Pueden haber pasado horas, días, hasta meses, pero la verdad es que solo deben haber transcurrido apenas unos minutos, no sé cuántos en total, no me interesa. Los brazos de Ian me rodean la espalda y se aferran a ella todavía, no hemos movido un músculo desde que este aceptó mi pobre consuelo. Mi barbilla descansa en su cabeza, y su cabeza se esconde en mi clavícula derecha. Es como si se hubiera paralizado, y cada hueso acabara trancado sin forma de relajarse. Da señales de vida cuando se sorbe la nariz, de resto, se mueve tanto como un cadáver.
No me he salvado de las lágrimas, tantos sentimientos concentrados tuvieron que salir de nuevo el día de hoy. No bastó deshacerme en llanto en la terraza, eso no logró sacar todo lo que había dentro de mí. Recordar a mi abuela fue el detonante esta vez, Dios, esa mujer se fue demasiado rápido, aunque no tanto como Sammy. Eso vuelve el sufrimiento de Ian considerablemente peor que el mío. Mi abuela, Clare, no tenía edad para morir aún, mas había vivido bastante. ¿Cuántos años tenía Sammy al fallecer? ¿quince? ¿dieciséis? Le faltaba demasiado por recorrer, mucho por ver y experimentar... Pensar en ello saca otro par de lágrimas que bajan hasta el cabello de Ian.
Tenerlo tan cerca hace que sienta algo tan diferente como su estado actual mismo, nada que ver con las mariposas en el estómago, nada que ver con los nervios típicos al tener a quien te gusta en una distancia nula. Siento una barrera cayendo detrás de este chico, una que derrumbé al tomar el atrevimiento de abrazarlo aun cuando, por su orgullo tal vez, no deseaba que lo hiciera. Puedo captar todo lo que Ian tira bajo la alfombra y esconde de la vista pública: dolor, luto, nostalgia... ¿Era para Sammy la canción que le escuché cantar en el bosque? ¿Se la dedicaba a su mejor amigo? No pensé en el momento lo triste que era aquella melodía, la letra, toda la canción en general.
Comienzo a soltar un poco mi agarre hacia Ian, pero él me aprieta sin dejar que me aleje, devolviéndome al mismo lugar. Yo decido no moverme hasta que él lo haga, no importa cuánto le tome tener fuerzas para soltarme. Uso mi mano derecha para acariciarle el cabello con lentitud. El chico responde escondiendo más la cabeza en mi pecho. Su cabello es muy suave, bien cuidado y fino. Lo tiene bastante largo delante, y son esos pelos los que tengo pegados en mi cuello. Cerca de la nuca solo deben hacer unos dos centímetros de largo, no más.
Pasado un rato en el que no me canso de tener a Ian junto a mí, casi fusionados, él rompe la armonía y nos devuelve al mundo real. Se aleja un poco, solo saca su cabeza de mi pecho como si saliera de una cueva. Sin que levante la mirada veo sus mejillas enrojecidas y el resto de su cara húmeda. Nuestros rostros deben parecerse justo ahora.
Sube la cabeza y sus ojos conectan con los míos un segundo, pero aparta la mirada rápidamente.
—No me mires —murmura, con la voz reparada—. En serio, no me mires, parezco un tonto.
Tomo con ambas manos cada lado de su cara y hago que me mire. No se escapa, ni se opone, aunque se nota que le incomoda.
—Está bien —digo—. No tengas vergüenza, está bien —repito, limpiándole el rostro con mi pulgar, delineando el parpado inferior y quitando cualquier residuo de lágrimas—. Ya no tienes que guardarte nada.
Me mira como nunca antes lo había hecho. Su rostro es otro, no es el mismo Ian de hace media hora. Su boca está entreabierta, sus ojos no se despegan de los míos, tiene una expresión mansa y dulce.
—Lo siento —suelta de la nada. Ya no parece arrastrar las palabras, ni obligarse a decirlas, suenan como unas disculpas sinceras—, por haber actuado de esa manera. No me importó el poder hacerte daño... En realidad, ni siquiera lo notaba —suspira—. Soy así, soy reservado, molesto, odioso, malhumorado... Por eso no te quería cerca, eres todo lo contrario a mí, chocabas con mi personalidad, me fastidiabas —él sigue confesándose—. Detestaba que fueras tan feliz, colorida, amistosa y servicial con todo el mundo, digo, ¿Quién puede estar alegre todo el tiempo? Aun cuando te decía esas cosas que dejaban en claro que te quería lejos, algo siempre te hacia volver —aclara su garganta—. El día que llovió te dejé acercarte más, pero hoy entendí que no eres feliz todo el tiempo, que eres humana después de todo —eso último lo dice con cierto humor.
No he apartado mis manos de su rostro, no quiero que deje de mirarme, aunque tal vez sea hora de hacerlo.
Cada palabra que dice ocasiona algo distinto en mi interior. Fuegos artificiales, melodías de violines, sonidos de zoológico, roces de árboles en un día lleno de viento; nada tiene sentido, nada se conecta con lo anterior, pero es una forma de describir lo que me hace sentir.
—Lo siento —repite—. Alejo a las personas naturalmente, lo intente o no. Tú fuiste la excepción desde... Desde Sam —respira hondo, mira hacia arriba y vuelve a anclarse a mis ojos—. Puede que fuera por eso, después de todo. Eres igual a Sam en muchos sentidos. También detesto eso. Y detesto estar diciendo estas cosas.
—Sí, entiendo —asiento levemente, ahogando mi amplia sonrisa—. No tienes que forzarte a hablar si no quieres —le sugiero, pues tampoco deseo que se obligue a decirme nada.
—Quiero —me asegura—. Ahora es diferente. Creo que te importo, y eso lo valoro —se humedece los labios con la lengua—. Pero soy difícil de soportar, eso ya lo debes tener muy claro.
—Bastante —se me escapa una risita. Las comisuras de sus labios se elevan un poco.
—¿Crees que me vas a poder aguantar? —pregunta sin un rastro de broma, lo dice en serio—. No soy como tú, ni como la gente que vive aquí, ni siquiera me llevo bien con quienes son como yo. A veces no voy a querer hacer nada, ni hablar, ni estar con nadie, me gustar estar conmigo mismo la mayor parte del tiempo. Solo te lo advierto porque...
—Ian, quiero ser tu amiga, si es que todavía no me consideras una —lo interrumpo, sonando tan segura como puedo—. No me importa que pase mañana, quiero estar ahí para ti —sonrío—. Si actúas de manera incorrecta, quiero poder decírtelo; si necesitas ayuda, quiero poder dártela. Quiero que puedas mirar más allá de lo que siempre has visto, así como lo hice yo cuando llegué aquí.