Mira más allá

Capítulo 14

Ayer, a pesar de no haber hecho nada más que comprar la ropa de Ian, la pasamos bien en la mansión.

Nos unimos a Erick y Roy, quienes jugaban algún videojuego que no conozco porque si algo no soy es amante de estos. Contrario a lo que creí, me divertí aun siendo un asco. Perdí, por supuesto, pero disfruté viendo a padre e hijo pelear, el primero con mucho entusiasmo y el segundo con una actitud tranquila pero competitiva.

Justo ahora, en pleno mediodía, nos estamos preparando para ir de paseo. Cada año solemos repetir actividades, o las modificamos un poco para que la emoción permanezca, por ello Chris nunca nos dice qué cosa vamos a hacer. Lo único que sí nos aclara es que llevemos lo de siempre: traje de baño y ropa de cambio.

—¿No sabes a donde iremos? —le pregunto a mi abuelo, tratando de sacarle información.

Estamos en la cocina, él guardándose bocadillos y yo observándolo. El resto se debe estar alistando.

—El hecho de que ayude a Chris a organizar nuestra estadía aquí no implica que sepa qué haremos —responde sin mirarme.

—No te creo.

—No lo hagas, estoy mintiendo —alza la vista y me sonríe victorioso.

Bufo escondiendo una risa y me doy la vuelta en el taburete donde estoy sentada para irme a la sala y ver algo de televisión mientras tanto. Tengo todo listo, ya estoy vestida y con mi mochila colgando de mi hombro derecho. Debajo de mi blusa azul sin mangas y mi short de jean, tengo uno de los trajes de baño que Britt me compró. ¿Será que iremos a la playa nada más?

—¿Ya nos vamos? Estoy desesperada por algo de sol y aire fresco —Marieta aparece y se sienta a mi lado. Usa un bello vestido largo, suelto por debajo del pecho, acompañado de su indispensable sombrero trenzado.

—Parece que no —me encojo de hombros.

Eventualmente se nos une más gente. Primero mi abuelo, luego Erick, Ian y Roy. Para cuando Chris y Ashley bajan y se dirigen a donde estamos, la novela que puse por puro aburrimiento ya va por la mitad y con un nudo dramático interesante.

—Tiempo de irnos —Chris toma el control y apaga el televisor.

—Eh, Anaís estaba a punto de matar a Edward, qué falta de respeto —se queja Marieta.

En los brazos de la locura es la novela más básica de todas, mejor mira las dos primeras temporadas de El cielo es el límite si quieres drama de verdad —sugiere de forma inesperada el rubio. Ante lo dicho, Erick se aguanta la risa—. Al menos yo admito que veo novelas, no como otro que mira a una princesa mágica y a su amigo vencer monstruos en secreto.

—Cállate —se levanta el pelinegro y le golpea el hombro a su amigo.

En el estacionamiento hay un solo auto, una Ford con carga que según nos contó Chris, le perteneció a su padre y este ha mantenido aquí guardada. Nos acomodamos de modo que Chris, mi abuelo y Roy van adelante, y Ashley, Marieta y Erick detrás. Ian y yo quedamos atrás, lugar donde siempre acabo y me encanta ir, caso contrario al chico que no parece muy feliz con la idea.

Me siento en el lado izquierdo, y él toma para sí el espacio que da hacia los asientos. Por fin tiene sus lentes oscuros en circunstancias entendibles y, ahora que se los ha bajado de la cabeza hacia donde deben estar, parece haberse ido a otro mundo. También se pone los audífonos y, con esto, me despido de la idea de charlar con él.

Entre un mar de bolsos y mochilas, gozo de la brisa en mi cara que de seguro me enredara el cabello, y de la vista que pasa a ser de un vecindario adinerado a las coloridas calles de la ciudad donde estamos. El calor me abraza la piel y se siente bien. Gateo hasta donde está Ian para así levantarme y apoyarme del techo de la camioneta. Siempre me ha encantado hacer esto, me hace sentir que estoy en una montaña rusa.

—No hagas eso —Ian me hala del brazo con fuerza, haciendo que me siente.

Al no estar preparada, me golpeo un poco el trasero, por lo que lanzo un quejido. Miro al chico, y al hacerlo aparta la vista a la izquierda, clavándola en algo a lo lejos. Tiene las piernas recogidas y los brazos sobre las rodillas. ¿Qué le pasa? Desde que nos montamos en la camioneta parece mucho más irritable que de costumbre. En algún momento se quitó los audífonos, sus lentes siguen ahí bien puestos.

—Lo siento —suspira aun sin verme—. Lo siento —repite al paso de unos segundos.

—¿Qué sucede? —me acerco un poco más. Quedamos con ambos hombros tocándose.

—Es tonto —gruñe.

—Es mejor hablar, Ian. Si algo te molesta me lo puedes decir.

—¿Para qué? ¿Para dar más lastima de la que doy? —dice con el mismo tono.

—No das lastima —le regaño con el ceño fruncido.

—Estoy cansado de esta porquería —escupe con rabia.

—¿Qué...?

—Que murió hace años y sigo sin superarlo —suelta con enojo.

Me toma por sorpresa lo que dice. No me esperaba que tuviera algo que ver con Sammy. La verdad es que sólo creí que no se había levantando del mejor humor, o que había tenido un problema con algo. Aunque, si lo pienso bien, la mayoría de las cosas que pasan en Ian ahora tienen que ver con Sammy, pude haberlo supuesto.

—Detesto que todo lo que hacíamos, yo lo siga haciendo, pero sin él. Es una basura —si los que van dentro de la camioneta tuvieran las ventanas abiertas, escucharían todo lo que vocifera—. Mis videojuegos favoritos los pasamos juntos, mis películas favoritas las vimos en la sala de mi casa... ¡Viajamos miles de veces en la camioneta de su padre y nos parábamos para ver el camino! —poco a poco sube el volumen de su voz—. ¡Y ya estoy harto de usar estos malditos lentes cada vez que ese idiota viene a mi mente! —con enojo los retira de su cara y los lanza lejos.

Veo los lentes salir volando hasta llegar al pasto del parque que tenemos a un lado. Los perdemos de vista en cuestión de nada

—Soy tan estúpido —baja la mirada—. En serio estúpido.




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