Ministerio del Tiempo - cinco libros apocrifos

Tiempo de realeza – año 7 ac – reyes por un Tiempo - parte 8 de 8

Parte 8

—¿Qué hacemos con los extranjeros señor?— Consulto el centurión

Constantino medito largamente el asunto. Ya estaba cansado de esos “hispanos”, gentes de provincia que se creían en la obligación de acompañarlo a todos lados…para después necesitar que él los rescatara.

Distraídamente hiso girar una moneda con la cara de Octavio, el primer emperador. En cierta manera se sentía identificado con su antecesor en el cargo. Claro que la época era distinta, cuando Octavio todo estaba por hacerse, a el le tocaba rehacer todo. Tenía la responsabilidad de devolver al imperio a su gloria pasada. Y otra vez lo asalto la duda ¿y si usara las puertas para corregir lo que se había hecho mal?

Claramente le habían advertido que eso no podía hacerse. Eso era lo que más le costaba, que alguien le dijera que podía y que no podía hacer. Y, sin embargo, cuando le pusieron en contacto con el misterio de las puertas lo había entendido, y hasta había jurado respetar la premisa.

No, definitivamente descarto la idea. Por lo menos hasta terminar lo que había venido a hacer, luego vería.

  • Señor. La estrella ha vuelto a aparecer— informo un soldado desde la puerta.

El centurión agradeció. Constantino se levanto.

  • Es hora de continuar—

Al salir los vio, eran los dos conocidos y tres más ¡toda una multitud! Y encima uno era una. ¡Lo que le faltaba tener que cuidar de una mujer! Aunque guapa, por cierto.

Al pasar frente a ellos se detuvo, medito un instante y dijo

—Vengan. Pero sin hablar—

No dejaba lugar a dudas.

Pacino y Alonso se dirigieron a donde estaban los camellos que habían montado el día anterior. Ya estaban con los bultos cargados, por lo que lo único que debieron hacer fue seguir los pasos del emperador, que ya montado en su camello había salido al camino.

Amelia y los otros caminaban atrás, demorando el cotejo.

El emperador, a buen paso, iba ganando distancia.

—¡Vayan que se escapa!— ordeno Amelia en voz baja

No se lo hicieron repetir, ambos montaron los camellos y fueron tras Constantino.

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  • Id a adorar al Señor – escucho sin saber de dónde salía la voz.

El pastor abrió los ojos y miro para todos lados. Todo se veía normal, las ovejas rumiaban o dormían bajo las estrellas, los perros estaban tranquilos…solo la estrella esa en el cielo era algo nuevo. Sin saber porque se levanto y se puso en camino.

  • Id a adorar al Señor –

El arriero miro al cielo y no lo pensó, un borrico a su lado pareció entenderlo y se puso en camino con él.

En el camino se fueron juntando pastores, arrieros, boyeros, campesinos, vacas, patos, burros, ovejas…parecía que Noé había vuelto a llamar.

Estrella, siempre delante, indicaba el camino.

Al llegar frente a un humilde pesebre se detuvo. En el interior sobre un ato de paja un niño de pocos días dormía junto a sus padres, un pobre carpintero y su esposa.

De apoco a medida que fueron llegando se fueron inclinando ante él. El niño despertó y sonrió.

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—¡Ahí es!— exclamo Constantino maravillado al ver la escena marcada por la estrella, desde la sima que acababan de subir.

— Entonces es todo verdad. Al final no me he equivocado al apoyar a los cristianos — se dijo a si mismo mientras una suave sonrisa se dibujaba en su rostro.

Sin decir más apuro el paso. Pacino y Alonso tras él.

Casi sin aliento llego hasta el pesebre, desmonto del camello y cayó de rodillas en el suelo. La cara entre las manos y lágrimas en los ojos.

Tras él, en silencio, junto a sus camellos, Pacino y Alonso contemplaban la escena sin saber qué hacer. Alonso estaba como petrificado, sus ojos empañados no podían dar crédito a lo que veían. Un nudo místico le atenazaba la garganta. Se persignó y arrodillo también.

Pacino, tampoco pudo sustraerse a la emoción e igual se postro.

—Por favor— pidió el emperador – traigan los presentes –

Los dos se levantaron y fueron a buscar lo que había en los camellos.

Una carga de incienso y otra de mirra que colocaron a los pies del niño.

Constantino, ya de pie, considerando escaso el presente, se desato la bolsa que llevaba a la cintura y también la ofreció, con todas sus monedas, sus queridos y tan logrados “Bezantes” de oro recién acuñados.

En un costado un escribiente tomaba nota discretamente de todo lo que pasaba

Cuando por fin llegaron Amelia y los demás, el emperador ya estaba comenzando el regreso, con Pacino y Alonso tras él.

—Vamos, hay un ministerio que crear y un bautismo que tomar— indico.

Antes de salir, discretamente, Pacino se acerco al escribiente y le pregunto.

  • ¿Tu quien eres? –
  • Mateo Señor –
  • ¿Y escribirás todo lo que has visto y oído aquí? — preguntó curiosamente.
  • Todo lo importante…que se pueda escribir — aclaró – Del ministerio ese ni palabra. Lea — indicó al tiempo que ponía a su disposición el papiro en que escribía



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En el texto hay: fanfic, fan fic del ministerio del tiempo

Editado: 11.01.2025

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