Ministerio del Tiempo - cinco libros apocrifos

Tiempo de realeza – año 7 ac – reyes por un Tiempo - parte 5 de 8

Parte 5 de 8

Amelia, a la cabeza del grupo de hombres de la cuadrilla de mantenimiento, cruzo la puerta que daba a los baños de Cádiz. Esta vez fue más precavida, lo primero fue confirmar que estuvieran vacios, y luego si, cruzar a la otra puerta.

En Bizancio Salvatus los esperaba impacientemente, temía que alguien bajara a la obra y descubriera todo. En varias oportunidades había oído voces cercanas.

La cuadrilla se puso a trabajar inmediatamente, con premura apuntalaron la mampostería y colocaron los gatos hidráulicos que juzgaron convenientes para levantar el dintel que había cedido.

La operación les llevo escaso 30 minutos, urgidos por la premura de Amelia y los ruidos, como a cruce de espadas, que llegaron desde el otro lado.

Cuando por fin lograron abrir la puerta se encontraron con Marcus herido, caído a un costado de la puerta.

Aun vivía, pero no lo haría mucho tiempo más si no lo atendían. ¿Qué hacer? Tenían orden de no intervenir en la historia, y Marcus, para ellos, era historia…¡pero también era un ministerico!

—Vamos, llevémoslo al hospital— pidió Amelia

—Yo cuido la puerta— indico Salvatus

Con la ayuda de un par de hombres de la cuadrilla transportaron al centurión lo mejor que pudieron.

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Con mucho cuidado se escabulleron entre los camellos hasta unas carpas cercanas. Al entrar en ellas vieron varios arcones con prendas, tomaron algunas y salieron.

En un pozo de agua cercano se lavaron lo mejor que pudieron y dejando las ropas que traían se vistieron con las que habían robado.

Para evitar que alguien los reconociera con las prendas tomadas, salieron por el lado opuesto, dirigiéndose prontamente a otra caravana.

En ella el emperador compro 3 camellos con una moneda, que si bien le resulto extraña al comerciante, era indudablemente de oro de primera calidad y cubría con holgura el costo de los animales.

—Vamos señores, ya que Dios ha querido ponernos juntos en esto, síganme— dijo el emperador al tiempo que ponía rumbo de regreso a la ciudad

—¿A dónde vamos Señor?— pregunto humildemente Pacino

—A buscar alguien que nos indique como llegar— fue la escueta e inútil respuesta, mientras hacía punta.

Un par de pasos más atrás Pacino y Alonso se miraban cada vez más extrañados.

—Tienes idea de que está pasando— pregunto el último

—Ni la menor idea.— contesto Pacino— es más, me pregunto ¿qué hacemos aquí?—

—Si, a lo que parece el viejo este, el emperador o quien sea, se las arregla bastante bien solo—

—Es más, hasta parece que el nos está protegiendo a nosotros—

Mientras marchaban a de regreso a la ciudad el sol comenzaba a ocultarse. En el horizonte un cometa apareció.

Lograron entrar en la ciudad justo antes de que cerraran las puertas, con un grupo de hombres y mujeres que a todas luces eran viajeros que venían a pasar la noche.

—Espérenme aquí—ordeno Constantino dejándolos en un mercado, mientras se dirigía a un puesto Romano que divisaron al ingresar.

—Ya me está cansando con sus órdenes el emperador este— bufo Pacino.

—Si, los emperadores a veces son difíciles de soportar— acepto Alonso mientras tomaba una fruta de un puesto.— ¿tienes una moneda?—

Pacino se toco las ropas y negó con la cabeza. Resignadamente Alonso volvió la fruta a su lugar.

—Tomad buen hombre— le dijo un viejo extendiéndole una moneda de cobre

—No señor, por favor— rechazo avergonzado

—Toma, es mejor pedir que robar, y el hambre es mal concejero— insistió el hombre— ya me la devolverás cuando pases por Samaria— concluyo mientras se daba vuelta y se iba sin esperar respuesta.

No tuvieron tampoco tiempo de hacer nada más, el emperador, visiblemente satisfecho había vuelto a aparecer

—Ya esta, vamos, no hay nada como un buen Romano para poner las cosas en su lugar— se ufano.

—Señor, puedo preguntar a donde vamos— consulto Pacino humildemente, tratando que la sorna no se le notara.

—Al palacio de Herodes— fue toda la respuesta. Cuando quería el emperador sabía ser lacónico.

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—¿Qué? ¿Quiénes?— Pregunto visiblemente molesto, mientras alejaba de su lado a la cortesana que tenia sentada en las rodillas. Respetuosa y temerosamente los músicos silenciaron sus instrumentos.

—Unos magos de oriente señor— Repitió respetuosamente el sirviente

—Persas seguramente— susurro un cortesano

—¿y qué dices que quieren?—

—Vienen averiguando por el lugar de nacimiento del rey de los judíos—

—¿¡que!? ¿Acaso tengo algún bastardo desconocido con ideas peligrosas?— todos rieron nerviosos y obsecuentes.— Bueno, hazlos pasar, a ver que traen— ordeno

Los tres ingresaron a presencia del gran Herodes, quien, al verlos aparecer, sin saber porque, perdió la sonrisa burlona que tenia y se puso serio.



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En el texto hay: fanfic, fan fic del ministerio del tiempo

Editado: 11.01.2025

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