Mío

˚⭒˚⭐。˚⋆⭒CAPÍTULO 3⭒˚⋆。˚⭐⭒˚

Los gritos de su papá amenazaban

con explotarle la cabeza.

Siempre estaba enojado con él,

sin importar qué hiciera nunca se contentaba...

Él extrañaba a su mamá.

Ya no recordaba mucho de ella,

pero creía firmemente que al

menos ella sí lo había amado.

ABIGAIL

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—Tengo fiebre. Quiero ir al doctor—pidió Rowan sosteniendo el pañito húmedo en su frente, sin desprenderse de su aire aristocrático.

Ni siquiera sabía de dónde lo había sacado, pero suponía que lo usaba para aumentar su dramatismo.

Mi hijo era más americano que los americanos, pero por alguna razón había decidido aferrarse a la genética inglesa que venía por parte de la familia de su padre... Y al dramatismo inherente a la misma, por lo visto.

Hice una mueca, recordando lo molesto que era ese hombre.

—Amor, no puedes escaparte de ir a la escuela hoy—sermoneé, cansada de que hiciera lo mismo cada vez que tenía oportunidad. Acaricié sus cabellos rubios con paciencia, agradeciendo al cielo que se pareciera a mí físicamente.

No habría podido soportar el dolor de ver a su padre a diario en él.

Dios había sido bueno; si ignoraba el color de sus ojos y su contextura, podía respirar porque solo me veía a mí misma.

—Estoy muy mal. Preferiría que me lleves al doctor—mintió y me preocupó mucho. Algo tenía que estar sucediendo para que mi hijo-que le temía profundamente a las agujas- me pidiese ir al doctor antes que a clases.

—Debes ir a clases, Rowan... ¿Por qué no quieres ir? ¿Pasa algo?—susurré quitándole un par de mechones de la frente y él apretó los labios con seriedad.

—No iré...—tosió falsamente—. Igual siento que, si me llevas, puedo desmayarme a mitad de clase—soltó con total tranquilidad y yo contuve las ganas de soltar un gruñido.

—¿Qué quieres a cambio de ir a clase?—ofrecí, mirando preocupada el reloj en mi muñeca. Se nos hacía tarde a ambos para salir de casa.

—Nada porque no iré—repuso terco, recordándome que en realidad sí que era la copia de su padre en muchas cosas.

—Amor, por favor. Debes ir a clase. Ya faltaste ayer y...—comencé a decir y él se levantó bruscamente, olvidando el pañito que cayó a la cama descuidadamente.

—¡Dijiste que la maestra había cancelado la clase!—reclamó y yo hice una mueca, dándome cuenta de mi error.

—Estás diciendo todo esto para salirte con la tuya. No cambies el tema—reclamé, desviando el tema. Como madre tenía un gran defecto y era que no me gustaba reconocer mis errores cuando Rowan me atrapaba.

Era un niño muy listo y me ponía de los nervios cada vez que pillaba alguna de mis mentiras o descubría mis errores.

—¡Me mentiste! ¡Dijiste que no debo decir mentiras pero tú me mientes! ¡Eres una mentirosa!—gritó enojado y yo respiré profundo, intentando reunir toda la paciencia desde las zonas más recónditas de mi ser.

Quería ser el mejor ejemplo para él, pero la verdad era que por mucho que intentase ocultarlo, siempre terminaba equivocándome y él no dudaba en resaltarlo.

—Amor mío, irás a clases. Lo harás a menos que realmente haya una razón de peso, mucho peso, para que te permita faltar—repliqué sin dar el brazo a torcer y él apretó los labios conteniendo el llanto pero no sirvió de nada, su barbilla tembló al tiempo que dos lágrimas feas y gordas escaparon de esos ojos que tanto amaba.

—No iré. No quiero ir y no puedes obligarme. No iré—insistió furioso y se cruzó de brazos, de nuevo dejando claro lo mucho que se parecía a su padre. Ese hombre cuando se empeñaba en algo lo conseguía y su hijo le había heredado el temperamento de principio a fin—. Nunca me escuchas... ¡Mi papá debería estar aquí, él debería venir a cuidar a su hijo que no tiene amigos!

—Rowan, amor...

—¡De seguro él sí me escucharía y me dejaría faltar a clases! ¡¿A quién le importa salvar el mundo todos los días cuando su hijo lo necesita a diario?!—gritó y más lágrimas escaparon de sus ojos.

Sentí cómo mi corazón se partía en pedazos con sus palabras.

—Yo estoy aquí, hijo. Puedes decirme lo que sea, anda... ¿Qué es eso de que no tienes amigos?—susurré e intenté abrazarlo pero él se apartó enojado y se limpió las lágrimas con brusquedad.

—No es nada.

—Rowie, puedes contarme lo que sea, quiero ayudarte—ofrecí, intentando mostrarme tranquila a pesar de que por dentro estaba muriendo de los nervios.

¿Qué le estaba pasando a mi hijo y cómo podía ayudarlo?

—¡Entonces trae a mi papá! ¡Dile que venga a casa!—gritó y yo estaba a punto de regañarlo por alzarme la voz cuando el timbre de nuestro piso resonó por doquier.

—Dame un segundo y continuaremos nuestra conversación—ofrecí y él me miró enojado.




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