Sueño con Mike. Paseamos de la mano en un laberinto de arbustos altos, como ese que hay en la mansión donde antes vivía.
—Te enseñaré a salir del laberinto tú sola, así no te volverás a perder —dice él. Entonces despierto.
Es de mañana, Britt sigue dormida y, conociéndola, no se levantará hasta que su propio cuerpo se lo mande.
Salgo de la cama con mucho cuidado y voy al baño para lavarme la cara y los dientes, luego voy a la cocina y tomo un vaso con agua. Son las ocho de la mañana, hora en la que ya mi abuelo debe estar abajo desayudando. Tengo algo de hambre, y como no hay nada que pueda hacer hasta que Britt despierte me cambió el pijama por un mono azul y un suéter blanco, para entonces bajar a comer con el resto.
Bajo las escaleras con un bostezo de por medio. Todo está tranquilo como siempre, aunque escucho a lo lejos a gente hablando en el primer piso.
Me paro en seco cuando llego al segundo piso. Jake justo está abriendo la puerta de su apartamento, vestido de manera casual, con aires de que va a salir a algún lado. Ambos permanecemos varios segundos con los ojos clavados en el otro. Quiero dar el primer paso, pero me dije a mí misma que esta vez no es mi culpa, que él debe aprender a aceptar sus equivocaciones.
Estoy planteándome el regresar por donde vine cuando con su cabeza me hace una seña para entrar al apartamento. Me lo pienso un segundo hasta que entiendo que no hay nada que analizar, que llevo días esperando un momento así y que está sucediendo ahora. Avanzo y, cuando estoy dentro, cierro la puerta y voy hacia el único cuarto que tienen estos apartamentos, donde él se ha adelantado. Lo encuentro sentado en su cama esperándome con una maleta a medio hacer a un lado.
—De hecho, iba a buscarte —comenta sin ánimo alguno—. Debemos hablar.
Me siento a su lado, en una distancia lo suficientemente corta como para rozar nuestros hombros.
—Bueno, habla.
Le doy un pequeño vistazo a su habitación: pulcra y simple como la última vez que la vi, hace ya bastante tiempo. Me pregunto si irá a visitar a sus padres como cada verano. Supongo que sí, porque no se me ocurre otra razón por la que tenga una maleta haciéndose.
Nunca ha sido de tener muchas cosas: su cama, un escritorio con un computador, un estante con libros y recuerdos, su closet, un televisor en una mesa frente a la cama, nada más.
—Me sentí desplazado cuando te fuiste con él —comenta con cierto enojo.
—Ni siquiera me dejaste explicar lo que sucedía.
—Cuando quise hablar estabas con él de nuevo, en el bosque y de noche —dice con mucha decepción esta vez.
—Y todo lo que hiciste fue colgar —niego con la cabeza—. No veo muchas ganas de arreglar las cosas ahí.
No quiero verle la cara. Estoy bastante molesta todavía por toda la escena que se montó y por la forma en la que me llegó a mirar un par de veces.
—Eres mi mejor amigo, Jake, no mi novio o algo parecido —suelto de forma algo ácida.
—¿O sea que si fuera tu novio estaría bien? —pregunta regalándome una mirada fría.
—No —mantengo mis ojos en él también—. Hay una diferencia colosal entre tener celos y actuar de la manera en que tú lo hiciste. En todo caso, no tiene sentido que estés celoso.
—¿No lo entiendes, Miranda? —parece algo frustrado.
—¿Qué debo entender? —frunzo el ceño.
Jake baja la mirada y se levanta de la cama. Va hacia su closet y saca otras prendas que estaban colgadas de manera ordenada. No es de los chicos que amen el desastre.
—Jake, dime qué debo entender —insisto mirándolo guardar sus cosas en la maleta que tengo a un lado en la cama.
—¡Que estoy enamorado de ti! ¿Qué más deberías entender? —alza la voz hacia mí.
Inclino la cabeza, justo como un perro hace cuando le hablas. Siempre he visto ese gesto como si el animal tratara de entender lo que uno dice, y así me siento en este momento. ¿Qué acaba de decir Jake? ¿En serio escuché lo que creo?
—¿Qué? —sacudo levemente la cabeza.
—Miranda, estoy enamorado de ti —repite sin mirarme, con la vista pegada a la ropa que dobla—. Desde que te conozco, desde el primer instante que te vi.
Ahora que lo ha dicho de nuevo, sus palabras cobran sentido en mi cabeza y capto que me está diciendo que le gusto y que siempre le he gustado. Abro la boca un poco por su inesperada confesión. Aprieto el edredón debajo de mis manos y me pregunto qué debo decirle. Antes un par de chicos se me habían confesado por mensajes o por una nota en la escuela, chicos a los que no era capaz de responder, a los que no conocía tanto o que no eran cercanos a mí, así que solo escapaba de la situación y con el tiempo quedaba en el olvido. En esta ocasión no puedo hacer eso porque Jake, en vivo y en directo, me ha dicho lo que siente.
—Por eso estaba celoso. ¿Nunca lo notaste? ¿No te parecía obvio? —pregunta, mirándome con una ceja alza—. Te tenía para mí solo hasta que Ian llegó, y aun cuando se comportó como un idiota fuiste tras él —esto último lo dice con bastante rabia.
—¿Por qué no me lo dijiste antes?
—Porque me iba arriesgar demasiado —responde—. Si te lo decía y tu respuesta era no, entonces nuestra amistad acababa. Ahora, en este instante, puedo tomar ese riesgo.
—¿Por qué? —me levanto y me acerco a él.
—Me voy a ir, Miranda —suelta sin ningún tipo de anestesia que aliviane la noticia—. A menos que... —deja la frase al aire, tal vez pensando en si deba decirla entera.
¿Cómo que se va? ¿Cómo hemos saltado de un tema importante a otro de esta manera? Quiero finiquitar el hecho de que le gusto, quiero aclarar eso, pero no sé cómo devolver la conversación sin que parezca forzado, sin que crea que no me importa el hecho de que quiere irse. También quiero entender a qué se refiere con esto último.
—Jake estás diciendo demasiadas cosas, me estás confundiendo —tapo mi cara con mis manos.