Mira Luna y la Academia Farewell

CAPITULO 37

Abaddon no acostumbraba a salir de su refugio. Todo lo que necesitaba lo tenía allí dentro. Gozaba de unas comodidades extremas , nada que ver con la vida que había llevado antaño. Recluido a las profundidades del inflamando.  Encarcelado como un perro rabioso y vejado por la peor escoria del mundo mágico.  La rabia había crecido amontonándose en su estomago durante mucho tiempo. Casi consumiéndole. Pero el sabor de la venganza , de lo que  estaba por llegar, le reconfortaba y calmaba su ira. Le daba el aliento y la fuerza necesaria para ser paciente. No había mayor virtud que la paciencia.

El día de Alain Fleming era para Abaddon un auténtico deshonor. Sentía vergüenza ajena de todos aquellos magos que se prestaban a semejante carnaval. Ellos que se llamaban magos distinguidos. Payasos es lo que eran. Ningún de ellos era digno de la magia. Eso Abaddon lo sabía muy bien. Era por ello que su obra era tan necesaria. Tan urgente. El mundo necesitaba una criba y la necesitaba lo antes posible. El mundo lo pedía a gritos. 

 

  • ¿Hay noticias de la chica?
  • Está aquí mi señor…
  • ¿Es de fiar?¿La tienes controlada?
  • Antia hará lo que yo le ordene señor.
  • Más te vale- le amenazó Abaddon- Si te tolero es porque has demostrado ser útil hasta el momento. Pero eso puede cambiar. No es ningún secreto que ansío la sangre Spinster con nada en este mundo. Y aunque no es precisamente la tuya la que más valor posee para mí no pestañearé ante la idea de desangrarte. 

Elijah tragó duro. La amenaza de Abaddon se había clavado en su pecho como la sombra de algo que estuviera por venir. Sintiendo el filo de la navaja afilada acechándole a sus espaldas. No podía permitirse dar ningún paso en falso. Primero, por su vida. En segundo lugar, porque allí es donde quería estar. Ese era su bando en aquella guerra que estaba a punto de lidiarse y la que solo el más fuerte podría salir victorioso. Y todo el mundo sabía quién era el más fuerte. 

 

  • Ella no fallará, señor. Yo, no fallaré. Tiene mi palabra.

 

Pero su palabra era lo único que Elijah podía ofrecer en aquel momento puesto que Antia llevaba una semana huyéndole. Aquella maldita mocosa se pensaba que Elijah era estúpido que no se daba cuenta del juego que se traía entre manos. Como si no hubiera notado que hacía días que no contestaba a sus llamadas ni se presentaba a sus citas diarias. Cuando Antía le sorprendía en algún lugar simplemente se daba media vuelta y se marchaba. Era difícil sorprenderla en la Academia. Elijah estaba muy vigilado por el resto de su familia. Familia. Una palabra que abarcaba tanto pero que para él significaba tan poco. Los vínculos que le unían al resto de los Spinster se limitaban a una mera coincidencia carnal. Un ADN desestructurado que poco o nada tenía que ver con él. Pero a Abaddon y a su movimiento le unía algo mucho más poderoso. La fe en un mundo nuevo. El ansia de poder. Un poder infinito que jamás fuera igualado por ningún otro hombre. Y una sed de venganza que no conseguía aliento de ninguna otra manera. A Elijah no le importaba demasiado la depuración de raza que Abaddon estaba dispuesto a lidiar. Los mundanos le eran totalmente indiferentes. Pero aquella guerra provocaría un daño colateral que le interesaba mucho más. Un peón estaba a punto de ser sacrificado por el bien común y eso, ese peón insignificante,  era lo que más le interesaba. 

 

Antia había pasado todo el trayecto en el tren escuchando historias sobre la madre de Mafalda. Historias que no le interesaban en absoluto. Las familias perfectas de magos selectos era lo que más le repugnaba. Le parecía tan irreal, tan ficticio y tan aburrido como la vida misma. ¿Quién podría querer una madre reconocida por toda la comunidad, valorada, cuando podías tener una madre enganchada a los antidepresivos? Quizás un padre que te detesta por no ser número uno en nada. Cuya única muestra de amor paternal se limita a sermonearte sobre la importancia de ser el mejor en cualquier disciplina que te interese. El número dos no es más que el perdedor que recoge las migajas, decía, alguien incapaz de destacar en nada y con muy poca fuerza de voluntad para esforzarse más. Un don nadie. Y eso es lo que Aitana era para su padre. Nadie. Le habían rechazado dos veces en la Academia antes de concederle una plaza. Evasé era el principal motivo por el que odiaba a Bartos Spencer. Ese y la convicción de que el único motivo había sido no eclipsar a su perfecta y digna hija. Elijah tenía razón cuando describía a su padre como un ser despreciable y sediento de poder. Pero no compartía la idea de que era un mal padre. Ojalá el suyo hubiera ejercido como padre la mitad de lo que lo hacía Bartos Spencer. Bemus, Bryana y Alysson siempre habían sido niños felices y protegidos por unos progenitores presentes. Bartos se había ocupado de ellos durante el tiempo que Cynthia estaba ausente por motivos de trabajo. Sin embargo, ella jamás había podido contar con su propio padre en los momentos en los que su madre se encontraba enferma. Momentos que habían sido muchos, y muy seguidos, en el último año. Su propia historia personal hizo que congeniara con Elijah demasiado rápido pero conforme pasaba el tiempo más cuenta se daba de que Elijah estaba dispuesto a llegar demasiado lejos. Para él, las personas que caerían junto a Bartos no eran más que daños colaterales. Peones necesarios de sacrificar, repetía continuamente, pero para Antia no era tan sencillo. 

 

  • Para ti.

 

Mira Luna la había sacado de sus pensamientos para traerla de vuelta a la realidad. La muchacha la observaba desde arriba con un vaso de café en su mano extendida. Antia tardo unos segundos en darse cuenta de que era para ella. Seguía aturdida por sus propias ideas.

 

  • Gracias… No te había pedido nada.- contestó algo cortante. Las muestras de gratitud la ponían incómoda.
  • Lo sé, pero esta mañana a penas desayunaste nada y pensé que te vendría bien. Creo que esto – añadió Mira refiriéndose al desfile- Se alargará más de lo que pensábamos.




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