Sigo viendo hacia arriba, directo a los ojos de Ian. Estos también me miran a mí. No entiendo qué es lo que expresan. Dejo pasar apenas segundos antes de levantarme de forma brusca, secándome a manotazos mi cara húmeda. El ambiente está tenso.
—¿Qué...? —es lo que sale de su boca.
Parece asombrado. Acaba de escuchar como hablé con mi hermano, cómo dije que mis padres están de hecho vivos, y que todo lo que mi abuelo y yo contamos sobre mi vida es mentira. Es en parte mi culpa, pues no recordé que la otra entrada a la terraza es por medio del cuarto que, seguramente, Ian ocupa desde que se mudó. Veo dicho cuarto detrás del chico, a lo lejos.
Soy una idiota.
—Eh... Yo... —balbuceo, no tengo una excusa, nada que pueda hacer que Ian no crea lo que oyó—. ¿Qué tanto escuchaste?
Es lo único que se me ocurre decir.
—Lo suficiente —se mete las manos en los bolsillos—. Y no sé cómo esperabas que no escuchara si estabas frente a mi habitación gritando.
Meto las manos en los bolsillos de mi pantalón y me balanceo de lado a lado, inquieta.
—Ian, por favor olvida que esto pasó, ¿de acuerdo? —mi voz apenas se oye.
—¿Estás loca? Podría ignorar una ridícula pelea con tu mejor amiga, pero no algo como esto. No soy un monstruo —frunce el ceño.
—Oh, ahora no lo eres —digo, con cierta ironía. Tengo sentimientos tan dispersos que ahora pago mi frustración con él—. Tu solo has lo que siempre: no hablar y ser indiferente. Justo ahora servirá de algo.
Con una expresión tensa, paso de Ian para dirigirme a la puertecilla que me devolverá al piso de abajo, pero la mano del chico se aferra a mi brazo. Vuelvo a verlo para encontrarme con el mismo rostro: no hay preocupación, ni emoción, solo un ceño medio fruncido y unos labios apretados. ¿Por qué ahora es así conmigo? De la nada se comporta totalmente distinto, ¿desde cuándo le importa cómo me siento? ¿Desde cuándo no ignora todo lo que hago o digo?
—Estoy tratando de no ser la porquería de persona que soy todo el tiempo por una vez, ¿y decides actuar así? ¿es tu venganza o qué? —se queja algo molesto.
—Tómalo como las consecuencias de tu actitud —forcejeo para que suelte mi brazo, pero es más fuerte que yo—. ¡Deja que me vaya!
—Por Dios, ¿entiendes lo que pasa aquí? —gruñe con fastidio.
—Lo único que entiendo es que quiero irme —insisto. Es inútil, no me suelta.
Ian, en un movimiento rápido y algo forzado, me levanta y acomoda sobre sí de forma que mi abdomen cae en su hombro derecho.
—¡Suéltame! —pataleo en el aire—. ¡Ian!
Comienza a avanzar hacia... ¿Hacia dónde? Supongo que su habitación, porque vamos al lado contrario del que estábamos. Acierto, entre mis quejidos y su silencio escucho como mueve la perilla y abre la puerta. Entra conmigo encima, cierra la puerta y me tira en su cama sin ningún cuidado, como a un saco de papas.
—¿Qué te pasa? —me defiendo con cierta rabia—. ¿Por qué haces esto?
—¿No notas el estúpido esfuerzo que hago? Me conoces hace semanas y sabes que no soy agradable, y que muy poco me importa lo que me rodea —alza la voz, parado frente a mí—. Ni siquiera sé por qué rayos lo intento, solo sé que no está valiendo mucho la pena.
Estoy a punto de responderle algo de forma brusca de nuevo, pero por fin capto lo que sucede, y me deja pensando por unos segundos.
Ian, el amargado y gris Ian, no quiere dejar pasar lo que escuchó. Oír a una chica gritarle a su hermano que creías inexistente sobre sus padres que se suponía estaban muertos no es algo que se tome a la ligera. Tal vez yo me equivoqué y la relación que tengo con el chico sí que ha avanzado bastante. Hace ver su preocupación de una forma peculiar, pero lo hace y eso es mucho viniendo de él.
De un segundo a otro paso de la rabia a la conmoción. Me siento en el borde de la cama y observo al chico, todavía de pie a un metro de mí, con los brazos cruzados.
—¿Estás preocupado por mí? —le pregunto, porque no puedo creérmelo todavía.
—No lo sé. Supongo, no lo sé —aunque omite el admitirlo, creo que su respuesta es un sí.
Entre todo el alboroto, no miré su cuarto. Ahora que el ambiente está más calmado puedo hacerlo. Primero que nada, se me hace curioso que haya elegido esta parte de su apartamento, dado que hay una habitación que podía usar en el primer piso. Tal vez sea solo parte de su afán por alejarse de la gente como pueda, o el privilegio de gozar de una terraza casi para él solo. El cuarto es del mismo tamaño que el mío, aunque luce mil veces más pequeño por el gran desorden que hay: ropa tirada en el suelo, instrumentos —muchos instrumentos— acaparando la gran parte del espacio, estantes llenos de cosa sin ningún orden especifico... Hasta la iluminación es hostigaste. En cuanto a la estructura, es como un cuarto cualquiera, aunque el lado que da hacia la carretera es más ventana que pared. No se abre ninguna, pero da una vista hermosa y con el cómodo sillón que incluye debe ser un lugar perfecto para Ian.
A mi lado, en la cama, tengo cuadernos, lápices y, medio tapado por una chaqueta, el gato que le regalé a Ian.
—Está bien decir lo que sientes, ¿sabes? Si estás preocupado por mí puedes decirlo —le aseguro.
Tengo los ojos hinchados, aunque secos al fin. No sé bien cuánto duren así.
—El concepto de ''preocupación'' no es algo a lo que esté acostumbrado, es raro —bufa. Sigue serio, aunque me parece adorable justo ahora.
—Eres un caso muy curioso, Ian Lukasiac —medio sonrío.
—Y que lo digas.
El chico menea un poco la cabeza y avanza hacia la cama, sentándose a mi lado. Luce muy tenso, incomodo. Se nota que no está nada habituado a estas cosas.
—Sí, me preocupa —masculla—. Uhg, odio esto —se queja.
Antes pensaba que Ian era simplemente un amargado que odiaba todo y a todos, que no deseaba interactuar con la gente, que prefería estar solo siempre —bueno, esto último puede que sí sea cierto—; sin embargo, lo estoy descifrando de forma distinta. Nunca ha sido bueno para socializar, eso supongo. Teniendo en cuenta lo que dijo su madre, desde niño es así de cerrado y serio. Si no ha tenido amigos aparte de ese tal Sammy, entonces yo debo ser otra de las cosas nuevas en su vida.