejes del campamento, estas selvas son peligrosas— y en verdad sabia de que hablaba, las temporadas pasadas en Cuba y Filipinas le habían dado esa experiencia de la que los demás carecían.

—No te preocupes— contesto Pacino, mostrando la culata de su pistola automática reglamentaria

—¿Qué haces con eso aquí?—

—Nunca salgo sin ella— y desapareció tras un árbol.

Julián se quedo despierto esperando su regreso.

Pasado un tiempo prudencial comenzó a preocuparse, pues no regresaba. Ocultándose entre las mantas, saco su reloj de la mochila y lo consulto. Ya llevaba casi media hora desde que se fuera, mejor iría a ver. Perderse en la selva era algo muy fácil y temía se hubiera extraviado.

Se levanto, y, al pasar junto a Alonso, le aviso lo que haría.

—Vamos, acompáñame.—

—Bueno –mascullo más dormido que despierto— si no queda más remedio—

Luego de caminar unos pasos Alonso piso algo que le hizo entender que iban por buen camino, al tiempo que se acordaba de la madre de Pacino, que seguramente era una santa mujer aunque el hijo lo fuera de una meretriz.

Mientras caminaban iba tratando de limpiarse las botas, avanzo hacia donde se adivinaban unas matas rotas. Por precaución desenvainaron las espadas.

Julián miro tras las ramas rotas y no vio nada, pensó entonces en volver al campamento a pedir ayuda, cuando sintió el sordo rugido de un yaguareté, aunque que él no conocía el animal, sabia seguro que se trataba de un felino y eso no era nada bueno. Apuraron el paso hacia el lugar del cual salía el sonido y, a poco, dieron de lleno con Pacino, apoyado contra un árbol con la automática apuntando.

—¡que susto me han dado, casi te dejo seco de un tiro!— le dijo Pacino apuntando a Julián, que había sido el primero en dar la cara.

—¿Qué haces aquí? ¿Jugando con el gato?—

—Si, muy gracioso, le he visto los ojos, son espeluznantes, esta por allí— dijo haciendo señas con la mano, indicando un lugar en la espesura.

—Pues, entonces vamos para el otro lado— e hicieron ademan de volverse, entonces escucharon otro gruñido. ¡Son 2! No podían saberlo, no conocían los hábitos de caza de los jaguaretés, pero que había 2 animales no tenían duda.

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A la mañana siguiente, minutos antes de que salga el sol, alguien dio la alarma, ¡faltaban 3 hombres!

Cuando le informaron a Salvador quienes faltaban, casi le da un ataque de presión

¡Qué irresponsables! ¿Cómo se ausentaban sin avisar? Ya le oirían cuando volvieran, de momento no podían perder tiempo, tenía órdenes precisas que cumplir, un lugar al que llegar y un tiempo para hacerlo. Había que ponerse en marcha inmediatamente, y así lo hicieron, tan solo dejaron un par de hombres en el campamento que se les habían unido en Guaira y no formaban parte de la expedición ministerial, por si regresaban por ahí. Esperarían un par de días y, si no tenían noticias regresarían a sus casas.

—Señor, aun nos quedan por lo menos dos jornadas de viaje— dijo uno de los soldados a Salvador indicando claramente que, si querían cumplir el plan de marcha no podían perder tiempo.

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—Kuñakarai (señora)— llamo la niña – vamos levántese, está por salir el sol y debemos alcanzar al grupo que capturo a mi sy (madre)—

Irene se desperezo sin recordar que estaba en la rama de un árbol y casi se cae

La niña la miro asombrada, ¿Cómo podía ser la Kuñakari?. Ñandejára (Dios) tiene caminos extraños, recordó que solían decir los padrecitos. Ten fe, se dijo a sí misma.

Caminaron toda la mañana hasta que alcanzaron a los bandeirantes con su carga de esclavos. No tenían apuro e iban lento.

Al verlos Irene se quedo pasmada, de pronto comprendió que quería la niña que hiciera, pero ¿Cómo iba a hacer ella algo contra más de 40 hombres armados y vigilantes?

La niña la miraba implorante, como esperando un milagro….¿un milagro de Navidad? Se pregunto Irene. Entonces hizo lo único que se le ocurrió, saco su celular y, para sorpresa, vio que tenía señal, no mucho pero tenía, eso quería decir que fuera donde fuera que estuviera era territorio español, por lo tanto le podrían mandar ayuda del ministerio, y los llamo. Pero no pudo hablar mucho, la batería se murió.



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En el texto hay: fanfic, fan fic del ministerio del tiempo

Editado: 07.01.2025

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