La parrillada que se le ocurrió a Erick fue una idea perfecta para cerrar con broche de oro toda la semana que tuvimos en la playa. Llegamos a la residencia hoy en la madrugada y, al despertar de unas cuantas horas de sueño luego del exhausto viaje, el pelinegro dio la magnífica sugerencia de disfrutar este día al máximo ya que es el último de las vacaciones, al menos para ellos, porque a Ian y a mí nos queda otra semana para prepararnos para iniciar clases. Todos dieron si voto a favor y henos aquí, a las seis de la tarde en la zona de picnic, con carne en el fuego y buena música en el parlante.
Estamos todos colaborando y conversando a la vez. Es un rato muy agradable, así como cada momento que paso junto a esta familia postiza que tengo.
—Ya la carne va a estar lista, vayan buscando lo que falta —anuncia Erick, que está frente a la parrillera, volteando trozos de carne y pollo que desprenden un olor delicioso.
Lo que falta es nada más que los platos, cubiertos y vasos, por lo que junto a Roy nos dirigimos a la residencia para buscarlos. Este va unos pasos delante de nosotros.
—¿Estás emocionado por ir a clases? —le pregunto a Ian.
—¿Quién, en su sano juicio, está emocionado por la escuela? —alza una ceja.
—Yo —me señalo—. Veré a mis amigas de nuevo todos los días, haremos recolectas de dinero para nuestra fiesta de graduación y...
—Aburrido —concluye el chico.
Lanzo un bufido ante su pesimismo justo cuando siento mi teléfono vibrar en mi bolsillo de nuevo. Es la séptima vez desde la primera llamada que me llegó hace unas dos horas. Luego de un par de semanas desaparecido, mi hermano ha renacido de las cenizas, para mi mala suerte. Parece que no le quedó claro que no deseo saber nada de él ni de los Vander de la ciudad. No sé qué es peor, el tener que soportar sus llamadas o el hecho de que no he bloqueado su número de una vez por todas.
Una parte de mí quiere algo de esto, pero no sabe qué cosa. ¿Acaso en lo profundo de mi ser deseo hablar con él? ¿O, en realidad, lo que quiero es volver a sentir esa liberación que sentí aquella vez donde le dije todo lo que me había guardado por años?
—¿Es Mike de nuevo? —me susurra Ian dejando que su padre entre en la cocina.
Mi abuelo y Jullie prefirieron esperar adentro a que la comida esté lista, por lo que los tenemos a unos cuantos metros bastante distraídos con el canal de noticias, canal que parece solo entretener a los ancianos.
—Sí, sigue insistiendo, aunque rechace la llamada o la ignore —digo en su mismo tono.
El chico no responde, sino que me lleva del brazo hacia las escaleras donde comenzamos a subir en silencio. Llegamos a la puerta de su apartamento y este la abre para adentrarnos a ambos y cerrarla en nuestras espaldas.
Subimos hasta su habitación y de allí pasamos directo a la terraza. La tarde está fría y desde acá arriba se siente mucho más la brisa. Ambos estamos con chaqueta por lo mismo. Ian, ya sin tenerme agarrada del brazo, camina hacia los sillones de madera que tenemos aquí y que nadie nunca ocupa a excepción de mí y de, tal vez, Ian en una que otra ocasión.
Nos sentamos al lado del otro sobre el cojín color crema viejo que hace menos rígido el sillón. El silencio se adueña del ambiente, así que saco el teléfono de mi bolsillo para ver cómo, efectivamente, tengo varias llamadas perdidas en la barra de notificaciones. Dejo el teléfono sobre el cojín y miro a Ian.
—¿Por qué no lo bloqueas aún? —pregunta con una expresión curiosa—. Pareces detestar que te llame, pero no haces nada para impedirlo; tampoco lo hiciste hace semanas hasta que luego de días simplemente explotaste.
Me esperaba una pregunta así de su parte, porque ni yo lo entiendo. Puede que mi suposición sea correcta y que sí desee tener de nuevo contacto con mi hermano.
—Me pregunto lo mismo —me recuesto en el espaldar del sillón.
—Solo suelta lo que está en tu cabeza —copia mi acción, me mira expectante.
Sonrío porque, luego de saber lo que sentimos por el otro, nuestra amistad parece más fuerte que nunca. No ha habido momentos incomodos ni nos hemos distanciado, seguimos siendo los mismos y eso es algo que me alivia porque mi temor más grande era perder la relación que ya habíamos formado. Su preocupación ante mi situación me recuerda lo bueno que es Ian sin darse cuenta. ¡Me trajo hasta acá para hablar de eso porque cuida que nadie más se entere!
Eso de ''soltar lo que está en mi cabeza'' se lo he dicho yo unas cuantas veces, parece que ha aprendido.
—Vale —miro al cielo lleno de nubes—. Es extraño. A veces quiero hablar con mi hermano y tener esa cercanía que había entre los dos antes de todo el problema que tuve con mis padres, mas al instante viene a mi cabeza el como nunca hizo nada en esos cinco años para contactarme y pretende que con hacerlo justo ahora todo se va a arreglar.
—Deberías entonces escuchar su versión de la historia —opina.
—No quiero saberla. Sé bien que se la ha pasado bien y que ha sido exitoso en el... —me muerdo la lengua para no hablar de más. Olvidé que Ian no sabe que mi familia está llena de celebridades, dato que mi instinto me pide omitir—, en el trabajo que tiene —completo.
—A menos que conozcas qué hay en su cabeza, dudo que puedas saber del todo cómo se siente —Ian parece la voz de la razón en esta ocasión.
—¿Y desde cuando eres el maestro de los consejos? —bromeo entre una ligera risa.
—Aprendí algo cuando hace unos meses una loca rubia me empezó a acosar.
—Una loca que te gusta —suelto con cierta timidez, pero con toda la intención de hacer que se avergüence.
Y funciona, vaya que funciona.
El chico bufa y mira a otro lado con toda la seriedad del mundo mientras yo me ahogo con mi propia risa. Parece que se va a quedar así por toda la vida hasta que no aguanta más y comienza a reírse también sin mirarme. Luego, se voltea y pone su mano en mi cara para empujarme lo suficientemente fuerte como para acabar de lado a lo largo de lo que sobra del sillón.