Mira más allá

Capítulo 18

—Ella estaba actuando algo raro, pero nunca se nos cruzó por la mente que llegara a ese punto de querer... —no termina la frase.

—Es que no entiendo, Mike —me sorbo los mocos echándome en la cama, viendo hacia la ventana—. ¿Qué razones tendría?

La habitación queda un buen rato en silencio. Todavía tengo la cara mojada por las lágrimas y escucho como él lanza largos suspiros. Camina por mi habitación, seguramente ojeando fotos o viendo las repisas. Me da igual, no tengo nada que oculte y mucho menos tengo tiempo para pensar en otra cosa que no sea mi mamá.

Abrazo mi almohada y con la mitad de mi cara recostada allí pienso en Dayana Vander. Vida fácil desde que nació, físico envidiable ya pasados los cuarenta, carrera de diseñadora exitosa, esposo famoso, hijos estrellas, mansión preciosa, marca de ropa, fundaciones benéficas, apariciones en películas, fanáticos por todo el mundo, millones de seguidores en cada red social y una fortuna incalculable... ¿Qué pasa en la mente de una persona que tiene todo eso y aun así quiere morir? Se dice que cada cabeza es un mundo...

No me imaginé que el mundo de mi madre fuese tan oscuro.

Me pregunto si en algún momento le diagnosticaron algo que la hundiera en un dolor psicológico tan grande como para tomar esa decisión, fracasando milagrosamente. Sospecho que mi madre se guardaba sus problemas para sí misma, los problemas que ella pensaba irrelevantes. Jamás la vi llorar, ni sentir dolor, ni tener alguna expresión que mostrara debilidad.

—Debemos ir a verla —suelta de repente, haciendo que me siente y lo mire.

—¿Debemos? —pregunto con el ceño fruncido—. En este momento, creo que la peor idea es que cualquiera de ellos me vea.

—Es tu mamá, tienes que ir a verla —me recuerda, como si no fuera obvio.

—Ella me detesta, Madison me detesta aún más, y papá... él dejó que mamá hiciera lo que ella quería, tampoco lo vi afectado cuando me echó —menciono agriamente.

—Esas son conclusiones que tú misma sacaste —niega con la cabeza—. ¿Madison? Eso podría creértelo, pero sé bien que ni mamá ni papá te odian.

—¡Le dijeron a la prensa que morí! ¡¿Eso no te parece suficiente?! —le alzo la voz, levantándome. 

—El hecho de que hayan cometido muchos errores y sean personas cegadas por su estúpida vida de estrellas no significa que te odien. Pero, si te rebajarás a su mismo nivel y también harás como que no existen, entonces no eres tan diferente. Además, ¿no les has dicho lo mismo a tus conocidos, que ellos murieron?

—Tú no fuiste a quien expulsaron de su propia casa por no querer seguir esa vida —mis ojos vuelven a aguarse.

—Miranda, ¿siquiera entiendes lo que quiero decirte? —se acerca a mí—. Sí, hicieron cosas terribles, pero puedes no hacer nada y seguir guardando rencor, o puedes ir a ver tu familia y demostrarles que no eres como ellos. Si nada cambia, entenderé si no quieres intentarlo nunca más.

Sus palabras me dejan pensando, cosa que me enfurece más.

Tiene razón, se supone que yo siempre he sido la que da el primer paso, la que busca estar bien con todo el mundo, la que vela por arreglar cualquier asunto pendiente, ¿por qué me encuentro tan reacia a hacer lo mismo con mi familia? Tal vez sea por temor a que se repita esa última discusión, a que vuelva a tener días oscuros pensando en qué hice mal para que ellos me dieran la espalda.

Mike toma mis manos y las acaricia. Son cálidas.

—No puedo ponerme en tu lugar, no me imagino cuánto te habrá dolido lo que te hicimos. Me siento culpable por no haber hecho nada; pero, si de algo estoy seguro, es que podemos arreglar el caos que es nuestra familia —levanta la mirada, clavando sus ojos en los míos—. No tuvimos la suerte de nacer en un hogar normal, mas podemos hacer algo para que la situación mejore.

Lo abrazo y mi cabeza descansa en su pecho. Ambos sentimos un peso distinto. El suyo es el de la culpa, el mío el del rencor. La diferencia es que él lleva arrepintiéndose años y yo puedo decidir no hacerlo en un futuro.

Y creo que es lo correcto.

—Vayamos —le digo separándome de su cuerpo.

Mike parece complacido por mi decisión. Sonríe pesadamente y suelta aire.

—Si estás de acuerdo, quédate unos días. Aún tienes tu habitación en casa y quién sabe cuándo podamos ver a mamá —dice mientras se sienta en mi cama y yo busco un bolso.

—Comienzo clases en una semana —anuncio.

—Volverás antes de eso —asegura—. Ya lo dije, solo si tú quieres. Si no, te traigo cuando me lo digas.

No le respondo. Lleno un bolso grande de ropa casual y un pijama, ropa interior, un par extra de zapatos y objetos de uso personal. No sé si me quede o no, pero estaré preparada. Estoy vestida con lo mismo que me puse para la parrillada, así me iré.

—¿A dónde van? —pregunta mi abuelo levantándose de la mesa donde comemos, tiene a Ian sentado delante.

—Abuelo, vamos a ver a mamá —le dice Mike—. Perdón que sea sin consultártelo, pero...

—Descuiden —levanta la mano, en señal de que no tiene problemas con ello—. Solo... cuídense. Tráela pronto.

Avanza hacia él y lo abraza. Mi hermano le corresponde el gesto y se quedan así unos segundos. Por el rostro que tiene mi abuelo, de seguro teme que, de nuevo, esta sea la última vez que lo vea.

—Vendré, lo prometo —le susurra Mike, aunque todos lo escuchamos sin problemas.

Cuando se separan, se miran el uno al otro hasta que Mike anuncia que me esperará abajo, pues si bajamos juntos puede que hagamos mucho ruido. Con esto, quedo sola con mi abuelo y con Ian, quien se levanta de la mesa y se acerca a nosotros.

—Puede que me quede unos días —le confieso—. Estaré aquí antes de que comiencen las clases.

—Entiendo —asiente él, rascándose la nuca—. Mike me dijo lo que pasó, supuse que harían algo así —sonríe forzadamente. Luce pesado—. En sí, tarde o temprano llegaría el día de enfrentarte a tus padres.




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