Mira más allá

PARTE UNO: capítulo 1

Veo por la ventana del auto como la niebla cubre a lo lejos la cima de la montaña. A esta hora de la mañana, a pesar de que ya casi acaba la primavera, el frio es innegable, haciéndome salir con una chaqueta sobre mi blazer escolar rojo. Seguro a la tarde ya no lo necesitaré, y solo será una carga el resto del día.

Debemos bajar unos veinte minutos para llegar al pueblo, donde se encuentra mi escuela. El trayecto siempre es rápido porque, mezclando la carretera vacía y las conversaciones chistosas con mi mejor amigo, Jake, es imposible que me fije en el tiempo.

—Al fin sales de clases, es un fastidio llevarte y buscarte —comenta él, con una sonrisa en la cara.

—Como si no tuvieras que hacer la misma ruta de todos modos, dramático —bufo.

—Si no estuvieras sería silencioso al menos.

—¿Me estás diciendo que hablo mucho?

—Básicamente.

Miro al frente para notar que ya estamos llegando al pueblo, puesto que ya pasamos las parcelas y entramos a un mundo más junto, con vecindarios y apartamentos. El pueblo no es ni grande ni pequeño, es normal encontrarse conocidos a cada rato a donde sea que vayas. En esto punto, faltan pocas calles para llegar a la escuela, donde por suerte Jake debe pasar para ir a su trabajo.

—Mi abuelo te contó lo de los nuevos inquilinos, ¿cierto? —le pregunto, tocando un tema por el que estoy bastante emocionada.

Desde hace años vivo en una residencia, de la cual es dueño mi abuelo. Con la mayoría de los que viven allí me llevo justo como si de familia se tratara, mas hay otros a los que jamás les he dicho nada que no sea ''buen día''. Hoy llegan nuevos huéspedes, así que dar una buena primera impresión es mi prioridad. Me gusta llevarme bien con mis vecinos, sobre todo si se trata de unos a los que probablemente veré varias veces al día.

—Sí, apenas me lo comentó ayer en la noche —asiente, sin quitar la vista del camino.

Por supuesto, Jake también vive allí, y gracias a eso somos amigos hoy en día.

—Igual a mí, tampoco me dio muchos detalles —digo mientras reviso las notificaciones de mi teléfono—. Espero que sean agradables.

—Tampoco te ilusiones, no todo el mundo que entra por esa puerta puede ser tan genial como nuestra familia —se encoje de hombros.

—Todos pueden serlo, no todos quieren serlo —le corrijo.

Familia. Como amo esa palabra. El único con quien comparto sangre es con mi abuelo, el resto son solo persona que se volvieron parte de mi vida en el camino. A pesar de que no tenemos razones para ser cercanos, lo somos porque nos queremos, porque, con lo bueno y lo malo de cada uno, logramos encajar. Esa es la esencia de una verdadera familia.

Es irónico, porque vivo desde los doce con mi abuelo, y no porque no tenga madre, o padre, o hermanos, sino por algo mucho más complicado que eso. Soy un extraño caso, una huérfana de mentira, parte de un exilio voluntario por mi propia libertad. Suena muy dramático, ¿eh? Pues eso es solo la punta de un iceberg muy profundo.

—Además, mientras más seamos, mejor —agrego.

—No si se trata de chicos —me mira burlón—. Mientras más chicos, menos Miranda para mí, no puedo soportar eso —sus ojos cafés miran los míos con esa ternura inconfundible.

Cualquiera podría pensar que hay un tipo de romance, pero no lo hay. Nuestra relación es intima, tan fuerte que conocemos los secretos mejor guardados del otro, tan fiel que nos defendemos como un dúo de acción contra los malos. Eso, por supuesto, ha traído a través del tiempo muchas bromas por parte de los demás, y no se les puede culpar, ya que les damos tela para que sigan molestando.

Aun así, mi amigo no duda en tomar esas bromas para hacerlas realidad de vez en cuando, lo que produce risas entre todos con sus intentos de coqueteo, que serían bastante efectivos en cualquier chica que no sea yo. No tengo idea de qué hace que no caiga ante su atractivo indudable y su sonrisa perfecta. Puede que sea el hecho de que, con todo y su físico de modelo, no puedo verlo como algo más que un amigo, uno asombroso.

—Yo nunca te cambiaría por otro chico, a menos que tenga un auto más bonito —respondo a su juego justo cuando llegamos a la escuela.

—¿Qué puede ser más bonito que este bebé? —soba su volante con cariño.

Sí, una camioneta de cabina simple blanca —y sucia— es insuperable.

Me despido de Jake y bajo del vehículo para entrar en la escuela. Este, ni lento ni perezoso, sigue su camino hacia su trabajo de mesero en el restaurante que queda a dos kilómetros.

Los pasillos de la escuela están llenos de un ruido agradable. Gente hablando, pasos, casilleros abriéndose y cerrándose; la verdad el ambiente siempre es algo apagado, menos hoy, al ser el último día. Todos usamos el mismo uniforme: camisa blanca de manga corta, corbata y blazer rojo, y pantalón o falda a cuadros. Nada glamuroso, debo decir.

Me encuentro con Britt y Emily, mis amigas más cercanas y queridas en todo el mundo. Soy el tipo de chica sociable, pero solo ellas dos lograron obtener un lugar dentro de mi corazón. Britt, con sus ocurrencias, siempre dice lo que piensa sin importarle si suela loco. Emily es más como la madre del grupo, ese lado racional y, de alguna manera, la contraparte de Britt, pues su actitud tranquila es casi inquebrantable. Es de las tres la única que se maquilla, y desearía poder delinearme el parpado como ella.

—Vamos al salón, el profesor Mikels dijo que le ayudáramos antes de que el timbre tocara —nos hala Britt hacia la sala de nuestro profesor jefe.

Hoy, como el típico último día del año escolar, en realidad no vemos asignaturas, sino que pasamos el rato en actividades entretenidas como una despedida a la escuela y bienvenida a las vacaciones. La primera hora se ocupa con un pequeño compartir entre compañeros del mismo curso y su profesor en jefe, en la sala del mismo, justo donde nos dirigimos.




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