Mira más allá

Capítulo 13

Son las tres de la mañana, varias horas antes de la que supuse sería nuestra hora de llegada. Los alrededores —formados por la carretera, plantas tropicales y terrenos parecidos lejanos al que tenemos frente— están bien alumbrados por farolas elegantes. Es una zona de gente rica, el tipo de vida que Chris alguna vez disfrutó de manera humilde, si es que esos dos conceptos pueden mezclarse sin contradecirse.

Todos estamos medio dormidos. Con cierta pesadez esperamos a que Chris abra el gran portón de metal blanco para entrar y caminar unos trescientos metros dentro de un arco con enredaderas hasta llegar a la entrada de la mansión. Parecemos muertos vivientes, incluida yo. El bus se fue apenas hace minutos y el rubio, entre su somnolencia, no encuentra el control que nos abre las puertas a su propiedad.

—¡Aquí está! —exclama abriendo el susodicho presionando un botón.

El único problema que tiene venir a la casa de playa es que para entrar a esta hay que recorrer un sendero de losas llenas se piedras para llegar hasta la puerta. El terreno es enorme y ha pertenecido a la familia de Chris por décadas, y ha recibido bastantes remodelaciones, la última fue antes de que me mudara con mi abuelo.

Acordamos llevar todo lo que podamos para no hacer dos viajes, razón por la cual parecemos pingüinos al caminar. Es chistoso, aunque estamos lo suficientemente cansados como para solo reír por lo bajo. La noche está fresquísima, nada como en el páramo donde el frío no te permite estar desabrigado sin sentir incomodidad. Aquí, usando este vestido, disfruto de la suave brisa que sopla y trae consigo el sonido de los grillos, sonido que siempre me ha dado temor de que en cualquier segundo uno de esos insectos me saltará encima. Un escalofrío recorre mi cuerpo y sacudo la cabeza para no pensar más en ello.

Caminamos lentamente por el sendero de losa, teniendo un jardín de flores coloridas de lado a lado. La iluminación no es tan buena aquí, pero es suficiente para saber dónde caminas. Llevo encima mi bolso, mi mochila, muchas bolsas en cada mano que pesan mucho y otro bolso colgado de lado, que ni idea tengo de a quién pertenece.

Por fin llegamos al frente de la mansión. Ashley y Roy la ven con asombro y el resto, que ya está acostumbrado, solo sonríe por, luego de horas de viaje, estar aquí. La casa, a la considero una mansión, tiene un estilo de arquitectura moderna, de forma rectangular larga, pintada de blanco casi en su totalidad. Posee dos pisos, un sótano, varias habitaciones, piscina, entrada a la playa y, bueno, solo hablo de las cosas más puntuales.

Solo cuando estamos en la sala de entrada y Chris cierra la puerta detrás de nosotros, soltamos lo que teníamos encima y descansamos del peso. Este es el extremo izquierdo del lugar, y a lo largo se encuentra la sala principal, la cocina y el comedor. No tiene cosas tan costosas como uno se esperaría siendo la propiedad de una familia tan adinerada, sino que conserva un aire hogareño y cómodo.

—¡Qué bonito y limpio! —exclama Ashley mirando a su alrededor.

—Soy el dueño, pero es mi hermano quien la ocupa la mayor parte del tiempo —dice Chris moviendo los hombros con expresión adolorida—. Contrató a un equipo que la limpia cada tanto cuando él no está.

Nunca he conocido al hermano de Chris, y sé pocas cosas de este. Vive en el centro de la ciudad y es escritor de novelas de ciencia ficción. Cuando viene es para buscar tranquilidad e inspiración. Según nos contó, años antes, cuando sus padres aún vivían, toda su familia se reunía aquí a cada rato, pero al morir estos fue como si esas relaciones se hubieran disuelto.

—Vamos a la sala principal a descansar y repartirnos las habitaciones —sugiere Erick—. Mientras más rápido mejor, para seguir durmiendo.

Nadie se niega ante la idea y los Lukasiac nos siguen hasta donde está la susodicha, justo cruzando el marco ancho sin puerta alguna que nos lleva a una sala extensa. Hay varios sillones, la mayoría de color beige o negro, un televisor plasma enorme, vista al patio —como en cada habitación menos en la entrada—, tiene el comedor y la cocina casi juntos, aunque el primero cerca de la ventana. No hay paredes completas que aíslen un espacio, sino muros cortos y pilares.

Nos sentamos en los sillones largos que están especialmente puestos con vista hacia afuera, que son lo bastante grandes como para que nadie quede sin sentarse. Estamos muy cansados, se nos ve en la cara. Por suerte, en solo unos minutos ya volveremos a dormir.

—Díganme si prefieren tener las mismas habitaciones de antes, sino podemos ver cómo nos distribuiremos —pide Chris.

—Yo no pretendo volver al sótano, lo odié —se queja Marieta cruzándose de brazos.

—Yo lo tomo —alza la mano mi abuelo—. Hay una sala para mí solo y es callado.

—Para Ashley y Roy deberíamos dejar la habitación principal —opina Erick.

—Mi hermano tiene sus cosas en esa, pero la que yo usaba tiene una cama matrimonial, quédense con esa —ofrece el rubio a la pareja.

—Nosotros estamos bien en cualquier tipo de habitación —sonríe Roy con humildad.

—Insisto. Marieta se puede quedar en la tercera habitación y Erick y yo en las otras dos —resuelve.

—Te estas olvidando de Miranda e Ian —aclara la madre de este último.

—Ella siempre elije la habitación de afuera igual que Jake, y como él no está Ian puede ir allá —le explica Erick.

Un recuerdo amargo me viene a la mente, pues vaya que pasamos buenos momentos allá afuera. En medio de la noche salíamos a ver las estrellas en la playa, pues el cielo se despejaba de forma tal que no había obstáculo alguno para disfrutar de la vista. Y cómo olvidar cuando despertábamos en la mañana y éramos los primeros en vernos las caras de muertos vivientes. Nos moríamos de risa.

Sí, bueno, eso acabó.

—Si prefieres puedo irme afuera y tú te vas a la habitación al lado de tus padres —le dice Marieta a un Ian medio dormido, con sus lentes oscuros puestos, como siempre, sin sentido.




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