Mira más allá

Capítulo 22

—Es extraño que todos estemos en casa casi todo el día —le digo a Mike.

Hoy, luego de mucho tiempo, almorzamos junto a mi papá y Madison. Fue algo silencioso e incómodo, pero el mismísimo Hans Vander nos notificó que, mínimo, de ahora en adelante almorzáramos en familia. No le llegó ni a los pies a las comidas junto a los de la residencia, pero es mucho si lo comparamos a nuestra situación anterior.

—Lo que es extraño es lavar los platos —bromea, dado que siempre es una de las empleadas quien se encarga de eso, menos cuando yo como.

Me ofrecí a lavarlo todo, y como papá tenía un trabajo pendiente y Madison no lavaría un plato en su vida, fue Mike quien se quedó a ayudarme.

—También —río—. Es agradable, de todas formas.

—Sí —asiente enjuagando los cubiertos—. Las cosas han cambiado bastante en pocos días.

Lo natural dentro de esta mansión de tamaño innecesario era que, después de cierta hora, la mayoría de nosotros no estaba aquí. Papá se iba a una reunión con algún otro grande de la industria donde trabaja, mamá se iba a su oficina a planear esto y lo otro, Madison era llevada a la academia de modelaje y Mike entrenaba hasta la tarde. Yo me quedaba a tener clases en casa o a jugar sola.

La presencia de las personas sería más notoria si no fuera tan grande la casa.

—¿Cómo te fue con Ian, por cierto? —pregunta.

—Pues... Ahora somos novios —respondo sonriente.

—¿No lo eran ya? —bufa—. Cuando hablas tanto por teléfono con alguien mientras haces caras de idiota enamorada uno piensa que las cosas ya son bastante formales.

—¿Y tú qué? —cambio el tema—. ¿Alguna chica por ahí?

—La única chica que tengo en mi vida es mi raqueta —asegura—, y mamá, y tú, y madison de vez en cuando.

—Eso no se escucha muy bien —bromeo acabando al fin de lavar el resto de los platos—. Entrenas demasiado, ¿no crees?

—Mi vida se resume en eso —se encoje de hombros—. Aunque... te diré un secreto.

—Soy una caja fuerte impenetrable —aseguro.

—Bien... —toma aire—. lo voy a dejar —suelta, haciéndome abrir los ojos de la sorpresa.

Escuchar eso viniendo de él es como si Madison dijese que dejará el modelaje. Madison no existe sin modelar, Mike no existe sin jugar tenis. Ambas cosas van de la mano.

—Pensé que amabas el tenis... Acabas de llamar a tu raqueta ''una chica''

—Amo el tenis, no dejaré de jugarlo. Sin embargo, odio las competencias, odio tener que ganar o tener que perder, odio tener que dedicarle toda mi vida cuando hay otras cosas que quiero hacer.

—¿Como qué?

—Yo qué sé, jugar videojuegos, aprender alemán... visitar al abuelo más seguido —suspira—. Mi entrenador me presiona cada día diciendo que apenas soy un joven abriéndose paso en el medio, que los mejores no llegaron donde están tomándose descansos. No necesito el dinero, ni la fama, ya eso lo tengo, y podría vivir sin hacerlo. Solo espero que papá y mamá me apoyen en esto.

Estoy a punto de decirle, con cierto temor, que a mí no me apoyaron en mi decisión de no ser otro trofeo en su estante de éxito. Me detengo solo porque no son situaciones comparables. En aquel tiempo había una niña de 12 años queriendo ir hacia otro rumbo, una madre estricta y un padre sumiso a su mujer; el día de hoy, es un joven adulto, una madre mentalmente inestable y un padre que parece querer hacer mejor su tarea. Es diferente, muy diferente.

—Estoy segura de que lo harán, al menos papá lo hará. Mamá... creo que justo ahora no es muy claro el cómo reaccionará a eso.

—Hablando de mamá, ¿ya fuiste a verla? —se seca las manos con la toalla colgada en el horno.

—Creo que debo hacerlo ahora —recuerdo, dado que no quiero seguir evadiendo la verdadera razón por la cual volví.

Él me acompaña caminando hasta los cuartos de invitados de este piso. Son hermosos, por supuesto, más pequeños que los principales, pero igual de cómodos. Hay cuatro distribuidos a lo largo de la casa, ni idea de por qué tantos. Tenemos familia por parte de mi madre que en ocasiones vienen a visitar, o amistades de mis padres que nunca he visto quedarse más de unas cuantas horas; y ahí están, cuatro hermosos cuartos que pueden ser igual de grandes que mi apartamento en la residencia.

A esta hora su enfermera está descansando, nadie nos va a interrumpir, y ella debe de estar viendo televisión o leyendo. Permanezco unos segundos frente a su puerta, llamando sin que nadie me responda. Entonces, abro la puerta lentamente, encontrándome con una habitación vacía.

—Debe haber ido al patio —me dice—. ¿Vamos?

—No —niego con la cabeza—. Iré sola.

Sin más lo dejo atrás para dirigirme a la sala de estar, donde está la puerta para salir al patio. Esta parte de la casa me recuerda a la mansión de Chris en la playa, pues toda la pared es de cristal, y da una vista hacia el amplio terreno de césped y flores. En vez de una puerta corrediza, aquí tenemos puertas francesas en medio. Salgo para tener una mejor vista de dónde pueda estar, aprovechando este subidón de decisión a verla, hablarle y pasar un rato a su lado.

Más allá de la zona de parrilla frente a la mansión, está el verdadero jardín, un laberinto de arbustos mucho más altos que yo, amplio y con montones de rosas de todos los colores por aquí, girasoles por allá, tulipanes, y otros tipos de flores que están fuera de mi básico conocimiento en ellas. Cruzo al laberinto siguiendo la ruta correcta para salir de él del otro lado, ruta que de niña practiqué bastante junto a Mike para aprenderlo. A mitad del recorrido me encuentro a Dayana Vander sentada en una silla mecedora de exterior. Su enfermera tuvo que haberla dejado aquí, porque, aunque ahora solo tiene un yeso en la pierna derecha, no podrá caminar por un tiempo, si es que logra volver a hacerlo.

Con su mano no enyesada sostiene su teléfono. Debe estar jugando algo para pasar el rato, o leyendo en PDF como solía hacer si no tenía un libro a la mano. No me escucha hasta que doy un paso y algunas hojas secas en el suelo delatan mi llegada.




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