Parte 3 de 8
Al atravesar la puerta se encontraron en unos baños, desiertos a esa hora, lo que los ayudo mucho a sobre llevar la sorpresa de ver aparecer, a último momento, a Amelia.
—¿Qué miran? ¿Se pensaban que me iban a dejar como cuando fueron a Sudamérica?—
No había terminado de digerir que no la llevaran a la misión a las misiones guaraníes.
Los hombres se miraron, se encogieron de hombros y siguieron al centurión que ya atravesaba la siguiente puerta.
Al cruzarla se encontraron en un recinto abovedado, pobremente iluminado, que daba la sensación de una obra en construcción abandonada. Había escombros y polvo por todos lados. Se veían unas pocas puertas, la mayoría notablemente deterioradas, daban impresión de no haber sido abiertas en mucho tiempo.
—¿y bien? ¿Ahora qué?— pregunto Pacino
— No sabemos, por eso los hemos llamado a ustedes para que nos ayuden con este misterio — contesto Marcus
Extrañamente nadie reparo en el hecho de que le entendieran sin necesidad de traductor.
Alagado y molesto a la vez, Pacino asumió su papel de policía de investigaciones. Comenzó por recapitular los hechos conocidos, tratando de encontrar fisuras o pistas ocultas en el relato, que pudieran darle algún indicio sobre el paradero del emperador.
¿Dónde podría estar? ¿Qué le habría pasado?
Luego, levantándose, se dirigió a una puerta en especial y señalando la empuñadura de la misma dijo
Alonso, discretamente, con la mano derecha cerro la boca de Pacino, que la tenía tan abierta como los ojos.
————————————————————————
Se sentía como un niño haciendo una travesura. Por un instante fue tremendamente feliz. Bastaba con imaginar las caras en la corte al ver que no estaba…ha, como quisiera verlas, cuantas víboras se delatarían….y la felicidad se le esfumo.
De todos modos no esperaba demorar demasiado, sería solo una vueltita, llevaba años dándole vueltas al asunto y creía tener bastante claros los pasos a dar para llegar hasta su objetivo. Si hasta era posible que volviera antes que lo echaran de menos.
Le costó algo de trabajo llagar a las puertas. No podía quejarse contra nadie que no fuera él, se veía que su orden se había cumplido y nadie había tocado nada desde aquel día en que le avisaron que las habían descubierto. Cuando regresara tendría que recordar felicitar al centurión a cargo, quien quiera que fuera.
Con decisión leyó los distintos signos en las puertas, hasta que encontró los buscados. Con su bastón rompió las telas arañas que la sellaban, y acciono el picaporte. Para su sorpresa la puerta se abrió sin dificultad, como si lo estuviera esperando.
Al atravesarla se encontró en….no habría sabido decirlo bien, parecía como un lugar de oración, ¿una sinagoga quizás? No, no, esa estatua de un romano al lado del altar lo desmentía. Bueno, qué más daba, camino con buen paso hacia lo que parecían las puertas principales, sin dudarlo las abrió y salió. Afuera el sol de dio de lleno en la cara y lo cegó momentáneamente.
El bullicio era ensordecedor, parecía día de mercado por la actividad que se veía en todas partes.
Pensó unos instantes, ¿hacia dónde se dirigiría? No tenía ni idea de cómo era esa ciudad, ni siquiera sabía si era la ciudad correcta.
Camino por la calle principal, atestada de gente rara, con vestimentas “antiguas”. Vio algunos soldados, pero no eran romanos, seguro. Eso lo inquieto un poco.
Luego de andar entre la gente, prestando oídos a lo que conversaban, tuvo la certeza de que la mayoría lo hacía en arameo o algún dialecto similar. Eso le alegro. Parecía la ciudad correcta.
Recorrió los puestos del mercado hasta que creyó escuchar a alguien hablando en griego. Se arriesgo y le pregunto por el lugar que estaba buscando.
El interpelado entendió las palabras pero fingió no entender la frase. Lo miro de arriba abajo, sin duda debía ser una persona importante, sus vestimentas eran lujosas. La codicia se despertó en su interior, algo se podría obtener de ese viejo.