Parte 6 de 8
Una suave melodía, como de violín, pareció brotar de todas las direcciones, poco después vieron aparecer un grupo de guaraníes saliendo de la espesura de la selva y escucharon a los animales gruñir, como fastidiados, retirándose.
—Tranquilos, no se muevan— escucharon susurrar a una voz, a un costado
Los dos se miraron sin comprender.
Julián, al ver la cara de Pacino, le hizo señas de que estaba vestido como franciscano, entonces este entendió y, haciéndose cargo, bendijo al grupo.
Aprovechando el fuego encendido colocaron en sima una vasija con agua y prepararon una infusión de hojas de yerba mate para desayunar.
—¿Estáis perdidos?— Consulto Yaguatí Itaete
—No, nuestro grupo está cerca de aquí— contesto Julián muy seguro, pero al tratar de encontrar un rumbo debió aceptar que no sabía dónde estaba.
—¿Vais hacia el sur?—
—Sí, tenemos que ir hasta Iguazú—
—¿los podemos acompañar, somos de por ahí y estamos regresando de una buena caza?— aclaro indicando las piezas cobradas que llevaban
Alonso, Pacino y Julián intercambiaron un par de gestos y asintieron, el destino era el mismo, el grupo se mostraba amistoso y, definitivamente, cualquier cosa era mejor que caminar perdidos por la selva.
—Sera un honor ir juntos— dijo Pacino y le sorprendió ver la cara de alegría de los indios ¿en tanta estima tenían a los curas? ¿Cómo podía ser eso?
Minutos después estaban todos en marcha, por senderos que solos los indios, conocedores de la selva, podían distinguir.
Marcharon durante un buen par de horas hasta que se detuvieron a la vera de un arroyo de caudal aumentado por las lluvias.
Allí, con un poco de agua y unas hojas de yerba que sacaron de unos morrales que llevaban prepararon una infusión con la cual acompañaron el frugal desayuno.
Los europeos, aunque acostumbrados a las vicisitudes de los viajes por el tiempo, que los ponían en una u otra época y que, justamente por eso, tenían su capacidad de asombro adormecida, no podían dejar de estarlo en esos lugares. Si en la tierra había un lugar parecido al paraíso, sin duda era ese en ese momento.
La vida bullía por doquier, pájaros y flores abundaban, como los frutos que Dios ponía a su disposición para el desayuno esa mañana. Los hombres, nunca exentos de conflictos, podían sentarse simplemente al margen de un arroyo y tomar un descanso reparador.
Julián, recordando las palabras de Alonso, se vio tentado a darle la razón, allí no había nada, absolutamente nada, ni siquiera fuego habían encendido, y, sin embargo…tenían todo lo que necesitaban, agua, alimento y compañía….¿qué más hacia falta?...
Quizás un tv para ver el clásico, una cerveza fría….y un buen repelente de insectos. El pensamiento le hizo brotar una sonrisa, de pronto se dio cuenta de esto y, por un instante, al menos, se sintió feliz
Luego del refrigerio la marcha se impuso nuevamente, y, otra vez el violín se dejo oír.
—Es el padrecito— comento Yaguatí Itaete, los indios aunque sonrieron se mostraron más urgidos y algo preocupados, como si las notas musicales fueran un llamado a zafarrancho. Los europeos no supieron de qué se trataba, todos apuraron el paso.
———————————————————————————————
En Lisboa alguien recibía una extraña misiva de manos de un criado, el mensaje había sido enviado no hacía más de una hora…desde San Pablo, en Brasil, lo que indicaba a las claras su importancia, pues el que la había enviado sabía que no debía usar determinados métodos de comunicación a no ser que fuera una verdadera emergencia, por lo tanto debería serlo.
Despidió al mensajero, leyó y comprobó que efectivamente eso era. Sin perder tiempo se puso a trabajar, si bien tenía claro que hacer, había que hacerlo.
———————————————————
—Bon dia senhora— invito el capitán a cargo— passar por você—
Con desconfianza Irene entro bajo el toldo donde el soldado tenía su pequeño escritorio y un taburete, no vio otra silla, por lo que le quedo claro que debía seguir parada.
El hombre la miro de arriba abajo, entonces cayó en cuenta que estaba casi desnuda, toda su ropa de abrigo se había perdido y solo llevaba la camisa larga con la que había dormido.
Luego de unos instantes el hombre pareció recuperarse y, haciendo un gesto amable le indico un arcón en el cual podía sentarse, ella lo declino
—¿Cuánto tiempo lleváis con los salvajes?— le pregunto en un esforzado español, toda una deferencia.
—¿Salvajes?— pregunto tontamente e inmediatamente se dio cuenta
—Unos pocos días señor—
—Entonces demos gracias a Dios que os hemos hallado a tiempo— se felicito
—Permítame presentarme, Affonso Agostinho, capitán de bandera—