Magnus mantenía la mirada perdida en ningún punto a través de la ventana del despacho de Edward. Su viejo amigo le había hecho llamar sin lugar a replica. Desde luego no se trataba de una reunión informal.
Edward, en representación de la orden, llevaba meses detrás de que Magnus se uniera a la causa fingiendo que era algo opcional pero el mago conocía bien sus opciones. Retrasar aquella reunión había sido, quizás, un acto de falsa rebeldía. Una manera de retrasar lo inevitable o, mejor dicho, de retrasar el dolor.
Edward se encontraba solo, sentado en su butacón de madera. Aquel que tanto había ansiado ocupar desde jovencito. Ningún miembro del consejo estaba presente pero Magnus sabía que andaban cerca. Quizás en la habitación de al lado. Aguardando como buitres carroñeros a su presa. Esperaban una señal de Edward para actuar. En caso afirmativo, si Magnus colaboraba sin oponer resistencia, volverían a Centralia con el buche lleno de ego. Convencidos de que la sola intuición de su presencia era suficiente para intimidar a la presa. Si Magnus se oponía, entrarían en escena. Impresionando con sus largas túnicas y sus miradas fieras. Magnus tenía claro que luchar era absurdo. Lo sabía. Lo había visto. Él podía verlo todo. En realidad, por eso estaba ahora allí.
<<Edward, amigo mío, como hemos llegado a esto>> pensó Magnus. Pero no dejó que él oyera sus pensamientos. Esta vez no. Esta vez la decepción se la guardaba para él.
<<Como si hubiera tenido otra opción >> pensó Magnus.
Todos debemos hacer sacrificios. Magnus recordaba la primera vez que su entonces amigo le había recitado aquellas cuatro palabras. Noha acaba de morir. Nadie había hecho nada para salvarla. Entonces Edward le había puesta una de sus gigantes manos en el hombro y le había dicho <<Todos debemos hacer sacrificios>>
A Magnus le hubiera encantado ver la reacción de Edward si hubiera tenido que sacrificar a uno de sus hijos. O quizás a Cynthia, su mujer. ¿Hubiera pensado entonces que todos debemos hacer sacrificios? Y es que es muy fácil predicar mientras la catástrofe no te toca de cerca.
Magnus miró a su amigo a los ojos. << ¿En qué te has convertido, amigo mío?>> Pero esta vez dejó que él escuchara sus pensamientos. Que se empapase de la animadversión que había desarrollado hacía él. Edward no fue capaz ni de mantenerle la mirada. Dejó que Magnus abandonara su despacho sin pronunciar ni una sola disculpa o excusa. El que había sido su mejor amigo, su hermano, iba directo hacía la peor de las pesadillas por su culpa. Y él ni si quiera se dignaba a excusarse.
Cuando Magnus salió, al fin, del despacho como presa que lleva el diablo, nunca mejor dicho, chocó un estudiante despistado al que se le cayeron todos los libros por el suelo. Estaba a punto de profesar una acusación hacía aquel torpe atolondrado, odiaba a los niños, cuando su mirada se clavó en la que le miraba con curiosidad desde el suelo.
Se le paró la respiración cuando descubrió a Mira Luna tras aquellos ojos brillantes y llenos de vida. No sé disculpo sino que lejos de hacerlo echó a correr por los pasillos de FireWell ante la desconcertada mirada de todo el que se cruzaba a su paso. Muchos le reconocían, era un personaje bastante insigne, y cuchicheaban sin entender lo que le llevaba a actuar de semejante manera.
Mafalda se apresuró a ayudar a Mira que recogia los últimos libros del suelo agobiada.
Ambas chicas se levantaron y emprendieron su camino hacia las mazmorras de FireWell. Mafalda tenía hora libre y había pensado que era buena idea acompañar a Mira y distraerla un poco. Eso seguro ayudaría a calmar sus nervios antes de su siguiente clase.